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sábado, 31 de marzo de 2018

Jesús el buen pastor


            En una ocasión platicando con un amigo ateo le afirmé que en los asuntos del evangelio el “saber” no basta, el “saber no es superior al “hacer”. Le puse de ejemplo  las antiguas generaciones católicas que escuchaban misas solo en latín, si comparamos la vida familiar que ellos tuvieron encontraremos valores más sólidos que las presentes generaciones que escuchan la misa en español., esto puede apreciarse en el modo de vida moderno. No sirve de nada escuchar lecturas bíblicas en un templo si estas enseñanzas no se toman en cuenta para las decisiones del diario vivir.
            Constantemente nos referimos a Jesús como el buen pastor, todos conocemos la imagen de ese Jesús piadoso sosteniendo a una oveja en un atardecer, pero ¿Jesús es pastor de quién?, sin duda es pastor de toda la humanidad pero ¿todos querrán ser ovejas de Jesús?. No lo sé, lo que se, es que el individuo que desea ser pastoreado por Jesús debe tener la intención de conocer sus enseñanzas, si no tiene tal intensión ¿Cómo ó de qué forma será pastoreado por Él?.
            El evangelio no es una “fórmula mágica”, afirmar “creo en Jesús” no es el “passwod” ó la contraseña para entrar el Reino de los Cielos. “¿Por qué me llaman: “Señor, Señor”, y no hacen lo que yo pido?” (S. Lucas 6:46). ¿Por qué llamamos pastor a Jesús y terminamos pastoreados por nuestros intereses, por los chismes, los medios ó los malos ejemplos?, ¿y cómo seremos pastoreados por Él si nos falta fe, nos falta conocimiento de su doctrina, y sobre todo, nos falta amor por Cristo y su Iglesia?.
            Todas estas deficiencias debemos pedirlas en oración, el Espíritu de Jesús está dispuesto a proveer todo lo necesario para completar en nosotros estas carencias espirituales, y lo hace de modo oculto en la intimidad ó de modo público en los sacramentos. Pero el que no pide no recibe, y el que no sabe de que carece no sabe que pedir. Por eso es necesario meditar en la vida de Jesús y los santos para comprender lo grande que es Él y aprender a ver lo insignificante que somos. Porque solo mirando a lo más grande podemos aspirar a ser más grandes de lo que ya somos. Cristo no nos limita, él está dispuesto para que crezcamos incluso al nivel de cualquier santo, siempre y cuando este deseo sea un genuino amor a la gracia y no el pecado de nuestro egocentrismo.
            Conocer a Jesús es como un sabor agridulce, nos conforta y nos confronta, es doloroso como una inyección que cura. El hombre que lo ha encontrado sabe que no tiene otra opción porque las enseñanzas de Jesús son el camino correcto, el camino para convertirnos en hombres justos, hombres de piedad, hombres apegados a la verdad despojados de todo tipo de engaño, perversión y degradación. Por eso es dulce porque el fruto de cosechar sus enseñanzas lo es, y es agrio porque la corrección es dolorosa.  
            Es Jesús el buen pastor, y al ser pastor somos nosotros esas ovejas irracionales, animales que necesitan un establo ó una correa para no alejarse más de lo debido. Pero Jesús no obliga a quien no quiere, sabe que tenemos capacidad de raciocinio, voluntad y decisión para distinguir el resultado de nuestras buenas acciones y nuestras maldades, él permite esta libertad para que en nuestro arrepentimiento lo miremos a Él y confesemos de modo pleno; ¡Es Jesús el buen pastor!, ¡Señor se tu mi pastor, no yo!.       

