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domingo, 9 de noviembre de 2014

Los desterrados y el Mesías (2da parte)

La semana pasada se escribió sobre el simbolismo que existe en los hijos de Adán: Caín, Abel y Set. El primogénito, Caín, asesina a su hermano y es desterrado, tiene descendientes y nace una cultura. Sobre el tercer hijo de Adán, por nombre Set, se levanta una descendencia que adorara a Dios. También, en los descendientes de Noé se marca este símbolo, uno de sus hijos por un acto no grato es desterrado, mientras que, los que no participaron de la expulsión trajeron consigo una descendencia, de ahí vendrá el pueblo de Israel. Estos personajes son símbolos de la cultura hebrea más antigua, dichos relatos no deben ser considerados estrictamente históricos, sino que, en su momento sirvieron como fundamentos para que los antiguos entendieran y explicaran el porqué de la división entre el monoteísmo y el paganismo politeísta; los descendientes de Set y los descendientes de Caín, los escogidos y los desterrados.
En el antiguo testamento, la relación entre Dios e Israel, sus promesas y alianza son el pilar, los pueblos aledaños no tuvieron gran participación hasta la llegada del Mesías y el nacimiento de la Iglesia. San Pablo expresa que los pueblos alejados de la ciudadanía de Israel, por Cristo se añaden a la ciudadanía del reino de Dios. El Mesías une a las naciones entorno a la palabra de Dios.  
Si bien, Dios estableció una alianza con Israel, entre los judíos existe la plena confianza de que son “el pueblo escogido”, pero el mundo cristiano sostiene que el mesías que los judíos esperan es Jesús y que la primera alianza está completa. Sin embargo, en el mundo cristiano existe esta división entre “escogidos” y “no escogidos”. Por un lado, sabemos por la biblia que Jesucristo solo estableció una Iglesia; la de los apóstoles y que los católicos podemos presumir la sucesión desde San Pedro hasta Francisco I, aunque no todos los bautizados estén de acuerdo con ello y nieguen la autenticidad católica.
Al encontrarnos con “el orgullo de la elección”, tanto judíos como católicos podemos caer en la arrogancia e ir así en contra del espíritu que emana de las escrituras; la humildad. Dios escogió a Israel, Jesús estableció una sola Iglesia entregando a San Pedro las llaves del reino de los cielos. Como católicos sintámonos escogidos por Dios para brillar en medio de una generación esclava de la injusticia. Que esta elección no despierte en nosotros ese sentimiento de superioridad sobre el resto de los credos, más bien, que nos haga estudiar el pensamiento de la Iglesia que Jesús estableció en los apóstoles.  

Termino citando una parábola de San Pablo que se exhorta a los primeros cristianos para que cuiden la elección que han recibido, llamándolos “injerto”, “olivo silvestre”, refiriéndose como “ramas naturales” a la generación de judíos que crucifico a Jesús. El apóstol menciona; “Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado” (Romanos 11:17 – 22). Dios es amor, un amor que en su bondad nos ha elegido y ese amor debe ser cuidado.