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domingo, 20 de febrero de 2011

Hablar cara a cara con Dios‏


Moisés es uno de los personajes claves del antiguo testamento. Para los Israelitas la presencia de Moisés en la historia hebrea es de gran orgullo porque fue el hombre que hablo cara a cara con Dios. Pocos ó quizá ningún personaje del antiguo testamento a tenido la oportunidad de contemplar a Dios cara a cara.

Nosotros dentro de la nueva alianza hablamos con Cristo, hacemos oraciones, visitamos al Santísimo, escuchamos su voz y el nos escucha, pero aun así, no podemos contemplar a Dios cara a cara como lo hizo Moisés, sino que a Dios lo vemos por medio de la Fe y lo escuchamos por medio de la Iglesia, pretendemos hacer su voluntad pero desconocemos su rostro aunque sabemos que es bello.

En la transfiguración los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan presenciaron la gloria de Cristo cuando Éste resplandeció en el monte, apareciendo a su lado Moisés y Elías. Ningún otro Apóstol fue testigo de esto, en este pasaje podemos ver a los personajes centrales de las dos alianzas mirando a un Cristo glorioso, esto también es un símbolo, pues el antiguo testamento: “Moisés y Elías” y el nuevo testamento: “Pedro, Santiago y Juan” miran hacia lo mismo: hacia Cristo. Las dos alianzas ven lo mismo pero desde distinto ángulo, Israel desde la espera del Mesías y nosotros desde su resurrección y su retorno.

Pero, ¿Qué tienen de especial estos personajes que pudieron presenciar su Gloria y hablar cara a cara con El?. Sin duda eran escogidos, personas piadosas y de una fe sincera. Por ejemplo en el caso de la conversión de Saulo de Tarso rumbo a damasco ve una gran luz pero queda “ciego y no ve, pero si escucha”, nosotros no vemos a Dios pero si lo escuchamos.

Jesús dijo en una de las bienaventuranzas: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (San Mateo 5:8), tal vez hacer uso literal de este verso es algo injusto, pero si recordamos a nuestros semejantes, ¿a cuantos de ellos podemos hablarles cara a cara?, “quizá a todos ó quizá a ninguno”. Sabemos que para poder hablar cara a cara con alguien es necesario haber saldado todas las cuentas pendientes ó no tener nada de que avergonzarse. A veces pretendemos escudarnos solamente en la fe, para acercarnos a un Dios que no vemos, ni tocamos, y a su vez, podemos vivir años sin dirigirle la palabra a nuestro prójimo y sin pretender saldar alguna cuenta con el. Literalmente no vemos ni a Dios ni al prójimo pero decimos: “a Dios lo vemos por la fe”, aunque a veces ni lo escuchamos tampoco.

Sin duda es necesario tener un corazón puro para poder ver a Dios. Empecemos a hablándole al prójimo de frente, sin mentira, ni adulaciones ó sobornos, sin pretensión sino de forma sincera, recordemos que Jesús nos enseño que todo lo que le hagamos al prójimo a El se lo hacemos. Hay que purificarnos para poder mirar a todos cara a cara.

domingo, 13 de febrero de 2011

Lo llamaras Jesús


Los padres de familia deciden el nombre que llevaran sus hijos, y lo hacen porque sus hijos les pertenecen.

El significado de poner un nombre dentro de las sagradas escrituras es de suma importancia. Poner un nombre significa que se tiene posesión de aquello que ha recibido nombre. En el Génesis leemos que Adán puso nombre a toda la creación: “Entonces Dios formó de la tierra a todos los animales del campo y todas las aves del cielo, y los llevó ante el hombre para que les pusiera nombre. Y el nombre de todo ser viviente había de ser el que el hombre le había dado. El hombre puso nombre a todos los animales, a las aves del cielo y a las fieras salvajes. Pero no se encontró a ninguno que fuera a su altura y lo ayudara” (Génesis 2:19,20). Como leemos en este fragmento de las escrituras, Adán puso nombre a todas las cosas que le fueron entregadas por Dios. Adán como símbolo de la especie humana hace uso de toda la creación y se destaca por encima de todas las especies.

Dentro de la historia de Israel en el antiguo testamento Dios se muestra a Moisés sin usar ningún nombre, Dios se muestra como el “Yo soy”, también “Yhwh” que es algo que no puede ser pronunciado pero el ser humano lo mezclará con vocales para poder pronunciar: “Yahvé”. En la Antigüedad los hebreos para referirse a Dios y hacer una distinción entre los dioses paganos decían: “El Dios de Israel”, “El Dios de mis padres”, “El Dios de Abraham, Isaac y de Jacob”. Aun así, estas son referencias usadas por Israel, pero Dios nunca tuvo ningún nombre pues no hay quien se lo halla otorgado.

