México es un país de
mayoría católico, con una religiosidad popular arraigada y fuerte. La Nación es
también es un país de mucha pobreza y demás injusticias. Un país en donde aun
en este siglo existe la trata de personas y la esclavitud. Hoy cual retrato pre
revolucionario bajo un régimen Porfirista: niños trabajan en el campo, familias
a base de engaños son movidos de su población para ser llevados a los campos y una
vez ahí coartar sus derechos.
El empresario Carlos
Slim afirma que es necesario reestructurar la agricultura en México porque esta
vive de la mano de obra esclava. Para el empresario es necesario llevar la
tecnología al campo, pues, para él, la producción agrícola sustentada en la
tecnología elimina la mano de obra esclava y reduce los costos de las cosechas.
Para Slim, contar con una agricultura moderna significa no solo la erradicación
de la esclavitud agrícola, sino, la incorporación de estos al sector servicios
donde las jerarquías laborales son distintas; es más fácil que un empleado de
bajo nivel a la vuelta de los años termine siendo jefe de personal, a que un
jornalero termine siendo dueño de la finca, a menos que incursione en el
Narcotráfico.
Estas diferencias entre
“explotador” y “explotado”, existen en nuestro territorio aun desde los
imperios prehispánicos. La lucha social en México siempre ha sido el pretexto
perfecto para usar a las masas como carne de cañón y acceder al poder
estableciendo un nuevo régimen. El muralismo postrevolucionario enfatizo estas
diferencias de clases y de castas, plasmo de un modo artístico excepcional
estas injusticias en los muros de los edificios públicos, las escuelas, los
centros de salud, sus oficinas, aunque en la realidad, el pueblo no se siente
sanado, sino influido por estas imágenes que ayudaron para dividir aun mas a
sus ciudadanos; el “explotado” y el “explotador”, sembrando el prejuicio
social; el rico es malo porque es rico, el pobre es bueno porque es pobre, respaldándose
en una religiosidad mal entendida; “es más fácil que entre un camello por el
ojo de una aguja a que un rico entre al reino de los cielos…”. Todas las piezas
se juntan entonces para justificar equivocadamente el estallido social, lo
grita la historia, incluso, la fe popular de nuestro México tan católico. El
Estado injusto es aquel que controla al pobre con la pobreza y amordaza al
resto con la bomba de tiempo que produce el dolor de la pobreza.
Son en esos momentos de
todo pueblo lacerado cuando surgen los líderes que desean ser vistos como
héroes nacionales, salvadores, esas figuras que justifican la violencia para
alcanzar la paz, que respaldan el uso de la injusticia para llegar a la
justicia, donde la negociación consiste no negociar, convirtiéndose así en la
vil antítesis del liderazgo cristiano, mientras la conciencia cristiana exige; “Bienaventurados
los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios…” (San Mateo 5:9).
El pueblo de Israel en
tiempos de Jesús esperaba ese líder violento que despertara en armas al pueblo
contra la opresión romana. Nuestro pueblo es de mayoría católico y de sentir
demócrata. El país exige ciudadanos que edifiquen la Nación desde la paz y no
de aquellos que desean construir la Nación destruyéndola.