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domingo, 30 de noviembre de 2014

Romper con el pecado

¿Cuántas veces tenemos que limpiar un mueble? Ò ¿Cuántas veces debemos lavar un pantalón?, ¿una sola vez, dos veces ò mas?, debemos limpiar las cosas cada vez que sea necesario, no hay cosa que no se ensucie y no hay porque creer que algo que está limpio no volverá a ensuciarse. Si el mueble y el pantalón siendo objetos inanimados necesitan aseo, ¿cuánto más nosotros que poseemos voluntad, ocuparemos asearnos por dentro y por fuera?.
Los necios piensan; “no necesito limpiarme por dentro, mi conciencia no me acusa de nada…”. San Pablo afirmaba; “si mi conciencia no me acusa de nada, eso vale poco, Dios es quien me juzgara y no mi conciencia”. Si nos fiamos del juicio de los demás que no nos acusa, el apóstol también decía; “si ustedes no me juzgan de algo, Dios es el juez y no ustedes”. Por lo tanto, si la comunidad ò nuestra conciencia no nos redarguye, eso no significa que seamos inocentes.
Cuando estamos aturdidos por nuestras maldades, nuestro orgullo nos ciega y no alcanzamos a vislumbrar que ese modo de vivir atenta contra los demás y contra el creador. El malvado, rechaza la religión porque no desea cambiar, se escuda en los defectos ajenos para no reconocer los propios, se conforma con su modo egoísta de vivir, sin obligaciones éticas, ni sociales. Un pensamiento judío expresa sobre esta ceguera; “Cuando dos hombres terminan de limpiar una chimenea, ¿Cuál de los dos se lava la cara?, el de la cara sucia mira al de la limpia y piensa que su cara también está limpia. El de la cara limpia mira al de la sucia y piensa que su cara también está sucia, así que él se lava la cara". La realidad se interpreta a conveniencia de quien la percibe, la comodidad de la soberbia nos hará decir “estamos limpios”, meditar los textos divinos usando la humildad nos hará entender si estamos limpios ò no.
La persona que tiene formación religiosa sabe cuándo ha pecado, entiende y reconoce que no puede comulgar así. Para reconciliarse es necesario prepararse y presentar una confesión ante el sacerdote, no un protocolo como rutina social, sino como el acto de quien desea encontrarse con Dios, como el hijo prodigo que reflexiono, se arrepintió de sus malas acciones y emprendió una travesía para encontrarse con su Padre. Para romper con el pecado los hombres necesitan desear a Dios, anhelar encontrarse con su afecto en esa fiesta celestial de la reconciliación sacramental, esto brota es una conversión personal y no la parafernalia de un culto exterior. Dependiendo del estado en el que nos encontremos, vale la pena orar por nuestra conversión y orar por la conversión de los demás. Siempre es bueno volver a Dios.    
Es común que las personas posterguen la confesión, quizá por pena ò porque no encuentran el tiempo necesario en medio de las rutinas cotidianas. Los judíos dicen por su tradición; “Dios perdona las ofensas pero solo la parte que le corresponde, el resto corresponde al ofendido”. El hombre religioso debe buscar el perdón de arriba que procede de Dios, pero también el perdón de abajo que viene de los hombres.
Algunas personas no creen en el acto de confesarse ante un sacerdote. El papa Francisco I tiene una reflexión sencilla que nos hace comprender este acto; “cuando se ofende a Dios, a Cristo, también se ofende a la Iglesia que es su cuerpo, es necesario reconciliarse con el cuerpo de Cristo”.
La palabra “adviento” significa “llegada”, celebramos la llegada de Jesús al mundo, que esta época nos haga meditar sobre nuestras acciones para acercarnos aquel que se acerco a nosotros. El nos amo primero.




