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domingo, 25 de noviembre de 2018

La pascua en Egipto


            Antes de que los Israelitas fuesen liberados por Moisés de la opresión de Egipto, y aun, antes de que el profeta terminara de enviar la totalidad de señales y plagas sobre aquel imperio, Dios instituye entre los hebreos la pascua como señal de un pacto. Esta consistía en sacrificar un cordero y comer panes sin levadura. La sangre del sacrificio seria puesta en los marcos de puertas donde habitasen los hebreos, esta sería la señal de salvación entre el pueblo escogido y Dios.
            "La sangre será vuestra señal en las casas donde moráis. Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora cuando yo hiera el país de Egipto. Este será un día memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahveh de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre. Durante siete días comeréis ázimos; ya desde el primer día quitaréis de vuestras casas la levadura. Todo el que desde el día primero hasta el día séptimo coma pan fermentado, ese tal será exterminado de en medio de Israel" (Éxodo 12:13-15).
            La fiesta de la pascua judía es celebrada hasta hoy –entre judíos- y hace alusión a la libertad otorgada por Dios para Israel. Ningún israelita puede considerarse un judío completo si no celebrar la pascua, el evento no se pone a discusión entre la comunidad hebrea, es simplemente una obligación de fe.
            Comer del pan de la pascua hebrea implica un respeto y una preparación física, como se cita en el último verso: “todo el que desde el día primero hasta el día séptimo coma pan fermentado, ese tal será exterminado de en medio de Israel”. No abstenerse de esta norma implica la muerte espiritual para un judío.
            El antecedente de la pascua judía es importante para nosotros los católicos. En el nuevo testamento, Jesús es presentado como cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Esta semejanza entre la pascua judía y la vida de Jesús debe hacernos reflexionar en la pedagogía que Dios ha manifestado a este mundo, de tal forma que, podamos disfrutar de una mejor manera los sacramentos que nos han sido entregados.
            Es Jesús quien expresó; “si no coméis la carne del hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros…” (San Juan 6:53). La frase no debe ser leída como una exclusión ó una amenaza, sino como una invitación a la vida, siendo el antiguo testamento el antecedente de esta realidad que Dios desea presentar en la sangre de Jesús.
            Estar lejos de la carne y sangre de Jesús, nos hará permanecer en muerte espiritual, en un lugar donde el pecado no es distinguido y la santidad no es disfrutada. De alguna forma, la ofrenda de Jesús, su cuerpo eucarístico, nos fortalece ante la calamidad espiritual del pecado.
            Para concluir esta reflexión., Dios, antes de entregar la libertad a los hebreos de Egipto, opto por dar la sangre del sacrificio como signo de salvación, y, solicito al pueblo de Israel no olvidar este evento y perpetuarlo entre sus generaciones. ¿Qué acaso Jesús no ha hecho lo mismo con nosotros?, ¿Qué acaso no dijo al instituir la Eucaristía; “hagan esto como memorial”?. Participemos de esta invitación a la salvación, esta invitación a la vida.     

