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martes, 5 de agosto de 2014

El Rey, la Iglesia y América‏

Estas vacaciones de verano, me toco visitar la ciudad de Puebla en el centro de la Republica, y en una de sus tantas Iglesias leí la siguiente frase; “En el arco principal de esta fachada, estuvo colgada por orden de la Inquisición, la cabeza de don Antonio de Benavidez (el tapado), falso visitador de España, ejecutado el 12 de Julio de 1684”. El tema de la Inquisición es polémico, para poder distinguirlo hay que observarlo desde la teocracia: los súbditos debían abrazaban la fe del Rey por obligación. Si el Rey era católico, el pueblo lo era, si el Rey era protestante, el pueblo debía serlo.
En esa misma ciudad pude comprar el libro titulado “La Iglesia en el México Colonial”, que reúne la colaboración de diez historiadores, publicado por el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Este material me ha sido útil para comprender la relación que existía entre el Rey de España, la Iglesia en Roma y la Iglesia establecida en América.
Aunque no me referiré a la Inquisición. Situándonos en el contexto histórico; tras el descubrimiento de América, la división en Europa entre protestantes y católicos, entre el 1493 y 1508, los Papas Alejandro VI y Juliano II, reconocieron a los reyes católicos de España como “señores del nuevo mundo”, cediéndoles el patronato de toda la Iglesia de América, a cambio de que la corona construyera las Iglesias, los conventos y se encargara de financiar la evangelización con la facultad de exigir diezmo.
 El rey de España se convirtió en el vicario del Papa en América, con facultad para nombrar obispos y establecer párrocos, teniendo Roma poca injerencia en las Iglesias de América. La injerencia del Vaticano era solo doctrinal. Reconociendo Roma las fiestas regionales que florecieron en la Nueva España como la Virgen de Guadalupe. Roma era en sí: mediadora entre el Rey y las órdenes religiosas que tenían cabeza en Roma, pero operaban en América.
Por la facultad recibida por los reyes católicos como “señores del nuevo mundo”, siglos después, en las disputas entre la Corona y el Vaticano, existieron bulas papales que fueron prohibidas en América por la corona Española. El papa Gregorio XV intento tener más injerencia en las misiones de América, pero las concesiones otorgadas a los reyes hicieron imposible cualquier intervención del papado, aunque muchas veces estos intentos y protestas del Vaticano determinaron la política de los Reyes.
Uno podría pensar que españoles y criollos poseían el control religioso en unidad con la Iglesia de América, pero no del todo, pues sólo ejercían esta influencia en la ciudad, mientras que, en los poblados, quienes poseían la mayor influencia en las cofradías eran caciques y nobles indígenas, ósea, había una aristocracia indígena que abrazo el catolicismo. Por la diversidad de raza e idiosincrasia, la religiosidad popular mexicana florecería y se manifestaba en la diversidad de fiestas regionales.

Como conclusión, la complejidad de la Iglesia católica en América difiere en mucho de lo que vemos en las películas ó escuchamos en los mitos urbanos.