lunes, 17 de noviembre de 2014

Combatiendo al enemigo

Hablar de “Satán” despierta el morbo en muchas personas. Hollywood y los medios de comunicación han lucrado con este personaje, lo pintan terrorífico, lleno de esplendor maligno, como si la tierra fuese abrirse en dos y entre el fuego brillara su presencia con un rostro animal. El libro del apocalipsis hace alusiones a imágenes como “el dragón” y “la serpiente”, pero estos son recursos literarios para describir con imágenes una situación ò mas bien, a una persona; el enemigo de Dios y del hombre. Haciendo referencia a este personaje,  óptica del bautizado no puede limitarse solamente a los símbolos ò las películas. El enemigo no es alguien lejano a nosotros, tampoco se presentara con bombo y platillo cuando aparece, al contrario, es cercano, sigiloso, no causa pavor sino atracción, es persuasivo, es un excelente vendedor que manipula disfrazando el mal por el bien y el bien por mal. Tuvo la capacidad para convencer a los ángeles de que se revelaran contra Dios y habito en medio de los apóstoles de Jesucristo.  
El apóstol San Pedro describe al demonio como “león rugiente buscando a quien devorar” (1era, cap. 5, v.8).    
Dentro de las menciones que se hacen del diablo en los evangelios, una de ellas es la tentación de Jesucristo en el desierto. Habiendo ayunado el Señor por cuarenta días, tuvo hambre, el demonio se presenta maestría y le dice: “Si eres Hijo de Dios, dí a esta piedra que se convierta en pan” (San Lucas 4:3). En la primer parte del verso intento manipularlo por el orgullo; “Si eres hijo de Dios, di…”. El orgullo puede convertirnos en títeres de los demás, solo por demostrar algo que han puesto en duda, para que hagamos cosas que no queremos. Muchas personas son manipuladas porque prestan oídos a la insidia. En la segunda parte del verso, la tentación es romper el ayuno por el antojo del alimento: “que esta piedra se convierta en pan”. El diablo tentó al Jesús no con algo malo, sino con algo bueno aunque fuera de lugar, pedir que “las piedras se conviertan en pan” pueda sonar a caridad en medio del hambre, pero el diablo lo pide porque desea que se suspendan los ayunos a Dios. Imaginemos la cantidad de pretextos que cruzan por nuestra mente para no hacer ayunos cuando la Iglesia lo pide. Son tentaciones que lentamente alejan al pueblo de Dios de sus ejercicios espirituales.
El diablo no siempre se presenta con cuernos y cola, también se disfraza como una idea que ronda nuestra cabeza día y noche hasta convencernos, haciéndonos producir frutos malos que nos encadenan y traen enemistad, nos roban la paz convirtiendo nuestra vida un infierno. La oración, los sacramentos y meditar en las sagradas escrituras nos dan la fortaleza y la sabiduría para discernir entre el bien y el mal, optar por el bien.

El apóstol Santiago en su carta ofrece una excelente recomendación para combatir las asechanzas del demonio; “Sométanse a Dios; resistan al diablo y huirá de ustedes; acérquense a Dios y él se acercará a ustedes. Purifíquense las manos, pecadores; santifiquen sus corazones, indecisos. Reconozcan su miseria, laméntenla y lloren. Lo que les conviene es llanto y no risa, tristeza y no alegría. Humíllense ante el Señor y él los ensalzará” (S. cap. 4, v. 7 al 10).

domingo, 9 de noviembre de 2014

Los desterrados y el Mesías (1era parte)

