Sitios

domingo, 26 de mayo de 2019

El llamado de Gedeón


            Gedeón es un personaje del antiguo testamento que pertenece al libro de Jueces. Fue un líder militar de origen agrícola proveniente del clan más pobre de la tribu de Manases, llamado por Dios para combatir y vencer al opresor de Israel, Medián, para restablecer la justicia dentro de su pueblo. El pasaje al que me referiré en esta reflexión pertenece al capítulo sexto del libro de Jueces: La vocación de Gedeón.   
            Según el periodo, el autor del libro de Jueces afirma que Israel pecó de idolatría adorando a otros dioses y que por esta causa Medián se fortaleció, los supero y los oprimió, robando sus cosechas, substrayendo sus ganancias al grado de empobrecerlos y tener que emigrar a los cerros.
            Lo interesante de Gedeón es su llamado y su primer acto como juez de los hebreos. En primera instancia él duda de su vocación por ser un campesino de escasos recursos sintiéndose incapaz para vencer al poderío militar de Medián. Gedeón actúa de un modo humilde ante Dios, su primera intención es confirmar si en verdad aquel llamado era divino ó era un pensamiento personal. Por esto, Gedeón entrega una ofrenda y sobre esta Dios actúa, confirma y esclarece el rumbo. ¿Cuántas de nosotros sentimos un llamado divino y en la soberbia actuamos con impaciencia sin confirmar si aquello es divino ó es de inspiración ajena?. Gedeón no solo actúo con cautela sobre su inspiración, propuso a Dios presentar la ofrenda para que aquello fuese confirmado.
            Una vez confirmado el llamado de Gedeón, el inicio de su obra de justicia fue derribar el altar que su padre, Joás, y su clan tenían dedicado para la deidad pagana de Baal. Por esta causa el clan deseó la muerte de Gedeón pero Joás ofreció una defensa de extrema sabiduría; “¿Ustedes hebreos van a salir en defensa de Baal?, ¿ustedes lo van a salvar?. Si Baal es un dios, que se defienda, ya que le han destruido un altar” (cap. 6 v. 31).  La primer obra de justicia de Gedeón fue derribar la idolatría dentro de su propia familia y su pueblo., cualquiera hubiese propuesto combatir de modo franco al opresor.
            Para construir la justicia es necesario que cada hombre se reconcilie con Dios, derribando sus propios ídolos para poner su interés personal en sintonía con los intereses de Dios. Este acto de Gedeón me hace recordar el actuar mesiánico de Jesús en Jerusalén, pues, el mesías, antes de ofrecer la liberación de un régimen opresor hace un llamado a la conversión; “el reino de los cielos se ha acercado, crean en el evangelio” (S. Marcos 1:15), convocando a la audiencia para que derriben sus propios ídolos mirando cada uno la paja en su ojo (S. Mateo 7:1-5). ¿Cuántos de nosotros, “amigos de Jesús”, deseamos que la Iglesia haga esto ó aquello para que establezca la justicia social, cuando nosotros mismos no son capaces de hacer justicia en nuestras propias casas pues estamos llenos de egoísmo, soberbia y somos nuestros propios ídolos?.
            El buen juez por su casa empieza y Gedeón, juez de Israel, empezó por la suya. Si cada hogar construye desde su propia casa la justicia para reconciliarnos con Dios, ¿no estaremos más cerca de convertirnos en un pueblo más justo?.                 

