Recientemente celebramos miércoles de ceniza y como
cada año volví a escuchar la frase “tomar ceniza no vale si haces malas obras”,
aunque creo que, porque hago malas obras debo ir a tomar ceniza. Es verdad que
el signo religioso exterior debe llevarse viviendo una espiritualidad en el
interior, pero entiendo que si olvido lo interior el signo exterior estará
visiblemente recordándome la decisión que he tomado. El signo exterior llama a
otros, ¿Qué piensa la gente cuando me ven portando ceniza en la frente?, quizá
piensan “es un católico devoto”, ¿pero la ceniza en mi frente no les recuerda a
Dios?, claro que sí.
Desde que tengo memoria recuerdo a la gente
decir “no vale tomar ceniza si te portas mal”, “no vale hacer ayuno si te
portas mal”, “no vale vestirse de negro si no portas el luto en lo interior”,
“no vale la pena hacer penitencia si te sigues portando mal”, así sucesivamente
hasta llegar al clásico dicho “no vale ir a misa si te portas mal”. A lo largo
de los años he visto como la religiosidad exterior ha pasado a un segundo
término quedando sub valuada, pareciera que todos vamos en dirección a una
religión interior, que no se ve, y que los signos externos de la religión valen
solo cuando somos buenos y no cuando somos malos. Vuelvo a responder con un
pensamiento que contrasta, no tomo ceniza porque me porto bien sino porque me porto
mal necesito tomar ceniza, y si me vuelvo a portar mal, ya habrá aquel que me
lo recuerde: “tú que tomas ceniza, ¿porque te portas así?”. Entonces, los
signos externos, ya sea la ceniza, el crucifijo, la cruz de palma en domingo de
ramos, u otros, sirven como testimonio para recordarnos la conversión.
Hay un caso en el evangelio donde un leproso es
sanado por Jesús, tras la curación, el texto señala; “Él le ordenó que no se lo
dijera a nadie, pero añadió: Ve a
presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó
Moisés, para que les sirva de testimonio” (S. Lucas 5:14). Lo importante aquí
es “para que les sirva de testimonio”, a mi ver, la ofrenda no era necesaria
para la curación, la ofrenda visible era necesaria para testificarla, esta
palabra “testificar” es la virtud que tiene en sí misma la religión exterior, mostrarlo,
hacerlo público, evidenciarlo a los demás. En este contexto, las leyes judías están
llenas de signos externos, desde la kipa, el talit, las velas de la menorá y el
tefilin (solicitado en Deuteronomio 6:8), hasta la abstención de comer carne de
cerdo, son elementos que le recuerdan al judío que es judío y no es otra cosa
sino eso, un judío. Ningún judío se hace bueno por portar la kipa en la cabeza
(un gorrito usado por los hombres) pero ese signo les recuerda que su grandeza llega
hasta donde llega el gorrito, de ahí en adelante toda la grandeza es de Dios. Con
la ceniza usada por nosotros los católicos pasa algo similar, no la portamos
porque somos buenos ó malos, sino porque nos recuerda que del polvo fuimos
sacados y al polvo iremos.
Los católicos tenemos al igual que los judíos
muchos elementos visibles que nos recuerdan nuestra fe, nos recuerda que somos
eso; católicos y no otra cosa. Es necesario y primordial vivir la
espiritualidad interior, la desgracia de los tiempos es que cada vez tenemos
menos signos visibles que nos lo recuerden, y por estas ausencias, llegamos a
creer que toda religión es igual cuando no es así.