domingo, 25 de marzo de 2018

El temor de Dios


            La palabra temor puede ser vista como algo negativo pero con sabiduría todo sentimiento puede ser usado para perseguir una virtud. Cuando era niño tenía miedo a la obscuridad, tenía miedo a sentirme solo, desprotegido, después cuando mi comprensión de la realidad creció mi miedo a la obscuridad se fue disipando, aun así, los adultos tenemos miedo a la obscuridad cuando caminamos solos por alguna avenida desconocida y nos sentimos indefensos dentro de la ciudad. Este temor es bueno, si no lo tuviésemos daríamos mas oportunidad a los asaltantes cada vez que caminamos por alguna calle en la noche. El temor nos advierte y nos hace ver la probabilidad del peligro, el temor es la intermitente que señala el riesgo y que descansa cuando sentimos confianza y protección.
            Podríamos decir que hay un temor bueno y un temor malo. El temor bueno concluirá en la seguridad, el temor malo no nos dejara vivir. El temor bueno señalará el peligro, el temor malo señalará peligro donde no lo hay. No es bueno vivir con un temor aterrorizante, tampoco es bueno transmitir ese sentimiento a los demás, si no existen motivos para sentir temor no hay porque tener temor, pero cuando si existen motivos para sentir temor puede ser malo no sentir temor, ya señalé, el temor es útil para alejarnos del peligro.
            ¿Debemos sentir temor de Dios?, si. Cuando nos acostumbramos a vivir de modo egoísta, mal gastando en excesos sin pensar en los demás, ni en nosotros mismos, es malo no sentir temor, vivir de esa forma ocasionara la destrucción de la persona y el dolor de familiares y amigos. Si no tenemos temor a los excesos iremos encaminados a destrozar nuestra vida hasta llegar a la muerte, Dios no es muerte, Dios es vida. La ausencia del temor de Dios es subestimar la vida, no temer destrozar nuestra vida ó la vida ajena por amor al pecado. Toda injusticia es pecado.     
            En un sentido eucarístico, tiene temor de Dios aquel que no desea recaer en sus pecados pasados para no perder la oportunidad de participar de la eucaristía. Este temor es bueno porque hace que la persona reflexione sobre sus faltas y no desee volver a ellas por amor al sacramento. Lo que lo mueve es el amor a la gracia otorgada por Cristo y tiene temor de perderla, no significa que no exista la reconciliación en caso de cometer algún pecado, al contrario, ese amor del creyente anhela de modo supremo el sacramento eucarístico que perder una sola oportunidad por el pecado significa para él morir a la gracia que Dios le entrega.
            No todos están conscientes del amor sacramentado, existen aquellos que tienen temor a malgastar este amor de Dios, como los que trabajan y ahorran parte de su sueldo para alcanzar una meta y tienen temor a malgastar cualquier peso en banalidades y quedar alejados de la meta, así sucede con estos creyentes, tienen temor de malgastar ese afecto de Dios y todo el esfuerzo que Dios ha puesto en ellos.
            La meta final de esta vida es entrar a la gloria de Dios, el cielo, y, la meta diaria de muchos creyentes es la eucaristía, trabajan para comerla dignamente con el temor de que el pecado les sea de tropiezo. Pidámosle a Dios la sabiduría para amarlo a Él sobre todas las cosas, así como tenemos temor de perder el patrimonio por una crisis económica ó un hijo por una enfermedad, así y mucho más, debe ser el temor de perderlo a Él por nuestra inclinación al pecado.   

