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domingo, 9 de noviembre de 2014

Los desterrados y el Mesías (1era parte)

Los primeros capítulos del libro de Génesis están llenos de símbolos de donde emanan enseñanzas. Muchos de nosotros cometemos el error de hacer lecturas literales ò creer que en todos los relatos de la biblia el orden cronológico es exacto como sucede en los libros modernos de historia. La biblia es un libro muy complejo, es un compendio de documentos que poseen estructuras distintas, en algunos se narran eventos históricos de la vida de Israel, en otros, se comparten relatos hebreos que expresan una teología.
En el Génesis se narra que Caín tuvo descendientes después de ser desterrado tras asesinar a su hermano Abel. El tercer hijo de Adán es Set y a partir de ahí, los textos se enfocan en Set y sus descendientes hasta llegar a Noé, después Abraham, Isaac, Jacob, el pueblo de Israel y concluir en Jesucristo. En los personajes de Set y Noé podemos encontrar símbolos de “la elección” que son pieza clave para dar promesa ò alianza, sin embargo, a la inversa, se contraponen los personajes no escogidos, los desterrados; Caín y sus descendientes, ò quienes no fueron parte de la familia de Noé cuando el diluvio, o quienes permanecieron en Ur de los Caldeos cuando Abraham atendió el llamado de Dios, dejo su hogar y recibió la promesa. De los no escogidos, la Escritura también los desterró de sus versículos y como destello de luz, Jesucristo aparece en la historia del pueblo escogido: Israel. Por consiguiente, se concluye que los no escogidos fueron aquellos pueblos alejados de la ciudadanía de Israel.
Dentro de las creencias judías, los rabinos cuentan hasta el día de hoy, que el papel del Mesías será congregar a todos los pueblos en torno a la Palabra de Dios. Tal facultad podemos encontrarla fácilmente en Jesucristo, si no fuese por él, el mundo desconociera por completo el decálogo de Moisés y el monoteísmo. La Iglesia no es otra cosa que la nación de bautizados que se compone de muchos pueblos, es “un pueblo que no es pueblo”.
Desde el antiguo testamento pueden leerse fragmentos de la experiencia de Jesús con los judíos y la relación del Mesías resucitado con los pueblos paganos, expresa el profeta; “Fui buscado por los que no preguntaban por mí; fui hallado por los que no me buscaban. Dije a gente que no invocaba mi nombre: Heme aquí, heme aquí...” (Isaías 65:1). San Pablo explica en Romanos (cap. 10, v. 20,21) que los pasajes de Isaías se refieren a los paganos como “aquellos que no buscaban al Mesías pero lo encontraron”, y a Israel como el pueblo al que Jesús dijo “heme aquí, heme aquí…”. Desde el antiguo testamento Dios anuncia que será despreciado, a compartido su dolor desde los siglos sin renunciar a su sacrificio, el nos ama.  
La resurrección de Cristo y la evangelización, trajo consigo la reconciliación y adopción de los pueblos paganos, aquellos desterrados, expresa San Pablo: “En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por su sangre. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas (leyes del antiguo testamento), para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades” (Efesios 2:12-16).
El papel del Mesías en la historia de la humanidad es un llamado a la paz, una paz que brota desde el cielo y debe permear en la sociedad por el don que reciben los bautizados. Consideremos el costo del anuncio de esta paz: la cruz.
La semana pasada se escribió sobre el simbolismo que existe en los hijos de Adán: Caín, Abel y Set. El primogénito, Caín, asesina a su hermano y es desterrado, tiene descendientes y nace una cultura. Sobre el tercer hijo de Adán, por nombre Set, se levanta una descendencia que adorara a Dios. También, en los descendientes de Noé se marca este símbolo, uno de sus hijos por un acto no grato es desterrado, mientras que, los que no participaron de la expulsión trajeron consigo una descendencia, de ahí vendrá el pueblo de Israel. Estos personajes son símbolos de la cultura hebrea más antigua, dichos relatos no deben ser considerados estrictamente históricos, sino que, en su momento sirvieron como fundamentos para que los antiguos entendieran y explicaran el porqué de la división entre el monoteísmo y el paganismo politeísta; los descendientes de Set y los descendientes de Caín, los escogidos y los desterrados.
En el antiguo testamento, la relación entre Dios e Israel, sus promesas y alianza son el pilar, los pueblos aledaños no tuvieron gran participación hasta la llegada del Mesías y el nacimiento de la Iglesia. San Pablo expresa que los pueblos alejados de la ciudadanía de Israel, por Cristo se añaden a la ciudadanía del reino de Dios. El Mesías une a las naciones entorno a la palabra de Dios. 
Si bien, Dios estableció una alianza con Israel, entre los judíos existe la plena confianza de que son “el pueblo escogido”, pero el mundo cristiano sostiene que el mesías que los judíos esperan es Jesús y que la primera alianza está completa. Sin embargo, en el mundo cristiano existe esta división entre “escogidos” y “no escogidos”. Por un lado, sabemos por la biblia que Jesucristo solo estableció una Iglesia; la de los apóstoles y que los católicos podemos presumir la sucesión desde San Pedro hasta Francisco I, aunque no todos los bautizados estén de acuerdo con ello y nieguen la autenticidad católica.
Al encontrarnos con “el orgullo de la elección”, tanto judíos como católicos podemos caer en la arrogancia e ir si en contra del espíritu que emana de las escrituras; la humildad. Dios escogió a Israel, Jesús estableció una sola Iglesia entregando a San Pedro las llaves del reino de los cielos. Como católicos sintámonos escogidos por Dios para brillar en medio de una generación esclava de la injusticia. Que esta elección no despierte en nosotros ese sentimiento de superioridad sobre el resto de los credos, más bien, que nos haga estudiar el pensamiento de la Iglesia que Jesús estableció en los apóstoles.  

Termino citando una parábola de San Pablo que se exhorta a los primeros cristianos para que cuiden la elección que han recibido, llamándolos “injerto”, “olivo silvestre”, refiriéndose como “ramas naturales” a la generación de judíos que crucifico a Jesús. El apóstol menciona; “Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado” (Romanos 11:17 – 22). Dios es amor, un amor que en su bondad nos ha elegido y ese amor debe ser cuidado.