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domingo, 19 de julio de 2015

Lo extraordinario de lo ordinario

            Alguien me recomendó una lectura de Julio Cortázar, jamás había leído su obra y entiendo que su apellido enajena por la fama. Aunque aun no termino de leer “historia de cronopios y de famas”, no quiero juzgar la obra, sino compartir lo que sentí  cuando leí la primer pagina del libro. Sin entrar en detalles, ni saber las intenciones del autor en su necesidad de expresar tales dichos como complemento de su obra. El primer cuento “manual de instrucciones” me pareció algo ofensivo para quien vive una vida rutinaria, urbana. Cortázar los describe como “toros desganados”, comparándolo con animales de corral, inhabilitados para romper su tren de vida; “La tarea de ablandar el ladrillo todos los días, la tarea de abrirse paso en la masa pegajosa que se proclama mundo, cada mañana topar con el paralelepípedo de nombre repugnante, con la satisfacción perruna de que todo esté en su sitio, la misma mujer al lado, los mismos zapatos, el mismo sabor de la misma pasta dentífrica, la misma tristeza de las casas de enfrente, del sucio tablero de ventanas de tiempo con su letrero «Hotel de Belgique». Meter la cabeza como un toro desganado contra la masa transparente en cuyo centro tomamos café con leche y abrimos el diario para saber lo que ocurrió en cualquiera de los rincones del ladrillo de cristal”. Hasta ese momento, me preguntaba ¿Por qué dedico tiempo a alguien que se expresa así de la vida cotidiana y ordinaria?. No quería que el apellido Cortázar me enajenara y decirle “si” a sus ideas sin meditar, no soy “un toro desganado” aunque tomo café todos los días.
            Al menos, lo sombrío de aquel cuento me ayudo a distinguir algo que no había apreciado de los fragmentos de Jesús; “miren las aves del cielo…”, “considerad los lirios del campo, como crecen…”, “Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?...” (San Mateo 6:25-34). Aunque los versos cristianos son asociándolos con los afanes de la vida, la preocupación que despierta las necesidades básicas y las ambiciones, no podemos negar que también, usar como referencia la creación es una invitación para admirarla y ser sanado por ella, en medio de rutinas y afanes. Parece que Cristo muestra lo extraordinario que puede ser lo ordinario; las aves, las flores, el pasto.
            Si observamos, la creación nos fue entregada sin nuestros meritos, ni esfuerzos, la aprecia el pobre, el rico, el ciego puede escuchar su sonido, el sordo puede maravillarse de sus colores y nuestra piel puede sentir sus texturas. Todos disfrutamos el paisaje sin meritos, aunque lo distinguimos desde los afanes. No puedo evitar asociar estas ideas a la pregunta de Jesús; “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si ha perdido su alma?” (San Marcos 8:36), curioso texto, quisiera saber que significa “perder el alma”, pues el verso no dice; ¿de qué sirve ganar el mundo, si te conviertes en delincuente o pecador?, ¿Qué es perder el alma?.

            La palabra “alma” viene del latín “anima”, asociada con “animo”. Nos referimos a los objetos “inanimados” aquellos que no poseen vida. En el origen, siendo Adán un ser inanimado recibió vida con el soplo de Dios. En el Edén, la creación fue dada como regalo sin nuestros meritos. La serpiente sembró un afán; “ser como Dios”, ser como alguien más, y desde ahí, una ambición constante persigue a cada generación alejándonos del regalo que nos fue dado, Cristo, el salvador inculca; “miren las aves del cielo…”, “considerad los lirios del campo, como crecen…”. Entonces, ¿servirá de algo afanarse perdidamente a las cosas inanimadas hasta perder el ánimo que nos da vida?, no hay palacios que digan “te quiero”, ni dinero que cante como las aves. Si bien, lo laboral nos enfrasca en una rutina cotidiana, hay quienes tienen el don para apreciar lo extraordinario de las cosas ordinarias.