Los primeros capítulos del libro de Génesis están llenos de símbolos de donde emanan enseñanzas. Muchos de nosotros cometemos el error de hacer lecturas literales ò creer que en todos los relatos de la biblia el orden cronológico es exacto como sucede en los libros modernos de historia. La biblia es un libro muy complejo, es un compendio de documentos que poseen estructuras distintas, en algunos se narran eventos históricos de la vida de Israel, en otros, se comparten relatos hebreos que expresan una teología.
En el Génesis se narra que Caín tuvo descendientes después de ser desterrado tras asesinar a su hermano Abel. El tercer hijo de Adán es Set y a partir de ahí, los textos se enfocan en Set y sus descendientes hasta llegar a Noé, después Abraham, Isaac, Jacob, el pueblo de Israel y concluir en Jesucristo. En los personajes de Set y Noé podemos encontrar símbolos de “la elección” que son pieza clave para dar promesa ò alianza, sin embargo, a la inversa, se contraponen los personajes no escogidos, los desterrados; Caín y sus descendientes, ò quienes no fueron parte de la familia de Noé cuando el diluvio, o quienes permanecieron en Ur de los Caldeos cuando Abraham atendió el llamado de Dios, dejo su hogar y recibió la promesa. De los no escogidos, la Escritura también los desterró de sus versículos y como destello de luz, Jesucristo aparece en la historia del pueblo escogido: Israel. Por consiguiente, se concluye que los no escogidos fueron aquellos pueblos alejados de la ciudadanía de Israel.
Dentro de las creencias judías, los rabinos cuentan hasta el día de hoy, que el papel del Mesías será congregar a todos los pueblos en torno a la Palabra de Dios. Tal facultad podemos encontrarla fácilmente en Jesucristo, si no fuese por él, el mundo desconociera por completo el decálogo de Moisés y el monoteísmo. La Iglesia no es otra cosa que la nación de bautizados que se compone de muchos pueblos, es “un pueblo que no es pueblo”.
Desde el antiguo testamento pueden leerse fragmentos de la experiencia de Jesús con los judíos y la relación del Mesías resucitado con los pueblos paganos, expresa el profeta; “Fui buscado por los que no preguntaban por mí; fui hallado por los que no me buscaban. Dije a gente que no invocaba mi nombre: Heme aquí, heme aquí...” (Isaías 65:1). San Pablo explica en Romanos (cap. 10, v. 20,21) que los pasajes de Isaías se refieren a los paganos como “aquellos que no buscaban al Mesías pero lo encontraron”, y a Israel como el pueblo al que Jesús dijo “heme aquí, heme aquí…”. Desde el antiguo testamento Dios anuncia que será despreciado, a compartido su dolor desde los siglos sin renunciar a su sacrificio, el nos ama.  
La resurrección de Cristo y la evangelización, trajo consigo la reconciliación y adopción de los pueblos paganos, aquellos desterrados, expresa San Pablo: “En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por su sangre. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas (leyes del antiguo testamento), para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades” (Efesios 2:12-16).
El papel del Mesías en la historia de la humanidad es un llamado a la paz, una paz que brota desde el cielo y debe permear en la sociedad por el don que reciben los bautizados. Consideremos el costo del anuncio de esta paz: la cruz.
La semana pasada se escribió sobre el simbolismo que existe en los hijos de Adán: Caín, Abel y Set. El primogénito, Caín, asesina a su hermano y es desterrado, tiene descendientes y nace una cultura. Sobre el tercer hijo de Adán, por nombre Set, se levanta una descendencia que adorara a Dios. También, en los descendientes de Noé se marca este símbolo, uno de sus hijos por un acto no grato es desterrado, mientras que, los que no participaron de la expulsión trajeron consigo una descendencia, de ahí vendrá el pueblo de Israel. Estos personajes son símbolos de la cultura hebrea más antigua, dichos relatos no deben ser considerados estrictamente históricos, sino que, en su momento sirvieron como fundamentos para que los antiguos entendieran y explicaran el porqué de la división entre el monoteísmo y el paganismo politeísta; los descendientes de Set y los descendientes de Caín, los escogidos y los desterrados.
En el antiguo testamento, la relación entre Dios e Israel, sus promesas y alianza son el pilar, los pueblos aledaños no tuvieron gran participación hasta la llegada del Mesías y el nacimiento de la Iglesia. San Pablo expresa que los pueblos alejados de la ciudadanía de Israel, por Cristo se añaden a la ciudadanía del reino de Dios. El Mesías une a las naciones entorno a la palabra de Dios. 
Si bien, Dios estableció una alianza con Israel, entre los judíos existe la plena confianza de que son “el pueblo escogido”, pero el mundo cristiano sostiene que el mesías que los judíos esperan es Jesús y que la primera alianza está completa. Sin embargo, en el mundo cristiano existe esta división entre “escogidos” y “no escogidos”. Por un lado, sabemos por la biblia que Jesucristo solo estableció una Iglesia; la de los apóstoles y que los católicos podemos presumir la sucesión desde San Pedro hasta Francisco I, aunque no todos los bautizados estén de acuerdo con ello y nieguen la autenticidad católica.
Al encontrarnos con “el orgullo de la elección”, tanto judíos como católicos podemos caer en la arrogancia e ir si en contra del espíritu que emana de las escrituras; la humildad. Dios escogió a Israel, Jesús estableció una sola Iglesia entregando a San Pedro las llaves del reino de los cielos. Como católicos sintámonos escogidos por Dios para brillar en medio de una generación esclava de la injusticia. Que esta elección no despierte en nosotros ese sentimiento de superioridad sobre el resto de los credos, más bien, que nos haga estudiar el pensamiento de la Iglesia que Jesús estableció en los apóstoles.  