domingo, 18 de noviembre de 2018

San Toribio Romo


Por motivos de trabajo visite Ciudad Juárez, Chihuahua. Al terminar mi jornada encontré $20 dólares tirados en la banqueta, esa casualidad me pareció la invitación para cruzar al Paso, Texas.
La ciudad del Paso me sorprendió por la cantidad de ofertas. Entre tantas tiendas encontré una de artículos electrónicos; estéreos, bocinas, etc., en esa tienda también encontré artículos religiosos. En la estantería había muchísimas estampitas con oraciones de distintos santos, escogí una al azar, al mirar el reverso leí “la oración del migrante”, el nombre de aquel Santo fue Toribio Romo. Esto me sorprendió por el antecedente que vivimos en México con la caravana migrante, y más, porque una amiga y yo desde hace tiempo visitamos el Instituto Nacional de Migración. Precisamente, queremos renovar las visitas con una intención bíblica y reflexionar en la sabiduría de las Escrituras al lado de los migrantes detenidos.
El asunto de la tienda lo consideré una simple casualidad –es una ciudad fronteriza, es lógico encontrar cosas así-. Regresé a ciudad Juárez y me dedique a contemplar la ciudad mientras caminaba. Llegada la hora de comer, anduve por varios negocios de comida buscando quien pudiese facturar mis viáticos. Visite varios comercios y ninguno facturaba. Cansado de tanto caminar sin encontrar lugar, me decidí por un negocio que estaba completamente vacío -pensé que aquel lugar no tendría buena comida-, decidí darles la oportunidad y me dispuse a pedir la carta. Pedí un caldo de res, cuando el mesero puso el plato en la mesa no era lo que imagine -volví a creer que me había equivocado de lugar-. Al terminar pedí la cuenta, el mesero contesto “ahorita te la llevo”, al ver que no venia conteste; “no te molestes, voy a caja y pago”. Cuando estaba en la caja me sorprendió ver de lado derecho la misma estampa de Santo Toribio Romo pegada sobre un espejo. Le dije al mesero -Toribio es muy conocido en Ciudad Juárez, ¿verdad?- ¿Quién es ese? –Toribio, el hombre de la estampa, el de los migrantes- No sé quién es, no sabía que era de los migrantes, tampoco se quien pego esa estampa aquí. Aquí está tu cambio-. Al concluir la plática con el mesero entendí que Toribio deseaba estar presente en aquella visita en Ciudad Juárez, su motivo era la migración.
No soy muy devotó de los santos –salvo San Pablo y la Virgen María-. Pero la insistencia de Toribio me pareció como ese hermano que desea sumarse a la iniciativa de otros hermanos. En la casualidad, pude visitar cualquier otra tienda, escoger cualquier otra estampa, otro restaurante, pude recibir la cuenta en mi mesa sin necesidad de ir a la caja, pero tuvo que ser así, porque la actitud del hermano que vive en santidad es esa, buscar la forma posible ó imposible para estar presente y dar ánimo a los hermanos a razón de fortalecer la obra de Dios.
Hay que apoyar el migrante en su necesidad material sin olvidar que hay también necesidades espirituales. Los santos dan testimonio de esa vida, la vida gloriosa.  
Esta anécdota en Juárez con San Toribio me hace recordar aquel texto del apóstol San Pedro, donde él se empeña para guiar a los hermanos siempre, incluso, después de su muerte; “Me parece justo, mientras me encuentro en este cuerpo, estimularlos con el recuerdo, sabiendo que pronto tendré que dejar mi cuerpo, según me lo ha manifestado nuestro Señor Jesús. Pero pondré empeño en que, en todo momento, después de mi partida, podáis recordar estas cosas” (2da de Pedro 1:13-15). 

domingo, 11 de noviembre de 2018

El faraón (parte dos)


            Recientemente compartí una reflexión sobre el faraón de Egipto, hombre que oprimió al pueblo de Israel cuando este se multiplicó y supero en número a los egipcios. El faraón suponía que los hebreos en algún momento se sumarian a sus enemigos y bajo este supuesto los consideraba una amenaza. Por las cartas de San Pablo sabemos que los hebreos permanecieron cuatrocientos años en Egipto, es notorio que faraón nunca considero a los hebreos como parte de su pueblo. El temor del faraón bajo sus propias suposiciones lo hace ir no solo en contra de los hebreos, sino también, en contra de los no nacidos; 
            "Luego el rey de Egipto se dirigió a las parteras de las hebreas, una de las cuales se llamaba Sifrá y la otra Púa; les dijo: “Cuando asistan a las hebreas, y ellas se pongan de cuclillas sobre las dos piedras, fíjense bien: si es niño, háganlo morir; y si es niña, déjenla con vida”. Pero las parteras temían a Dios, y no hicieron lo que les había mandado el rey de Egipto, sino que dejaron con vida a los niños. Entonces el rey llamó a las parteras y les dijo: “¿Por qué han actuado así, dejando con vida a los niños?”. Las parteras respondieron: “Es que las mujeres hebreas no son como las egipcias. Son más robustas y dan a luz antes de que llegue la partera”. Dios estaba con las parteras, así que el pueblo creció y llegó a ser muy fuerte; y a las parteras, por haber temido a Dios, les concedió numerosa descendencia. Entonces Faraón dio esta orden a todo el pueblo: “Echen al río a todo niño nacido de los hebreos, pero a las niñas déjenlas con vida” (Éxodo, 1:15-22).
            El tema se vuelve actual si lo cotejamos con la realidad que vivimos hoy en día; el derecho a la vida, pues, quienes se ostentan de ser una generación progresista promoviendo la interrupción del embarazo, en realidad están promoviendo actitudes similares a las del faraón, promoviendo leyes, obligando a los parteros, a los médicos, a que perviertan su profesión haciendo del lugar de parto un matadero, un rastro.
            Quien busca el aborto es un ser que tiene temor al futuro, igual que el faraón, tiene temor amar, temor a contemplar la vida que viene y disfrutarla.
            La vida no puede ser vivida bajo un elitismo que nos invita a sostener nuestro egoísmo cerrando paso a la vida. Hay una luz de vida que se refleja en el rostro del que nace, esa luz nos mueve y motiva, es el recién nacido indefenso que depende del afecto de todos nosotros. El aborto es la consecuencia de la carencia del afecto social, de una comunidad que se niega a recibir más miembros y se confabula para matarlos.   
            Siempre habrá apologías del aborto; “permitirlo para evitar la muerte de mujeres en abortos clandestinos”, pero simplemente debemos considerar, estas mujeres pudiesen estar vivas si hubiesen decidido dar a luz en un centro de salud, pero prefirieron exponerse al peligro, su deseo fue asesinar al ser de sus entrañas y  recibieron el mismo pago; “todos los que pelean con la espada, también a espada morirán”. Esas mujeres que fallecieron por un aborto clandestino necesitaron la predicación de algún discípulo de Jesús, que fuese luz y guía, profeta del mensaje de esperanza para vencer los dardos del tentador.

