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domingo, 17 de marzo de 2019

El sacrificio sobre el altar


            En el antiguo testamento están descritos los sacrificios y las ofrendas que el pueblo de Israel debe ofrecer a Dios, es parte del rito alimentarse de lo que se ofrece. Curiosamente, cualquier comida cotidiana que incluya carne incluye un sacrificio. Una discusión surgió entre los Israelitas; si la carne que se come cotidianamente incluye un sacrificio, incluyamos ese sacrificio para cumplir con una ofrenda a Dios cada vez que comamos carne. Por esto, Dios ordeno a Moisés una prescripción para que su pueblo aprendiera a distinguir lo cotidiano de lo sagrado;
            “Guárdate de ofrecer tus holocaustos en cualquier lugar sagrado que veas; solo en el lugar elegido por Yahvé en una de tus tribus ofrecerás tus holocaustos y solo allí pondrás en práctica todo lo que te mando., … Cuando Yavhé tu Dios haya ensanchado tus fronteras, como te ha prometido, y digas; “quiero comer carne”, puesto que deseas comer carne, siempre que lo desees podrás comer carne. Si el lugar que elija Yavhé tu Dios para poner allí su nombre te queda demasiado lejos, podrás matar del ganado mayor y menor que Yavhé te haya concedido, del modo que yo te he prescrito; y podrás comerlo en tus ciudades a la medida de tus deseos; exactamente como se come la gacela o el ciervo lo comerás; podrán comerlo tanto el hombre puro como el hombre que este en impureza., … Pero las cosas sagradas que tengas y las que hayas prometido con voto, iras a llevarlas aquel lugar que haya elegido Yavhé. Harás tus holocaustos, la carne y la sangre, sobre el altar de Yavhé tu Dios. La sangre de tus sacrificios de comunión será derramada sobre el altar de Yavhé tu Dios, y tu podrás comer la carne”. (Deuteronomio 12:13,14, 20-22, 26-27) 
            En este texto del antiguo testamento hay algo que debemos distinguir; no ofrecer sacrificios en cualquier lugar sino en el lugar que Dios instituyó, y, la relación que tiene la sangre del sacrificio con el altar.
            En una comida ordinaria judía la sangre no debe ser comida, debe ser arrojada al suelo pero la sangre de un sacrificio de comunión debe ir sobre el altar. Es interesante y contundente para el judío hacer sus sacrificios sagrados en un lugar específico y sobre el altar, ofreciendo el servicio sacerdotal la tribu que recibió tal atribución; la tribu de Levi. ¿Podemos encontrar para nosotros algún significado en esta ley antigua escrita para los judíos?. Si, el hecho de que Dios y Moisés focalicen el culto y el sacrificio en un punto colabora para que el pueblo no se divida en su celebración de fe y para dar un signo sagrado al lugar, no un signo “mágico”, sino sagrado porque ahí es el lugar donde se hace el sacrificio a Dios. No hay otro lugar donde rociar la sangre del sacrificio sino ese lugar y sobre ese altar.
            Esta pedagogía del antiguo testamento debe hacernos ver lo importante que es acudir al altar donde se ofrece el pan eucarístico, que es el sacrificio de comunión. Muchos por ignorancia y por tener un concepto equivocado del amor divino suponíamos que el lugar y la acción de la misa era intrascendente; como si Dios estuviese obligado aceptar cualquier cosa que nosotros le ofrezcamos en el lugar que a nosotros nos plazca. Dios es amor pero no es “solo amor” es mucho mas, él también nos convoca a encontrarnos con los demás; encontrarnos con la enseñanza, con el sacerdocio, con el altar, con el pan y con la gracia.
            Veamos como Jesús respeto el lugar del sacrificio; el tuvo que padecer su crucifixión en Jerusalén porque hasta ese entonces la ley judía obligaba a ofrecer el sacrificio de comunión en Jerusalén, no en otro lugar.  
            Para nosotros, el pueblo del nuevo testamento, Jesús ha dicho sobre el pan y el vino “esto es mi cuerpo, esto es mi sangre, hagan esto como memorial…”. Podemos celebrar la Eucaristía en cualquier lugar donde un sacerdote pueda celebrarla, pero como cristianos no podemos deslindarnos de la misa para ofrecer cualquier cosa, pues Jesús ha dicho “hagan esto”.