domingo, 12 de mayo de 2019

El altar de Rubén, Gad y Manasés


            “La gente de Rubén, Gad y de la media tribu de Manasés dejaron a los israelitas en Silo, en el territorio de Canaán. Regresaron al territorio de Galaad, pues esa era la herencia que habían recibido tal como Yavé lo había ordenado por medio de Moisés. Cuando llegaron a los alrededores del Jordán que forma parte del territorio de Galaad, la gente de Rubén, de Gad y de la media tribu de Manasés construyeron un altar en la ribera del Jordán. Era un altar de una altura impresionante. La noticia llegó a los israelitas: “¡Fíjense que la gente de Rubén, de Gad y de la media tribu de Manasés construyeron un altar frente al territorio de Canaán, en los alrededores de Guilgal del Jordán, junto a la frontera de los israelitas”. Entonces toda la comunidad de Israel se reunió en Silo para subir contra ellos y hacerles la guerra”. (Josué 22:9-12)
            En este contexto, Rubén, Gad y Manases, no son personajes individuales sino tribus hebreas que funcionan como subgrupos en la totalidad del pueblo de Israel. A estos no se les entrego territorios en Canaán porque prefirieron la región de Galaad (Números 32:5), esta entrega se condicionó siempre y cuando estas tribus colaboraran con el resto de tribus hebreas en la conquista de Canaán (Núm. 32:29,30). Una vez concretada la conquista, Josué, sucesor de Moisés y líder del pueblo, los despidió de Canaán y ellos partieron a Galaad.  
            Una vez que construyeron el altar, ¿por qué la comunidad de Israel deseó hacerles las guerra?, ¿acaso un altar era algo tan malo?. Dentro de las prescripciones de Moisés, había quedado establecido que todo el pueblo de Israel tuviese solamente un altar; “Guárdate de ofrecer tus holocaustos en cualquier lugar que sagrado que veas; solo en el lugar elegido por Yavé en una de tus tribus ofrecerás tus holocaustos…”. (Deuteronomio 12:13-14)
            Ante la inminente batalla contra estas tribus que estaban del otro lado de rio Jordán, la respuesta de los acusados es interesante y hermosa; “Si edificamos este altar para apartarnos de Yavé, para ofrecerle holocaustos y oblaciones, para presentarle sacrificios de comunión, que el mismo Yavé nos pida cuenta de ello. Pero actuamos así por temor a lo que pudiera ocurrir después; a lo mejor un día sus hijos dirán a los nuestros: “¿Qué tienen ustedes que ver con Yavé, Dios de Israel? Yavé puso el Jordán como frontera entre nosotros y ustedes, ustedes no tienen pues parte alguna con Yavé. Y de ese modo, debido a sus hijos, nuestros hijos dejarán de temer a Yavé. Entonces nos dijimos: Construyamos un altar, no para ofrecer en él holocaustos o sacrificios, sino para que sea un testimonio entre nosotros y ustedes, y entre nuestros descendientes. Será una prueba de que practicamos el culto a Yavé, en presencia de él, por nuestros holocaustos, nuestras ofrendas y nuestros sacrificios de comunión. De ese modo sus hijos no podrán decir a los nuestros: Ustedes no tienen nada que ver con Yavé. Nos dijimos: Si mañana nos hablan de esa manera a nosotros o a nuestros descendientes, les diremos: Miren la forma del altar de Yavé que nuestros padres construyeron, no para los holocaustos o para los sacrificios sino para que sea una prueba entre nosotros y ustedes. No queremos rebelarnos contra Yavé ni dejar de servirle. No construimos este altar para el holocausto, para la ofrenda o para el sacrificio de comunión, ni tampoco en menosprecio del altar de Yavé que está delante de su Morada”. Esas palabras que pronunciaron los hijos de Rubén, de Gad y de Manasés les gustaron al sacerdote Finjas, a los jefes de la comunidad y los jefes de los clanes de Israel que estaban con él”. (Josué 23-31)
            Lo interesante aquí, es tener el mismo pueblo dividido por el rio Jordán; de un lado de un rio se creyó que Rubén, Gad y Manases violaron la ley construyendo un altar para sacrificio, desde la óptica de los acusados, aquello no era un altar sino un símbolo de unidad que funciona como testimonio para las futuras generaciones.
            La historia de la salvación está llena de signos que dan unidad al pueblo de Israel, sucede lo mismo con la religión católica. Hoy, es común que los bautizados afirmen “no creo en esto ó en aquello” y se apartan de la Iglesia, la pregunta es, ¿en qué elementos si crees para que permanezcamos unidos sin dividirnos más?. Los hombres de espíritu se enfocan en los elementos y signos para propiciar la unidad dentro del pueblo de Dios, no centran su atención en aquello que no les satisface para justificar su deserción.  