domingo, 4 de noviembre de 2018

El faraón


            Hace algunas semanas compartí una reflexión sobre la muerte de Jacob, en Egipto, y como él encontró honor en aquella tierra gracias al merito de su hijo, José, el soñador. Afirme que este José es prefigura de Jesús, ambos son traicionados por su gente, alabados en pueblos ajenos, y sobre todo, por traer salvación. José los salvo del hambre al vaticinar la carencia que vendría.
            Con la muerte de Jacob y la llegada de su familia a Egipto termina el último capítulo del génesis. El libro de éxodo inicia citando la cantidad de hebreos que entraron a Egipto tras la hambruna. Señalando que después se levanto otro faraón que no conoció la historia de José de Egipto;  
            “Entró a gobernar en Egipto un nuevo rey, que no sabía nada de José, y dijo a su pueblo: “Miren que los hijos de Israel forman un pueblo más numeroso y fuerte que nosotros. Tomemos precauciones contra ellos para que no sigan multiplicándose, no vaya a suceder, que si estalla una guerra, se unan a nuestros enemigos para luchar contra nosotros y escapar del país”. Les pusieron entonces capataces a los israelitas, para sobrecargarlos con duros trabajos. Edificaron así para Faraón las ciudades de almacenamiento: Pitom y Ramsés. Pero cuanto más los oprimían, tanto más crecían y se multiplicaban, de tal modo que la gente ya no soportaba a los israelitas. Los egipcios trataron con brutalidad a los Israelitas y los redujeron a esclavitud. Les amargaron la vida con duros trabajos de arcilla y ladrillos, con toda clase de labores campesinas y toda clase de servidumbres que les imponían por la fuerza” (Éxodo 1: 8-14).
            El desconocimiento que faraón tuvo sobre la vida de José, me hace pensar que él pudo actuar de una mejor forma si hubiese conocido esa historia, y pienso en aquellos que, ignorando el evangelio se privan de vivir de una mejor manera.  
            La historia del faraón, es la historia del hombre que por ignorancia y temor al futuro actúa injustamente contra su prójimo; “Tomemos precauciones contra ellos para que no sigan multiplicándose, no vaya a suceder, que si estalla una guerra, se unan a nuestros enemigos para luchar contra nosotros y escapar del país…”.  
            Faraón construyo en su imaginación un futuro probable y tuvo miedo a que los hebreos –sus esclavos- escaparan, por eso actuó así. Muchos de nosotros hacemos lo mismo porque tenemos miedo a perder nuestra comodidad, nuestra jerarquía, nuestra posición. Por temor participamos de la opresión, pero el hombre justo vive tranquilo y su tranquilidad la comparte, el hombre injusto sospecha hasta de su sombra y se inventa enemigos.
            Siendo Sonora un estado fronterizo, ¿nos inquieta la situación migratoria que está viviendo México?. Es inevitable sentir temor, la confianza en Dios debe movernos para obrar la justicia y la caridad. Tengamos fe y valentía para actuar el evangelio.
            Para concluir, el faraón no fue capaz de ver a los hebreos como parte de su pueblo; “que no sigan multiplicándose…”. A veces así somos, decimos; “aquellos y nosotros”. Ponemos etiqueta por raza, nacionalidad, ingreso, religión, hasta por género musical, pero solo somos gente con anhelos y costumbres; somos criaturas de Dios.