domingo, 10 de marzo de 2019

Hijos de Dios


            Todos conocemos la historia Abraham, al cual, Dios lo llamo a salir de su tierra y dejar su parentela en búsqueda de una tierra que le sería entregada; “El Señor dijo a Abram: “Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición” (Génesis 12:1,2).
            Abraham y su esposa Sara eran de edad avanzada, buena posición económica, y no podían tener hijos. Los creyentes estamos acostumbrados a mirar a Abraham como el hombre que partió en busca de una tierra prometida, sin embargo, existen otras motivaciones en el personaje. No es creíble que un hombre de edad avanzada, acaudalado, sin hijos, le motive dejar su casa, volverse un peregrino, para ir en búsqueda de mas bienes materiales, no tiene sentido, tiene sentido que lo haga si por ello recibe descendencia: “Yo haré de ti una gran nación…”. Abraham es el patriarca del pueblo de Israel.
            En el antiguo testamento la historia de la salvación nos mostrará a un pueblo de Israel peregrino en busca de la tierra prometida. El objetivo de este peregrinar es el establecimiento de la ciudad santa, Jerusalén, lugar donde los judíos adoran a Dios, es el lugar del templo de Salomón donde se ofrecen los sacrificios por el pecado y se recibió la promesa de escuchar las plegarias de Israel. Para los judíos, el contribuir en la edificación de Jerusalén es una mitzvá, es un precepto, un mandamiento.
            En el nuevo testamento, el libro del apocalipsis mostrará a Dios como algo parecido a ese Abraham buscando tener descendientes para construir una nueva Jerusalén, esta nueva ciudad no podrá ser ubicada geográficamente en un lugar, sino que está dentro del ser humano, en aquellos que guardan la alianza con Dios como si fuese un compromiso nupcial, haciendo Dios una morada en ellos:
            “Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más. Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: “Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios estará con ellos. El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó”. Y el que estaba sentado en el trono dijo: “Yo hago nuevas todas las cosas». Y agregó: “Escribe que estas palabras son verdaderas y dignas de crédito. ¡Ya está! Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tiene sed, yo le daré de beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El vencedor heredará estas cosas, y yo seré su Dios y él será mi hijo”. (Apocalipsis 21:1-7)
            Un punto importante del texto de apocalipsis es la promesa para el vencedor; “Yo seré su Dios y él será un hijo”. Será imposible completar esta paternidad, esta victoria, si olvidamos que el pecado nos asecha y nos aleja de Dios. Meditemos nuestra vida a la luz de la enseñanza de la Iglesia para poder vencer el pecado y ser vencidos en el amor de Dios.

domingo, 3 de marzo de 2019

La migración de los Israelitas


            Dentro del libro Números, capitulo treinta y dos, y treinta y tres, se mencionan eventos relacionados con la migración de las doce tribus de Israel en su búsqueda por la tierra prometida de Canaán.
            En el treinta y dos se menciona la intención de dos tribus, la de Rubén y de Gad, en su petición de no cruzar el Jordán, pues encontraron en su travesía las tierras de Galaad, de condiciones aptas para el pastoreo, esas dos tribus tenían muchos rebaños; “Si hemos hallado gracia a tus ojos, que se nos dé esta tierra a tus siervos en propiedad; no nos hagas pasar por el Jordán”. (Números 32:5)
            Aunque la petición molestó a Moisés porque el proyecto consistía en llegar a Canaán y conquistar la tierra, el acuerdo se resolvió bajo la condición de que ambas tribus tienen la obligación de acompañar al pueblo de Israel hasta Canaán para combatir a su lado; “Si los hijos de Gad y los hijos de Rubén, todos los que llevan armas, pasan con vosotros el Jordán, para combatir delante de Yahvé, y la tierra queda dominada por vosotros, les daréis el país de Galaad en propiedad. Pero si los que llevan armas no pasan con vosotros, tendrán su herencia entre vosotros en el país de Canaán”. (Cap. 32: 29, 30)  
            En esta travesía del pueblo de Israel después de salir de Egipto, no puedo evitar asociar la situación con las caravanas migrantes de centro americanos de la cual hemos sido testigos, y como por distintas circunstancias los intereses individuales hacen que estas caravanas se diluyan y se repartan a lo largo de la travesía por distintos territorios. Algunos grupos prefieren cruzar por Chihuahua, otros prefieren por Baja California, y algunos, vislumbran en este país condiciones aptas para buscar un empleo e integrarse ó hacer una pausa para definir el rumbo, otros deciden regresar, al encontrar aquí las mismas condiciones adversas de las cuales desean escapar.
            Solo debo distinguir una diferencia entre el éxodo del pueblo de Israel y el éxodo de nuestros hermanos migrantes; los Israelitas salieron del imperio Egipcio, los centro americanos desean introducirse al imperio Estadounidense., y desconozco, qué papel juega dentro de los individuos el deseo de poseer bienes materiales y homologarse al estilo de vida Norteamericano. Aun así, y –excluyendo de esta opinión, a quienes tienen familia al otro lado de la frontera, y el que huye de su país por la violencia- todo individuo tiene derecho a buscar su porvenir, y a nosotros, los Sonorenses, nos tocó ser el último eslabón de esa lista de territorios que un migrante tiene que recorrer para llegar a Estados Unidos y cumplir ese sueño de vida después de tantas pesadillas vividas.          
            El capitulo treinta y tres del libro de Números, no es otra cosa que el testimonio que Moisés escribió por orden de Yahvé, mencionando los puntos, etapa por etapa, pueblo por pueblo, donde los Israelitas acamparon desde su salida en Ramsés de Egipto hasta llegar a la frontera con Canaán. Aunque la lectura de este capítulo es tediosa, sin duda, la mención responde al agradecimiento por dar asilo para que Israel tuviese un descanso en su largo viaje. ¿Qué papel nos toca a nosotros como un pueblo fronterizo?, no olvidemos que los pacificadores serán llamados hijos de Dios.