domingo, 5 de mayo de 2019

La marca de Caín


            Después de que Caín mato a su hermano Abel, Dios lo buscó. Los versos del libro de Génesis afirman; “Dios dijo a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel?”, contesto “No sé, ¿Soy yo acaso el guardia de mi hermano?”. Replicó Dios: “¿Qué has hecho?, se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra”. Entonces dijo Caín a Dios: “Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Es decir que hoy me echas de este suelo y he de esconderme de tu presencia, convertido en vagabundo errante por la tierra, y cualquiera que me encuentre me matará”. Respondióle Dios: “Al contrario, quienquiera que matare a Caín, lo pagara siete veces” y Dios puso una señal a Caín para que nadie que le encontrase le atacara” (Génesis 4:9-15).
            La sangre de Abel clama por justicia, el texto es claro al afirmar; “se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo”, es Dios quien atiende esta situación buscando a Caín, llamándolo a la introspección: “¿Dónde está tu hermano?”, “¿Qué has hecho?”.
            Después de este llamado, Dios hace la siguiente declaración sobre Caín: “maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir la sangre de tu hermano…”. En el sentido pedagógico, este señalamiento debe ser entendido como una amonestación del creador para propiciar el arrepentimiento del pecador. Tras el señalamiento, Caín reconoce su acto y acepta su culpa: “Mi culpa es demasiado grande para soportarla…”. Caín no evadió su acción, ni se justifico culpando a su hermano. Al final de su declaración hace este señalamiento “quien me encuentre me matará”, y en respuesta a ello, Dios otorga a Caín una “marca” para que nadie lo ataque.
            Es necesario señalar un antecedente. El pentateuco –compendio de libros que incluye Génesis- fue escrito por Moisés. Uno de los conceptos más antiguos entregado por Moisés al pueblo hebreo fue “el que hiera de muerte a otro, ciertamente morirá” (Ex. 21:12). Cuando Moisés escribe en el Pentateuco la historia de Caín, parece caer en una contradicción, Caín debiese morir de la misma forma en que él asesino a su hermano Abel. Moisés por la revelación introduce en el relato “la marca” que recibió Caín y esto lo libró de recibir una muerte violenta. Esta “marca” es un beneficio para Caín. En un contexto antiguo y en términos humanos la justicia de Dios parece ser ineficiente; Caín asesinó a su hermano y en vez de recibir el mismo pago se le otorgó una marca para que nadie lo asesine. ¿Dónde está la justicia?. El asesino parece recibir mayor beneficio que el asesinado. La justicia divina es distinta a la justicia humana.  
            Esta “marca” que Caín recibió es una prefigura de un sacramento. Cuando nosotros obramos el mal y nos arrepentimos, acudimos al sacramento de la confesión y reconciliación, y así, con esta marca Dios nos libra de la muerte eterna (el infierno).
            En el llamado de la justicia divina, desde que la sangre de Abel cae al suelo y la clama, San Pablo, en la carta a los Romanos, hizo una declaración interesante que funciona muy bien como un paralelo entre la sangre de Abel y la sangre de Jesús. El apóstol afirmó, refiriéndose al evangelio, que la justicia de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia (Romanos 1:16-19). Aquí podemos notar también, que la sangre de Jesús al igual que la de Abel, clama justicia, pero no es una justicia vengativa al modo de la justicia requerida por los humanos, sino que es, una justicia que reconcilia y dota al mundo del llamado a la conversión, entregando a cada hombre esa marca en un sacramento para librarlo de la impiedad en la que vive y salvarlo de la segunda muerte (el infierno). Es necesario que la justicia de Dios llegue a todos.