Cuando Dios otorga un nombre dentro de las sagradas escrituras también significa una alianza. Dios le cambio el nombre a Abram y lo llamó Abraham, Dios cambió el nombre a Jacob y lo llamó Israel. Dentro del nuevo testamento Jesucristo le cambia el nombre al Apóstol Simon y lo llama “Cefas” Pedro. Incluso el libro del Apocalipsis hace alusión del cambio de nombre para aquellos creyentes de Cristo que permanezcan fieles a los mandamientos del Señor, a éstos, Dios les dará “un nombre nuevo” que significa dentro del contexto del libro pertenecer por siempre a Dios en su gloria.

El Apóstol San Juan en su evangelio se refiere a la segunda persona de la trinidad como “El Verbo” de Dios, pero esto no es un nombre sino una palabra para referirse a la segunda persona de la trinidad que se encarna para la salvación del genero humano. En el primer capitulo del evangelio de Lucas podemos encontrar el relato de la anunciación del Ángel a María: “Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” (Lucas 1:31). María, siendo esclava de Dios recibió no solamente el honor de concebir en su vientre al Mesías sino también ponerle un nombre. Aquel Dios que en la antigüedad se mostraba sin ningún nombre, en Jesús es como Dios permite mostrarse como uno de nosotros y recibir un nombre. Y si Dios ha permitido que María le ponga un nombre y lo llame Jesús, es porque en la encarnación de Jesús Dios nos pertenece, se hace nuestro y es ofrecido para beneficio nuestro: “Esto es mi Cuerpo, esto es mi Sangre que por ustedes es dado”.

Dios es nuestro porque ha permitido que María le ponga un nombre, para que nosotros lo llamemos: “Jesús”. Sepamos retribuir este amor.

sábado, 5 de febrero de 2011

La llegada a la tierra prometida‏


Una vez que los Israelitas fueron liberados de la esclavitud en Egipto por medio de Moisés, el pueblo de Dios peregrina por el desierto en busca de la tierra prometida ó el valle de Canaán. En dicha travesía los hebreos enfrentan muchas dificultades, rebeliones internas, apostasía, idolatría, persecuciones y conflictos con los pueblos vecinos. Una vez que los Israelitas concluyen su viaje y llegan a la tierra prometida, Dios advierte a su pueblo que la posesión de dicha tierra no es obra de los meritos del pueblo, sino de la asistencia de Dios.

Esta travesía que enfrenta Israel en busca de la tierra prometida, será usada desde el tiempo de los Apóstoles como una analogía de lo que la Iglesia espera: “La tierra prometida que es el cielo”. Según mi parecer, Israel es como una “maqueta” de la humanidad y de la Iglesia, en la historia de Israel podemos encontrar muchos símbolos y anécdotas que vistos desde el evangelio nos amplían la visión, pues en ocasiones, los mismos errores que cometió Israel en la antigüedad son los mismos errores que nosotros cometemos como personas, mas como dijo San Pablo: “Dios no ha rechazado a su pueblo Israel”, y por decirlo de algún modo, Dios nos educa como Católicos cuando nos reflejamos en los errores de Israel.

Dios dijo a Israel antes de tomar posesión del Valle de Canaán ó la tierra prometida: “No por tus propios meritos, te doy esta tierra…”. Siguiendo la analogía, debemos reconocer dentro de la nueva alianza que Cristo estableció, que llegar al cielo ó a la tierra prometida no es un merito nuestro, sino que es parte de la obra redentora de Jesucristo que es la obra establecida por el Padre.

Cuando miramos las canonizaciones de los grandes hombres que son considerados Santos dentro de la Iglesia, no podemos negar que son un gran ejemplo de vida Cristiana para todos nosotros, su herencia y su disposición para vivir conforme al evangelio brilla en medio de nosotros, mas creo que como Católicos nos falta apreciar que la vida de los Santos es merito de la Gracia recibida de parte de Dios. Esta es la asistencia de Dios para que los hombres alcancen la tierra prometida, no por meritos propios, sino porque estos santos dispusieron su corazón, ordenaron sus pensamientos para que la Gracia de Dios los alcanzara y permitieron que ésta se perpetuara día con día. A veces como creyentes miramos la vida de los grandes Santos, antiguos y modernos y sentimos que sus vidas son inalcanzables, lo vemos así porque nos parecemos a los Israelitas antiguos que piensan que “el pequeño David venció al terrible Goliat”, cuando en realidad David venció por ser un escogido del Señor, y no por meritos de David.

Por medio del bautismo es como somos añadidos al cuerpo de Cristo que es la Iglesia, por esto somos escogidos de Dios, y es por medio de los Sacramentos que recibimos la vida de Cristo en nosotros. En Cristo recibimos todo aquello que es necesario para poder vencer las adversidades que nos impiden tomar posesión de la tierra prometida que es el cielo. Es por esto que somos los escogidos de Dios, llamados por Dios a ser Santos.