domingo, 18 de marzo de 2018

La misericordia de Dios


            Recuerdo una frase de mi maestro en el Instituto Bíblico; “en la justicia civil quien se declara culpable merece castigo, en la justicia divina quien se declara culpable está en camino para recibir la gracia”. También una frase de mi anterior párroco; “el pecador es tierra fértil para la gracia”. Estas frases me mostraron una visión distinta de justicia y pecado, entendí que el concepto divino difiere de la percepción que tenemos los hombres. En el plan divino reconocer la culpa es motivo de alegría; “los ángeles se alegran cuando un pecador se arrepiente”, pero en el mundo terrenal reconocer la culpa es algo que desagrada.
            Esta divergencia entre lo terrenal y lo divino podría provocar que por error mal interpretáramos la misericordia divina, mirándola con ojos terrenales y no desde la óptica divina. Lo divino no omitirá la santidad, lo terrenal probablemente sí.  
            La misericordia de Dios la interpretamos como un perdón disponible, como un acceso libre al amor divino, no obstante, la espiritualidad y el conocimiento en la fe que cada individuo tiene le permitirán apreciar de un modo más certero sus propias faltas, y, por ello, podrá acceder a distintos grados de perdón, esto lo hará mas libre. Esto es un proceso de formación en una amistad con Dios y una introspección para conocernos a nosotros mismos, siendo guiados por la Iglesia.      
            La piedad de Dios es infinita y a veces inapreciable. La creación completa posee misericordia divina porque al creador le ha placido que esta siga funcionando. Si una gota de lluvia cae es porque la vida está por manifestarse haciendo que los desiertos reverdezcan, ahí hay piedad y esperanza. Si a un hombre le place ayudar a otro es porque en la creación existe ese espíritu que mueve a la piedad. La tragedia no debiese ser vista como un “castigo divino” sino como la oportunidad para que la piedad se manifieste, una piedad a la que Dios nos convoca y a la cual respondemos. También, la muerte no debe interpretarse como la ausencia de la piedad divina sino como el preámbulo para gozar de la presencia plena de Dios. No debe amarse más la propia vida que a Dios mismo. En toda la creación hay piedad todos los días aunque no lo distingamos. Si estamos vivos ahí hay piedad.      
            Nuestra humanidad no es capaz de medir el grado de misericordia divina porque no alcanzamos a medir lo injusto que somos, tenemos algo de conciencia por los mandamientos –que constantemente olvidamos- pero no somos capaces de verlo en su totalidad. Si un hombre despierta de su sueño, abre sus ojos sin agradecer el propio descanso, ya está siendo injusto. Si un hombre contamina conversaciones usando pequeñas mentiras, es injusto. Si un hombre hace sentir mal a otro por su condición social, sea pobre ó rico, está siendo injusto. Si un hombre vuelto a la fe, conociendo el evangelio no lo anuncia, está siendo injusto. Pero, ¿acaso los pequeños detalles merecen castigo?, quizá si ó quizá no, el camino para acceder a la misericordia es no presumirnos de inocentes, no ser jueces de nosotros mismos, ni siquiera nuestra propia conciencia debe ser nuestro juez, el juez es Dios. Para acceder a la misericordia divina es primordial conocer la Palabra de Dios y distinguir el pecado, pues ¿de qué nos vamos arrepentir si no sabemos en qué hemos pecado?.

domingo, 11 de marzo de 2018

Silencio y oración


            Esta semana estuve reflexionando sobre la relación que Jesús tenía con el Padre, si miramos los evangelios en forma general podemos encontrar que Jesús hablaba en nombre de Dios Padre, y, en su vida pública fue Padre quien hablo por Jesús; en el bautismo en el Jordán, en la transfiguración, en el acto de la crucifixión al obscurecer el cielo y en el domingo al resucitarlo.  
            De esto podemos aprender mucho imitando a Cristo. Él compartía el mensaje del evangelio hablando y haciendo buenas obras, él no era un ignorante de los textos sagrados, los conocía y a su vez permitía que Dios hablara de él.
            Como discípulos de Jesús debemos compartir con los demás el mensaje del evangelio, saber dar dirección a los demás con nuestro testimonio de vida, el conocimiento en la Palabra de Dios y el pensamiento de la Iglesia. Sin embargo, siempre habrá quien hable mal de nosotros por motivos injustificados, envidia y dolo, esto no es de extrañar, la naturaleza humana es así, debemos entender esta debilidad de quien acusa ó reconocer nuestro error cuando nos acusan con justa razón. Acusar a los demás no es parte de la vida en el espíritu, corregir fraternalmente sí.
            Ante estas situaciones, estas confrontaciones por acusaciones y chismes, es mejor no responder, guardar silencio, ser un cordero en el matadero y seguir construyendo nuestro testimonio de vida, confiar que Dios hablara por nosotros en las conciencias de aquellos que nos acusan sin evidencias. Es preferible no responder y dejar que el tiempo defina, a la larga nuestro silencio será más satisfactorio que enrolarnos en discusiones con nuestros acusadores. Es una situación difícil pero en el ejercicio de nuestra espiritualidad es preferible vivir de esa manera, no hablar de quien nos acusa a discutir para desenredar un chisme. No imagino a un hombre espiritual perdiendo su tiempo en tales situaciones, creo que un hombre de Dios preferiría estar ante el santísimo poniendo esta situación en oración a estar respondiendo acusaciones.  
            No debemos olvidar mirar la viga en nuestro ojo, no sea que quien nos acusa en realidad intenta corregirnos y nuestro proceder es injusto mientras creemos estar en lo correcto. No terminemos como aquellos que no escuchan corrección u opinión alguna y se llenan de un silencio arrogante.
            Caminemos todos los días considerando que nuestra vida es un proyecto inacabado, que necesitamos aprender más de Jesús y los demás, trabajemos por el evangelio, y, cuando venga la acusación de parte del maligno sepamos que esta lucha no es contra nosotros, que las personas que nos acusan tampoco son del todo culpables sino que están bajo la influencia de eso que divide a las personas y a la Iglesia; la envidia, la soberbia, el ego, la mentira. No prestemos atención a estas intenciones, ni demos oportunidad a que estas cosas sucedan, sembremos en el silencio oculto de la oración y no en el protagonismo rampante del que gana una discusión, esto no aporta a la construcción del Reino de Dios. No olvidemos la enseñanza de Jesús; “Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio. Porque por tus palabras serás declarado justo y por tus palabras serás condenado” (S. Mateo 12: 36,37). Por favor, guardemos silencio y hagamos obra y oración.  

