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lunes, 1 de junio de 2020

Libertad, liturgia y sacramento


            A finales de mayo celebramos la fiesta del pentecostés y en medio de este encierro por la pandemia es difícil ─para el católico común─ advertir el calendario litúrgico. Me alegro porque la Iglesia lo muestra y podemos seguirlo desde casa por medios electrónicos. De esta experiencia me surgen dos reflexiones.
            Esa misma semana por las mismas redes sociales pude apreciar la fiesta de pentecostés de los judíos; ellos en la misma situación que nosotros por el coronavirus están en sus casas siguiendo las liturgias judías de su fiesta. De aquí me surge una primera reflexión. La Iglesia Católica nace dentro del pueblo de Israel en Jerusalén, por lo tanto, sus celebraciones tiene afinidades; tal es el caso del pentecostés católico y el pentecostés hebreo. Esto debe hacernos entender; así como la familia judía celebra a Dios por medio de las liturgias hebreas; el católico de la misma forma no puede desprenderse de sus liturgias.
            Dentro de la pandemia algunos señalan “no es importante reactivar la misa en físico porque se puede hablar con Dios desde casa”, este tipo de lenguaje parte desde un paradigma protestante; sin sacramentos físicos, sin liturgias claras; solo un lenguaje mental entre Dios y el creyente. Pero la fe bíblica, la fe que emana del pueblo de Israel y la Iglesia primitiva es una fe que se vuelve visible; “Jesús tomó pan, y después de pronunciar la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: “Tomen, esto es mi cuerpo” (S. Mateo 14, 22). El católico acude a misa para recibir el pan, el cuerpo del Señor. Este acto no se trata simplemente de “hablar con Dios” sino de participar en el cuerpo de Cristo que se entrega.
            La segunda reflexión gira en torno a la fiesta de pentecostés. Como mencione, la fiesta tiene un antecedente judío; ellos celebran la llegada del pueblo de Israel al monte Sinaí y la entrega de los diez mandamientos por mano de Moisés. En cambio, el pentecostés de la Iglesia celebra la ascensión de Jesús a los cielos y la entrega del Espíritu Santo. Por ambos eventos vale la pena meditar en el texto de Ezequiel; “Les daré un corazón nuevo y pondré en su interior un espíritu nuevo. Quitaré de su carne su corazón de piedra y les daré un corazón de carne.” (cap. 11, v. 19). El texto del profeta tiene una predicación para un contexto y situación específica; la conversión del pueblo de Israel y que sus hombres cambien la dureza de sus corazones.
            En un sentido más amplio, en esta predicación de Ezequiel podemos vislumbrar un preanuncio de la nueva alianza establecida por Jesús; el corazón del pueblo de Israel es la cátedra de Moisés y él escribió sus leyes en piedra, y, él corazón de la Iglesia es la eucaristía, donde Jesús estableció su alianza a carne y sangre. Por lo tanto ─entendiendo que Dios ha cambiado el corazón de piedra por uno de carne─ los católicos debemos vivir los mandamientos de un modo distinto y nuevo; no se trata simplemente de memorizar mandamientos y liturgias, sino de aprender a vivir los mandamientos y las liturgias a través de la libertad que nos da el Espíritu que hemos recibido. Seamos un pueblo recurrente de la eucaristía; corazón de carne entregado por Dios.  
            La pandemia y el encierro me han hecho valorar los sacramentos y los eventos litúrgicos; la confesión, la eucarística y la oración en comunidad. Pero también me han hecho ver la necesidad de un recluso privado de la libertad y lo importante que es llevarles los sacramentos.