En el libro titulado “La luz del mundo” (Ed.
Herder, 2010), el periodista Peter Seewald cuestiona al entonces Benedicto XVI,
sosteniendo que “se acusa a los cristiano de promover un mundo ficticio, pero
el mundo moderno vive de las ficciones, para ejemplo los mercados financieros, los
medios de comunicación, el lujo ò la moda”. Esta idea de Seewald me parece
puntual, el mundo incrédulo debe ser menos recalcitrante con el cristianismo ò
cualquier otro credo. Hoy, la especulación financiera ha llevado a la quiebra
la economía del mundo. Esa ficción dañina de poseer generada por la especulación,
que por la codicia humana estimula los deseos de apostar hasta perder el juicio
dejando al ser humano más pobre de lo que era.
Hablando de la ficción, el escritor E. Galeano
se cuestiona si “la utopía puede servir para algo si esta jamás puede ser
alcanzada”, Galeano concluye, “la utopía sirve para ir tras hacia ella y en ese
ir las personas y las sociedades avanzan”. La utopía es lo ideal, lo que
deseamos, pero, ¿Cómo saber si de inicio la utopía es correcta ò equivocada, si
nos mueve hacia paraísos ideales ò nocivos?. Toda utopía debe estar ligada al
progreso. Sobre el progreso, Benedicto XVI en entrevista con Peter Seewald
plantea “el progreso debe ser lo ideal, es el deber, pero, por desgracia de la
humanidad en post del progreso hemos devastado y despojado a los pueblos,
contaminado los mares y los aires, hemos acabado con los valores humanos y
pisoteado la dignidad, eso no es progreso, esa clase de progreso nos destruirá,
más bien, hemos mal entendido lo que el progreso es, el progreso debe llevarnos
a estar mejor, nuestro planeta no soporta nuestra idea de progreso y clama
piedad. Es necesario que la humanidad replantee su idea del progreso”.
Esta idea podemos llevarla a nuestro vivir, ¿que
imaginamos como “lo ideal”?, ¿en post de que caminamos y hacia a donde?. La utopía
de hoy parece centrarse en lo que se posee y para hacer merito a tal ficción se
recurre al crédito, las sociedades se enrolan en un ideal financiero haciéndose
participes de una borrachera crediticia. En el libro mencionado, Benedicto XVI
condena la crisis Europea, producida por el endeudamiento irresponsable de sus
gobiernos; “se hace mal uso del crédito para sostener un modo de vida que no se
posee, se disfrutan los beneficios de una riqueza que no generamos hipotecando
a las futuras generaciones, solo estamos evadiendo una responsabilidad a plazos
para que las futuras generaciones lo paguen, es el egoísmo de querer vivir el
hoy y el ahora, nuestras sociedades dejan en herencia deuda y no patrimonio”.
Aquella frase dicha por Jesucristo “cada día traerá
su propio afán…” tiene peso en la era del crédito. La irresponsabilidad crediticia
de los gobiernos internacionales y nacionales hace eco en nuestra vida por
medio de impuestos y nuestro endeudamiento familiar se engorda querer sostener
una ficción que a la primera contingencia echa por tierra tal ficción. Si
deseamos construir nuestra paz, vale la pena mirar y observar las enseñanzas
cristianas, vivir de acuerdo a lo que somos y no sentir complejos en el falso paraíso
de las posesiones. Desde las reflexiones del Rey Salomón citadas en el Eclesiastés,
“todo es vanidad…”, “Salí desnudo del vientre de mi madre y así moriré, nada
podre llevarme del afán de todos mis trabajos…”, hasta las enseñanzas de
Jesucristo “Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan;
pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de
ellos”. La esperanza cristiana propone la riqueza del interior humano.
Es irónico que entre tantas ficciones modernas, la
televisión, el banco, los gobiernos ò las posesiones nos propongan paraísos
basados en indicadores financieros ò capacidad crediticia, sin embargo, tanto
el judaísmo como el cristianismo desde tiempos antiguos lucha y proclaman que
el acceso al Edén no tiene un costo monetario.