domingo, 3 de julio de 2016

La oración y su uso

            En ocasiones la gente se pregunta si orar sirve de algo, comúnmente lo contraponen con las obras de caridad. Dicen “¿de qué sirve orar si no haces nada?” - pero la frase es usada para cuestionar la oración y no para promover la caridad - quien vive la oración entiende que los conceptos “oración” y “obras” son distintos y no se viven igual. Por ejemplo, las asociaciones civiles promueven la buena conciencia, las obras de caridad y de ayuda comunitaria sin estar asociadas a la oración, una asociación civil atiende una  obligación moral. La Iglesia no es una asociación civil, es un proyecto que abarca mucho más allá de lo que vemos.   
            La oración y las obras no son la misma cosa, aunque ambas estén ligadas al proceso de dar vida de fe – no confundamos peras con manzanas. Un creyente que vive una fe que no lo mueve a obrar con caridad, vive una fe muerta. Un bautizado que cree que “orar no sirve de nada”, ha perdido sensibilidad por el pecado y probablemente esté muerto en su espíritu. Dios no escucha a los pecadores, a menos que estén arrepentidos y deseen guardar sus mandamientos.         
            La oración es el encuentro entre Dios y la persona, la piedad es el encuentro de la persona con el necesitado. Por la oración podemos recibir fortaleza en el espíritu, gracia, discernimiento, sabiduría, fe, incluso hasta un milagro. Las obras de caridad y piedad son el encuentro con el prójimo donde reflejamos el amor y la compasión que Dios tuvo para con nosotros. ¿Cómo puede un bautizado decir que orar no sirve de nada?, eso se parece a un hijo que afirma que es inútil platicar con su Padre, es renegar de un vínculo afectivo que no será ser sustituido con nada.
            En el evangelio de San Lucas podemos encontrar la petición de los discípulos; “Señor, enséñanos a orar”, ahí, Jesús comparte el Padre Nuestro. Dentro del capítulo el evangelista añade los siguientes versos para mostrarnos un beneficio de la oración; “También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente?, ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?, Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan” (cap. 11, v. 9-13). Aunque en la nueva alianza el Espíritu Santo lo recibimos en el bautismo, menciono que la santidad y la pureza son un fruto de la oración personal, por lo tanto, es necesario ejercitar nuestro interior por medio de la oración para vencer las tentaciones y no morir por el pecado; “Velad y orad para que no entréis en tentación…” (S. Mateo 26:41).     
            La conexión que cada individuo establece con el creador por medio de la oración personal es única e irrepetible, ó ¿acaso alguno de ustedes puede estar en el interior de su prójimo para saber si la oración se vive igual?, en cada oración van nuestros deseos, mortificaciones, anhelos, acciones de gracias. Nuestra oración es el reflejo de nuestra vida y cada ser humano recibirá de Dios aquel don que requiera, en el punto del proceso espiritual donde se encuentre.   

            Termino citando un texto de San Pablo donde expone el actuar del Espíritu Santo en la oración; “Igualmente, el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido; pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que sondea los corazones conoce el deseo del Espíritu y sabe que su intercesión en favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina. Sabemos, además, que Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio” (Romanos 8:26-28). No descuidemos la oración diaria.