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domingo, 30 de noviembre de 2025

Abraham: oración, Palabra y misión que funda una comunidad

En una ocasión le pedí a Dios que me mostrara algún pasaje del Antiguo Testamento donde pudiera vislumbrar la Trinidad. Aunque mi petición era, cuando menos, poco común, la respuesta llegó de manera inesperada: a mi mente vino, sin saber por qué, la palabra “Mambré”. Luego descubrí que varios Padres de la Iglesia —como San Agustín, San Ambrosio y San Hilario— vieron precisamente en Mambré una teofanía que prefigura el misterio trinitario. El pasaje se encuentra en el libro del Génesis:

Dios se presentó a Abrahán junto a los árboles de Mambré mientras estaba sentado a la entrada de su tienda, a la hora más calurosa del día. Al levantar sus ojos, Abrahán vio a tres hombres que estaban parados a poca distancia. En cuanto los vio, corrió hacia ellos y se postró en tierra, diciendo: «Señor mío, si me haces el favor, te ruego que no pases al lado de tu servidor sin detenerte. Les haré traer un poco de agua para que se laven los pies y descansen bajo estos árboles. Les haré traer un poco de pan para que recuperen sus fuerzas, antes de proseguir su viaje, pues creo que para esto pasaron ustedes por mi casa.» Ellos respondieron: «Haz como has dicho.» (Génesis 18,1-5)

En este relato, tres misteriosos visitantes se presentan ante Abraham para anunciarle aquello por lo que tanto había orado: su esposa Sara, estéril, concebiría un hijo. Isaac será para Abraham la señal de la esperanza: su heredero, del cual nacerá Jacob; y de Jacob, Israel; y de Israel, un pueblo llamado a caminar con Dios. El Catecismo ilumina este episodio al describir la oración y la fe de Abraham:

2570. Cuando Dios lo llama, Abraham se pone en camino “como se lo había dicho el Señor” (Gn 12, 4): todo su corazón “se somete a la Palabra” y obedece. La escucha del corazón a Dios que llama es esencial a la oración, las palabras tienen un valor relativo. Por eso, la oración de Abraham se expresa primeramente con hechos: hombre de silencio, en cada etapa construye un altar al Señor. Solamente más tarde aparece su primera oración con palabras: una queja velada recordando a Dios sus promesas que no parecen cumplirse (cf Gn 15, 2-3). De este modo surge desde los comienzos uno de los aspectos de la tensión dramática de la oración: la prueba de la fe en Dios que es fiel.

2571. Habiendo creído en Dios (cf Gn 15, 6), marchando en su presencia y en alianza con él (cf Gn 17, 2), el patriarca está dispuesto a acoger en su tienda al Huésped misterioso: es la admirable hospitalidad de Mambré, preludio a la anunciación del verdadero Hijo de la promesa (cf Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38). Desde entonces, habiéndole confiado Dios su plan, el corazón de Abraham está en consonancia con la compasión de su Señor hacia los hombres y se atreve a interceder por ellos con una audaz confianza (cf Gn 18, 16-33).  

Abraham es una figura central en la historia de la salvación. Fue quien dejó su tierra porque Dios se lo pidió, convirtiéndose así en el primer misionero de un proyecto que, en su propio contexto, parecía más un sueño personal que una promesa divina. Sin buscarlo, llegó a ser un pilar del monoteísmo: el hombre que acogió la Palabra revelada y caminó sostenido por la esperanza de una comunidad naciente, una descendencia tan numerosa que no podría ser contada. Por esto, San Pablo nos llamó “descendientes de Abraham” por la fe en Jesucristo y herederos de sus promesas (Gálatas 3,29).