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domingo, 13 de mayo de 2018

La tradición y el sacerdocio


            “En cierta ocasión estaba Jacob cocinando un guiso, cuando llegó Esaú del campo, muy agotado. Dijo Esaú a Jacob: "Por favor, dame un poco de ese guiso rojizo, pues estoy hambriento". Jacob le dijo: “Me vendes, pues, ahora mismo tus derechos de primogénito”. Esaú le respondió: “Estoy que me muero, ¿qué me importan mis derechos de primogénito?”. Jacob insistió: “Júramelo ahora mismo”. Y lo juró, vendiéndole sus derechos. Jacob entonces dio a su hermano pan y el guiso de lentejas. Esaú comió y bebió, y después se marchó. No hizo mayor caso de sus derechos de primogénito” (Génesis 25:29-34).
            En este pasaje, el primogénito de Isaac, Esaú, vende su lugar a Jacob por un plato de lentejas. Según los rabinos, en este período de la historia de la salvación el primogénito se convertía en sacerdote de la familia según la tradición. Mas allá de la primogenitura, ¿Qué habrá despreciado Esaú, la tradición ó el sacerdocio?. Desprecio ambas. Pero, ¿Qué papel tienen dentro de la fe aquellos que no estiman la tradición y el sacerdocio?.  
            Por este episodio, Jacob recibe los beneficios del primogénito, sobre él se prolonga la historia del pueblo hebreo y la alianza. Jacob será llamado Israel, y de ahí, viene el Mesías. Parece un absurdo que Esaú pierda tanto honor por un simple plato de lentejas, ¡era una simple comida!. La historia de la salvación lo señaló así, y así fue. Esaú no estimó su primogenitura y la cambió por un plato de lentejas, pero, ¿acaso era un plato de lentejas ó era la evidencia de lo que había en el corazón de Esaú?. También Adán y Eva fueron expulsados del paraíso por comer, y nosotros por comer –el pan Eucarístico- recibimos gracia. Hay que estar atento a estos avisos que nos hace la Escritura, pues por la comida se ganan beneficios ó se pierden.       
            Si miramos el culto que celebramos día con día los católicos, la misa, podemos aprender algo por la asociación de los eventos señalados. ¿Qué es la misa?, la misa es compartir el pan, pero no solamente es eso, si meditamos en ella la misa es la encarnación de la Palabra, del Verbo de Dios que se vuelve Eucaristía; carne y sangre ofrecida en el altar. El sacerdote, es el hombre escogido de entre nosotros que nos hace ser Iglesia. Él pone delante de nosotros el cuerpo de Jesús; la Eucaristía, siendo la Iglesia también cuerpo del Señor. Sin sacerdocio no hay Iglesia. 
            El enemigo de Dios querrá oponerse a la celebración eucarística porque no desea que el pueblo participe de este regalo divino. El tentador ofrecerá miles de argumentos y artimañas a razón de que el pueblo no coma de este sacramento. Puede engañar y confundir al católico más docto en asuntos de fe.   
            Por otro lado, en la sociedad han surgido embaucadores, ignorantes de la traición de la Iglesia y del sacerdocio. En su delirio, queriendo llamar la atención de tantos, alejan más y más a los católicos pequeños que tienen hambre de Jesús. Señalan “la eucaristía es un simple pan”, ó lo creen “no necesario”. Mas yo aclaro y defiendo, toda Eucaristía celebrada como se debe es necesaria. La gracia recibida ayer fue para el día de ayer, y la gracia recibida hoy es para hoy. Toda Eucaristía es útil, solo perjudica aquella que se come indignamente, en pecado mortal.
            Para concluir, debiésemos aprender del error de Esaú que perdió muchísimo por no estimar su primogenitura, la tradición y el sacerdocio. Nosotros, el pueblo católico, tenemos la Escritura, la Tradición Apostólica y el Sacerdocio. ¿Por qué debiésemos estimar en menos la Eucaristía, la Tradición y el Sacerdocio?. Esaú perdió su primogenitura por comer, y acá nosotros por no comer nos perdemos de la gracia divina, y por ignorar, hacemos menos la tradición y el sacerdocio. ¿Por qué limitarnos y dudar?. El mismo Señor señaló; “si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final” (S. Juan 6:53,54). ¡Acudamos a este regalo del Señor con alegría!.