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domingo, 3 de septiembre de 2017

La pobreza de San Ignaciano

Recientemente en una reunión se expuso parte de la vida de San Ignacio de Loyola enfatizando su afecto por la pobreza. No soy un conocedor de la vida de este santo pero vale la pena compartir lo poco ó mucho que pude reflexionar en base aquella reunión. 
San Ignacio fue un militar español converso a la fe católica, provenía de una familia de nobles e ilustres de la casa de Balda, uno de los linajes más antiguos de la provincia de Guipúzcoa, España. A él se le debe la fundación de la compañía de Jesús comúnmente conocidos como “Jesuitas”, caracterizados por el uso de ejercicios espirituales y el voto de pobreza.
Tras su conversión y en su proceso, San Ignacio se despoja de sus comodidades para abrazar la pobreza, vive pidiendo limosna y reparte lo recibido entre los pobres. En un tiempo él pensó que guardar cosas materiales –por más pequeñas que fuesen- limitaba su confianza en Dios, de tal forma, que en un tiempo vivió solo con lo que tenía en su bolsa, en el hoy, sin saber, ni guardar algo para mañana. Por esta experiencia puedo decir que parte de su formación e inspiración religiosa la recibió gracias a la pobreza.
Parte del interés de San Ignacio fue la preocupación de los pobres, también, la necesidad espiritual ó más bien la pobreza espiritual que existe dentro de cada persona, esto es, la carencia de Dios, la necesidad de la evangelización y la predicación para resolver tales carencias que son invisibles y no distinguen clases sociales.
De tal suerte, al pertenecer a una familia de ilustres y nobles españoles, me atrevo afirmar que San Ignacio al encontrarse en Dios, huye de su pobreza espiritual enraizada por la confianza que tuvo en la nobleza y se une a la pobreza para enriquecerse espiritualmente. Tras este acto radical, San Ignacio nos enseña en su arrebato, que la pobreza espiritual puede ser peor que la pobreza material, al lanzarse a ese vacío confiando en Dios nos hace entender que él apostó por algo mejor y el costo de oportunidad de esa inversión fue despojarse de sus riquezas terrenales.
Entonces, si un rico se atreve hacer una inversión de ese tipo para recibir algo mejor –dejar sus bienes terrenos, abrazar la pobreza buscando la riqueza espiritual- no debiésemos ver a la pobreza como “algo malo” ó como “una tragedia” –lo vemos así porque nuestro corazón está inclinado a las comodidades terrenas- mirando el ejemplo del Santo, la pobreza debiese ser vista como una oportunidad de crecimiento interior y aprendizaje, de tal manera que no debiésemos ver a los pobres con lástima sino con admiración, como maestros en la fe por su confianza en Dios y retribuirle en su necesidad terrenal como a un hermano, no como a un marginado, ósea, el que vive al margen de nosotros.

Termino con una fracción del pensamiento Ignaciano; “Dios me ama más que yo a mí mismo. ¡Siguiendo a Jesús, no me puedo perder!, Dios proveerá lo que mejor le parezca”.