Hace tiempo leí un artículo
de Harvard Business Review relacionado con “el manejo de la presión laboral”, los
expertos señalaban que, para poder lidiar con las cargas y las presiones del día
era necesario expresar los problemas, errores ó malestares. Este ejercicio es
de beneficio porque ponemos a la luz nuestras mortificaciones, aunque, hacerlo no
libera de la responsabilidad de afrontar las obligaciones, hacer una
descripción de los hechos y ser escuchados sirve de catarsis para distinguir
los problemas con más calma. Este es un método para liberar la presión laboral.
Sin duda, “confesar” es un
acto natural del ser humano, compartir las preocupaciones y angustias con
familiares ó amigos allegados, dudo que exista una persona que pueda callarse ó
guardarse todos sus problemas y errores. Desde ese sentido, “el acto de
confesar” es innato. Sin confesión no podemos recibir un consuelo ó apoyo
fraterno, ¿Cómo vamos a recibir consuelo si no expresamos nuestra incomodidad?,
incluso, cuando algo nos sucede nuestro semblante nos delata, las personas nos dirán;
¿Qué tienes, que te paso?, ¿Por qué esa cara?.
Cuando leí dicho artículo,
me vino a la memoria el acto de “la confesión y perdón de pecados”, y pensé que
este sacramento es parte también del conocimiento que Dios tiene del ser
humano, como ya mencione, la conciencia no permite que nos guardemos nuestras
mortificaciones e injusticias. Necesitamos expresarlo por motivos de
conciencia.
Muchas sectas no creen
en la confesión y el perdón de pecados. La confesión y el perdón de pecados es
algo celebrado desde antes del cristianismo. Los judíos ya tenían esta práctica;
una confesión sacerdotal, con ofrendas, sacrificios y una fiesta anual llamada “el
día de la expiación” ó “Yum Kipur”.
Algunos creyentes ó
sectarios que reniegan de la confesión, hacen cita del pasaje “el publicano y
el fariseo”, justificándose para “confesarse directamente con Dios”, el pasaje
dice; “Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo y el otro
publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera:
"Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones,
injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana,
diezmo de todo lo que gano". Pero el publicano, estando lejos, no quería
ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo:
"Dios, sé propicio a mí, pecador". Os digo que este descendió a su
casa justificado antes que el otro, porque cualquiera que se enaltece será
humillado y el que se humilla será enaltecido” (San Lucas 18, 9-14). Si nos
adentramos en el contexto del pasaje, debemos reconocer que Jesús está hablando
a una audiencia judía, donde ninguno de los personajes señalados había sido
bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El relato está
situado en un contexto anterior a los sacramentos y no después. El contexto es
Israel “…este descendió a su casa justificado antes que el otro…”,
¿justificado?, supongo que se refiere justificado hasta el día del “Yum Kipur”
celebrado en Jerusalén. Fiesta que ya no es necesaria pues Jesús ya resucito e
inicio una alianza nueva y eterna. El mismo San Juan afirma: “A quienes perdonen
los pecados, les son perdonados; y a quienes se los retuviereis, les son
retenidos…” (San Juan 20:23). Aquí ya hay un sacramento de una alianza nueva.
Ojala nos acerquemos al
sacramento de la confesión, y más en estos tiempos de cuaresma.