domingo, 4 de marzo de 2018

Jesús, mediador entre Dios y los hombres


“Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo, hombre él también” (1era de Timoteo 2:5).
            Este es uno de los versículos más usados por los hermanos evangélicos para poner en duda el tema de la intercesión de los santos y el papel de la Iglesia católica, es un verso que crea disensión.  
            Referirnos a Jesús como único mediador no significa que sólo quien profesa la religión católica ó cristiana obtiene retribución de Dios ó que sólo estos pueden alcanzar salvación. El catecismo de la Iglesia Católica es claro en el tema de la salvación de los no cristianos; “La Iglesia reconoce que cuanto de bueno y verdadero se encuentra en las otras religiones viene de Dios, es reflejo de su verdad, puede preparar para la acogida del Evangelio y conducir hacia la unidad de la humanidad en la Iglesia de Cristo” (CIC 845)., “Gracias a Cristo y a su Iglesia, pueden alcanzar la salvación eterna todos aquellos que, sin culpa alguna, ignoran el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan sinceramente a Dios y, bajo el influjo de la gracia, se esfuerzan en cumplir su voluntad, conocida mediante el dictamen de la conciencia” (CIC 848).   
            La mediación de Cristo es sacerdotal, esto significa para la redención de los pecados, Él es sumo sacerdote de la Iglesia y ofrenda a la vez, en esta figura Dios ha querido reconciliar al mundo para sí. Los santos ó la Iglesia celestial no son redentores, mas bien, ellos suman sus plegarias a las de nosotros entorno a la ofrenda del sacrificio por los pecados; Jesús, cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
            Como señala San Pablo “hay un solo mediador entre Dios y los hombres; Jesucristo, hombre él también” y es la Iglesia el cuerpo de ese único mediador. La Iglesia en la tierra encarna la mediación de Jesús al disponer ante los hombres la ofrenda del sacrificio por el pecado; el cuerpo del cordero –la Eucaristía- para que de esta forma se renueve de generación en generación la reconciliación y retribuir la gracia que nos fue quitada por nuestro pecado.
            Si bien, el catecismo reconoce que fuera de la Iglesia habrá hombres que se disponen para buscar a Dios y hacer su voluntad, y que de algún modo pueden alcanzar gracia delante de Él de una forma que solo Él conoce, no por esto debemos estimar en menos el papel de la Iglesia, pues, Dios al entregar la revelación y Jesús al establecerla sobre los apóstoles en ello ejercen su divina voluntad y tal acción es para beneficio del género humano; “Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones…” (Mt 28:19).
            La Iglesia al poseer la revelación y la cátedra recibe un papel pastoral para cumplir tal mediación al encausar de forma correcta la conciencia de los hombres; “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tm 2, 4). De la misma forma, la Iglesia para encarnar la mediación y tener el papel pastoral ha recibido un peso en la historia de la salvación; “El que a vosotros escucha, a mí me escucha, y el que a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y el que a mí me rechaza, rechaza al que me envió” (Lc 10:16) ó también, “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan” (Jn 20:23). La Iglesia tiene facultad y obligación para llevarnos a la gracia por los sacramentos ó el derecho de negárnosla cuando, en el cinismo, nos negamos al genuino arrepentimiento.  
            El mesías, Jesús, es el camino la Verdad y la Vida como lo declaró, y, es la Iglesia quien recibe la encomienda de guiarnos para encontrar ese camino que es Jesús, como ya señalé. Meditemos pacientemente en este misterio del cuerpo de Jesús, sabiendo que ninguna oveja se contenta al ser corregida con la vara, pero es la misma vara lo que provoca que ésta no salga fuera del redil para ser devorada por lobos.