El Padre
Nuestro no es simplemente una oración, puedo distinguirlo también como una
revelación y una declaración de fe cristiana. La oración inicia proclamando un
Dios comunitario, no un “Dios personal” como se proclama hoy en día, no se inicia
diciendo “Padre mío”. Para los que creen no necesitar de nadie para hablar con
Dios, hay que mirar la historia, Dios ha hablado por medio de la comunidad;
hablo al faraón por medio de Moisés, hablo a Israel por los profetas y hablo a
los pueblos por la Iglesia en la evangelización. Dios se expresa conmigo y en
los otros. Es un error afirmar que no necesitamos de los demás para hablar con
Dios, El se expresa en las necesidades de los otros; “en verdad os digo que en
cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí
lo hicisteis” (S. Mateo 25: 40). Dios me habla a mí para hablarte a ti y te
habla a ti para hablarme a mí. Dios no es solo de nosotros sino que Dios es
nuestro; tuyo, mío y de los demás, es nuestro creador, nuestro Padre que nos
dio el ser, su semejanza, en el bautismo reconocemos su paternidad.
Después
proclama “Que estas en el cielo, Santificado sea tu nombre”. Dios es amor, si lo
es, pero no es un amor inmundo, es un amor santo, El habita en la santidad. Se manifestó
a Moisés como el “Yo Soy” y aunque a Jesús tiene un nombre, no conocemos el nombre de Dios Padre. El se manifestó
como algo impronunciable “YHWY” y quizá en esto hay un símbolo de lo
indescriptible de su gloria.
“Venga a
nosotros tu reino”, esto implica que estamos fuera de ese Edén, fuera de ese
ideal de comunión plena con el creador y el prójimo –nosotros- pero el reino de Dios que puede ser recibido entre nosotros porque así lo pedimos y así lo
enseño Jesús. “Si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que
pidan aquí en la tierra, les será hecho por mi Padre que está en los cielos”
(S. Mateo 18:19), la venida del reino es también un asunto de los hombres, debemos
ponernos de acuerdo para alcanzar la paz con la ayuda de Dios: “venga a nosotros
tu reino”.
“Hágase
tu voluntad, en la tierra como en el cielo”, aquí podría considerarse el
reconocimiento al libre albedrio del ser humano y las vicisitudes de la creación,
pues al pedirle a Dios que se haga su voluntad, ¿Qué acaso otro también ejerce su
voluntad?, si, hay otro, el hombre ejerce su voluntad y en su rebeldía daña a
otros, la creación también experimenta catástrofes, terremotos, tormentas y
sequias, aunque los pueblos antiguos veían esto como un enojo de los dioses, no
sucede así con el hombre moderno. ¿Cuál podría ser la voluntad de Dios ante la
injusticia humana y la catástrofe?, su voluntad es que los hombres de Dios actúen
y hagan valer su voluntad en la tierra como en el cielo. Pedimos en la oración
el hacer para que en nosotros la caridad se vuelva más grande. Dios está en el
cielo pero también está en nosotros; “danos hoy nuestro pan de cada día” para
compartirlo con los otros ó recibirlo de los demás.
“Perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, con
la vara que midas te medirán, el hombre que sabe perdonar descansa en su alma,
quien vive con resentimiento vive como en una prisión. “No nos dejes caer en la
tentación”, en realidad uno cae en la tentación y es vencido porque se olvida
de Dios y cuando se afirma “líbranos del mal”, no sé si se refiera a librarnos de
las desgracias de vida – como una crucifixión – ó no caer en el mal, ósea, que
nuestro corazón quede ausente de la conversión y el deseo de la presencia de
Dios.