Alguien
me recomendó una lectura de Julio Cortázar, jamás había leído su obra y
entiendo que su apellido enajena por la fama. Aunque aun no termino de leer
“historia de cronopios y de famas”, no quiero juzgar la obra, sino compartir lo
que sentí cuando leí la primer pagina
del libro. Sin entrar en detalles, ni saber las intenciones del autor en su
necesidad de expresar tales dichos como complemento de su obra. El primer
cuento “manual de instrucciones” me pareció algo ofensivo para quien vive una
vida rutinaria, urbana. Cortázar los describe como “toros desganados”,
comparándolo con animales de corral, inhabilitados para romper su tren de vida;
“La tarea de ablandar el ladrillo todos los días, la tarea de abrirse paso en
la masa pegajosa que se proclama mundo, cada mañana topar con el paralelepípedo
de nombre repugnante, con la satisfacción perruna de que todo esté en su sitio,
la misma mujer al lado, los mismos zapatos, el mismo sabor de la misma pasta
dentífrica, la misma tristeza de las casas de enfrente, del sucio tablero de
ventanas de tiempo con su letrero «Hotel de Belgique». Meter la cabeza como un
toro desganado contra la masa transparente en cuyo centro tomamos café con
leche y abrimos el diario para saber lo que ocurrió en cualquiera de los
rincones del ladrillo de cristal”. Hasta ese momento, me preguntaba ¿Por qué
dedico tiempo a alguien que se expresa así de la vida cotidiana y ordinaria?. No
quería que el apellido Cortázar me enajenara y decirle “si” a sus ideas sin
meditar, no soy “un toro desganado” aunque tomo café todos los días.
Al menos, lo sombrío de aquel cuento me ayudo a
distinguir algo que no había apreciado de los fragmentos de Jesús; “miren las
aves del cielo…”, “considerad los lirios del campo, como crecen…”, “Y si la
hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así,
¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?...” (San Mateo 6:25-34). Aunque
los versos cristianos son asociándolos con los afanes de la vida, la
preocupación que despierta las necesidades básicas y las ambiciones, no podemos
negar que también, usar como referencia la creación es una invitación para
admirarla y ser sanado por ella, en medio de rutinas y afanes. Parece que
Cristo muestra lo extraordinario que puede ser lo ordinario; las aves, las
flores, el pasto.
Si observamos, la creación nos fue entregada sin nuestros
meritos, ni esfuerzos, la aprecia el pobre, el rico, el ciego puede escuchar su
sonido, el sordo puede maravillarse de sus colores y nuestra piel puede sentir
sus texturas. Todos disfrutamos el paisaje sin meritos, aunque lo distinguimos
desde los afanes. No puedo evitar asociar estas ideas a la pregunta de Jesús; “¿De
qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si ha perdido su alma?” (San
Marcos 8:36), curioso texto, quisiera saber que significa “perder el alma”,
pues el verso no dice; ¿de qué sirve ganar el mundo, si te conviertes en
delincuente o pecador?, ¿Qué es perder el alma?.
La palabra “alma” viene del latín “anima”, asociada con
“animo”. Nos referimos a los objetos “inanimados” aquellos que no poseen vida. En
el origen, siendo Adán un ser inanimado recibió vida con el soplo de Dios. En
el Edén, la creación fue dada como regalo sin nuestros meritos. La serpiente sembró
un afán; “ser como Dios”, ser como alguien más, y desde ahí, una ambición constante
persigue a cada generación alejándonos del regalo que nos fue dado, Cristo, el
salvador inculca; “miren las aves del cielo…”, “considerad los lirios del
campo, como crecen…”. Entonces, ¿servirá de algo afanarse perdidamente a las
cosas inanimadas hasta perder el ánimo que nos da vida?, no hay palacios que digan
“te quiero”, ni dinero que cante como las aves. Si bien, lo laboral nos
enfrasca en una rutina cotidiana, hay quienes tienen el don para apreciar lo
extraordinario de las cosas ordinarias.