Termino citando una parábola de San Pablo que se exhorta a los primeros cristianos para que cuiden la elección que han recibido, llamándolos “injerto”, “olivo silvestre”, refiriéndose como “ramas naturales” a la generación de judíos que crucifico a Jesús. El apóstol menciona; “Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado” (Romanos 11:17 – 22). Dios es amor, un amor que en su bondad nos ha elegido y ese amor debe ser cuidado. 

Los desterrados y el Mesías (2da parte)

La semana pasada se escribió sobre el simbolismo que existe en los hijos de Adán: Caín, Abel y Set. El primogénito, Caín, asesina a su hermano y es desterrado, tiene descendientes y nace una cultura. Sobre el tercer hijo de Adán, por nombre Set, se levanta una descendencia que adorara a Dios. También, en los descendientes de Noé se marca este símbolo, uno de sus hijos por un acto no grato es desterrado, mientras que, los que no participaron de la expulsión trajeron consigo una descendencia, de ahí vendrá el pueblo de Israel. Estos personajes son símbolos de la cultura hebrea más antigua, dichos relatos no deben ser considerados estrictamente históricos, sino que, en su momento sirvieron como fundamentos para que los antiguos entendieran y explicaran el porqué de la división entre el monoteísmo y el paganismo politeísta; los descendientes de Set y los descendientes de Caín, los escogidos y los desterrados.
En el antiguo testamento, la relación entre Dios e Israel, sus promesas y alianza son el pilar, los pueblos aledaños no tuvieron gran participación hasta la llegada del Mesías y el nacimiento de la Iglesia. San Pablo expresa que los pueblos alejados de la ciudadanía de Israel, por Cristo se añaden a la ciudadanía del reino de Dios. El Mesías une a las naciones entorno a la palabra de Dios.  
Si bien, Dios estableció una alianza con Israel, entre los judíos existe la plena confianza de que son “el pueblo escogido”, pero el mundo cristiano sostiene que el mesías que los judíos esperan es Jesús y que la primera alianza está completa. Sin embargo, en el mundo cristiano existe esta división entre “escogidos” y “no escogidos”. Por un lado, sabemos por la biblia que Jesucristo solo estableció una Iglesia; la de los apóstoles y que los católicos podemos presumir la sucesión desde San Pedro hasta Francisco I, aunque no todos los bautizados estén de acuerdo con ello y nieguen la autenticidad católica.
Al encontrarnos con “el orgullo de la elección”, tanto judíos como católicos podemos caer en la arrogancia e ir así en contra del espíritu que emana de las escrituras; la humildad. Dios escogió a Israel, Jesús estableció una sola Iglesia entregando a San Pedro las llaves del reino de los cielos. Como católicos sintámonos escogidos por Dios para brillar en medio de una generación esclava de la injusticia. Que esta elección no despierte en nosotros ese sentimiento de superioridad sobre el resto de los credos, más bien, que nos haga estudiar el pensamiento de la Iglesia que Jesús estableció en los apóstoles.  

Termino citando una parábola de San Pablo que se exhorta a los primeros cristianos para que cuiden la elección que han recibido, llamándolos “injerto”, “olivo silvestre”, refiriéndose como “ramas naturales” a la generación de judíos que crucifico a Jesús. El apóstol menciona; “Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado” (Romanos 11:17 – 22). Dios es amor, un amor que en su bondad nos ha elegido y ese amor debe ser cuidado.