Para introducir al lector a la reflexión de hoy, hare una
breve reseña de la vida del apóstol San Pablo. El fue judío de raza, de la
tribu de Benjamín, perteneció al partido de los fariseos siendo su maestro
Gamaliel, gran rabino de Jerusalén. En algún tiempo, San Pablo, bajo su antiguo
nombre, “Saulo”, fue el terror de los cristianos. Se convirtió al cristianismo tras
tener una visión de Jesucristo rumbo a la ciudad de Damasco. Los cristianos de
aquel tiempo dudaban de su conversión.
San Pablo es uno de los pilares del pensamiento
cristiano, es autor de la mayoría de las cartas del nuevo testamento. El
apologista Scott Hahn afirma; “Entre católicos, protestantes y evangélicos casi
no hay discusión de lo enseñado por Jesús. La mayoría de las discusiones se
centran en lo que San Pablo enseño y plasmo en el nuevo testamento”.
Entrando en la reflexión de hoy, en el libro de los
hechos de los apóstoles se narra cómo San Pablo es detenido por anunciar el
evangelio, entre sus vicisitudes y sin saberlo, se iguala al Sumo sacerdote de
los judíos. Leamos cual fue su actitud al enterarse de esto; “Con los ojos fijos
en el Sanedrín, Pablo dijo: “Hermanos, hasta hoy yo he obrado con rectitud de
conciencia delante de Dios”. El Sumo Sacerdote Ananías ordenó a sus asistentes
que le pegaran en la boca. Entonces Pablo replicó: “A ti te golpeará Dios,
hipócrita. ¡Tú te sientas allí para juzgarme según la Ley y, violando la Ley,
me haces golpear!”. Los asistentes le advirtieron: “Estás insultando al Sumo
Sacerdote de Dios”. “Yo no sabía, hermanos, que era el Sumo Sacerdote,
respondió Pablo, porque está escrito: No maldecirás al jefe de tu pueblo”
(Hechos 23:1-5).
San Pablo conoce la ley judía: “No injuriarás a los
jueces, ni maldecirás al príncipe de tu pueblo” (Éxodo 22:28). Bajo la nueva fe
del apóstol, el sacerdocio de los judíos ha sido dejado atrás, ha caducado ante
el sacerdocio de Jesucristo. Sin embargo, San Pablo al mencionar: “Yo no sabía,
hermanos, que era Sumo sacerdote…” suena respetuoso de las autoridades de su
tiempo, a pesar de que estas no sean justas y sacras. Al ser judío de raza, y
en el contexto, estas autoridades teocráticas serian como la expresión de lo
que hoy es la autoridad civil; ministerio público, juez, etc.
Cuando San Pablo escribe la carta a los Romanos inculca
algo sumamente importante sobre el respeto a la autoridad; “Todos deben
someterse a las autoridades constituidas, porque no hay autoridad que no
provenga de Dios y las que existen han sido establecidas por él” (cap. 13, v. 1).
Parece sumamente injusto someterse a una autoridad injusta, pero ¿Qué ejemplo
nos dio Jesús de ello?, solo recordemos la expresión de Cristo al ser juzgado
por Pilato; “ninguna autoridad tendrías sobre mí si no te hubiese sido dada
desde el cielo…” (San Juan 19:11).
Entonces, ¿Qué podemos concluir de esta expresión
paulina, siendo que las autoridades, aunque injustas, han sido establecidas por
Dios?, muchos de nuestros jueces están vinculados con mafias políticas,
incluso, hombres de fe, obispos ó párrocos de cierta influencia caen en delitos
despreciables, ¿Por qué creer que esta autoridad corrompida ha sido puesta por
Dios para obrar la justicia?, ¿Por qué no recurrir, al menos, al insulto para
expresar nuestro enojo?.
Es necesario creer, buscar la justicia sin ser rebeldes a
la autoridad. Debemos llamar a las autoridades a la conversión, y si es
posible, que los conversos ocupen tales cargos, que así sea, y que por la
oración y aliento de nosotros no se corrompan. Porque si las autoridades terrenas
han sido puestas por Dios fue para algo bueno, en los creyentes esta la voz de
Dios para exhortarlas y que recobren su rumbo.