Actualmente curso una clase sobre Otredad, Diversidad y Género. La palabra otredad es utilizada como
concepto dentro de la sociología para referirse el reconocimiento de los otros,
aquellos que son ajenos a mi identidad. Diversidad es una palabra que se
describe por sí misma, y género es un concepto que en sus inicios fue utilizado
por el feminismo para hacer notar las diferencias sociales entre los géneros
biológicos –masculino y femenino−, pero también, posteriormente fue adoptada
por colectivos de la diversidad sexual para referirse a sus preferencias e
identidades auto percibidas.
En primera instancia debo decir que, toda persona sentirá
temor y aversión natural hacia aquello que le resulta desconocido, ajeno o es
interpretado como su antagónico. Por ejemplo: las luchas por diferencias étnicas,
la violencia ejercida por el racismo, el clasismo, las persecuciones por
ejercer alguna religión, etc. Por un lado, tipificar a los individuos funciona
para comprender al grupo, de donde provienen, que piensan y por qué son así,
pero esta fórmula no debe ser llevada hasta el extremo para reducir a los
individuos a la nada. Cada individuo es un ser distinto al otro aunque ambos
provengan del mismo grupo.
Este tipo de temas dan para mucho. Podríamos hablar de otredad,
diversidad y género enfocándonos en la cristiandad: católicos romanos –europeos
y sincretismo latinoamericano−, ortodoxos de oriente, protestantes, evangélicos
y sin denominación.
En la actualidad, cuando hablamos de diversidad y género, el
tópico queda reducido y limitado solo a la diversidad sexual, y se suele
colocar a la Iglesia Católica Romana y al cristianismo como los antagonistas.
Hay algo que debo citar, la ciudad del Vaticano despenalizó la homosexualidad
en 1890, el país hinduista de la India lo hizo en 2018, los países protestantes
de Reino Unido y Estados Unidos lo hicieron respectivamente en 1982 y 2003, y México
en 1871. La sede de liderazgo pastoral del catolicismo romano es la menos interesada
en tipificar la práctica como un delito civil.
Para comprender la catolicidad debemos diferenciar dos
situaciones importantes: el pensamiento de la Iglesia y los individuos que se
adueñan de la Iglesia. En el nuevo testamento existe un reconocimiento hacia
los otros. Esto se pone de manifiesto en la evangelización y en la diversidad étnica
vivida en la Iglesia primitiva. Este fue un avance trascendental en la comprensión
e interacción entre individuos de distintos pueblos, cosmovisiones y razas. En
la expresión de San Pablo “Cristo es nuestra paz, quien de ambos pueblos hizo
uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad…” (Efesios 2,14), se manifiesta
que la fe ya no está ligada a una raza o etnia como lo estuvo en la antigüedad.
Por otra parte, dentro del evangelio, cuando los fariseos presentan a la mujer
adúltera y Jesús responde “quien esté libre de pecado que arroje la primer
piedra…” (S. Juan 8,7), debemos comprender que la lapidación era el castigo
tras caer en alguna práctica sexual descrita en el libro hebreo del levítico (cap.
20). Con este pensamiento, Jesús no solo libró a una mujer adúltera de ser
asesinada sino a muchos otros que cometieron otras prácticas. Esta absolución de
la lapidación, también tiene la intención de librarnos del pecado que habita en
nosotros.
La herencia más grande que ha dejado la Iglesia al mundo en
asuntos de otredad, género y diversidad es tratar a los demás como deseas que
te traten a ti (S. Mateo 7,12).