“En cierta ocasión estaba Jacob
cocinando un guiso, cuando llegó Esaú del campo, muy agotado. Dijo Esaú a
Jacob: "Por favor, dame un poco de ese guiso rojizo, pues estoy
hambriento". Jacob le dijo: “Me vendes, pues, ahora mismo tus derechos de
primogénito”. Esaú le respondió: “Estoy que me muero, ¿qué me importan mis
derechos de primogénito?”. Jacob insistió: “Júramelo ahora mismo”. Y lo juró,
vendiéndole sus derechos. Jacob entonces dio a su hermano pan y el guiso de
lentejas. Esaú comió y bebió, y después se marchó. No hizo mayor caso de sus
derechos de primogénito” (Génesis 25:29-34).
En este pasaje, el primogénito de
Isaac, Esaú, vende su lugar a Jacob por un plato de lentejas. Según los rabinos,
en este período de la historia de la salvación el primogénito se convertía en
sacerdote de la familia según la tradición. Mas allá de la primogenitura, ¿Qué habrá
despreciado Esaú, la tradición ó el sacerdocio?. Desprecio ambas. Pero, ¿Qué papel
tienen dentro de la fe aquellos que no estiman la tradición y el sacerdocio?.
Por este episodio, Jacob recibe los beneficios
del primogénito, sobre él se prolonga la historia del pueblo hebreo y la
alianza. Jacob será llamado Israel, y de ahí, viene el Mesías. Parece un
absurdo que Esaú pierda tanto honor por un simple plato de lentejas, ¡era una simple
comida!. La historia de la salvación lo señaló así, y así fue. Esaú no estimó
su primogenitura y la cambió por un plato de lentejas, pero, ¿acaso era un
plato de lentejas ó era la evidencia de lo que había en el corazón de Esaú?. También
Adán y Eva fueron expulsados del paraíso por comer, y nosotros por comer –el pan
Eucarístico- recibimos gracia. Hay que estar atento a estos avisos que nos hace
la Escritura, pues por la comida se ganan beneficios ó se pierden.
Si miramos el culto que celebramos día
con día los católicos, la misa, podemos aprender algo por la asociación de los
eventos señalados. ¿Qué es la misa?, la misa es compartir el pan, pero no
solamente es eso, si meditamos en ella la misa es la encarnación de la Palabra,
del Verbo de Dios que se vuelve Eucaristía; carne y sangre ofrecida en el altar.
El sacerdote, es el hombre escogido de entre nosotros que nos hace ser Iglesia.
Él pone delante de nosotros el cuerpo de Jesús; la Eucaristía, siendo la
Iglesia también cuerpo del Señor. Sin sacerdocio no hay Iglesia.
El enemigo de Dios querrá oponerse a
la celebración eucarística porque no desea que el pueblo participe de este
regalo divino. El tentador ofrecerá miles de argumentos y artimañas a razón de
que el pueblo no coma de este sacramento. Puede engañar y confundir al católico
más docto en asuntos de fe.
Por otro lado, en la sociedad han
surgido embaucadores, ignorantes de la traición de la Iglesia y del sacerdocio.
En su delirio, queriendo llamar la atención de tantos, alejan más y más a los católicos
pequeños que tienen hambre de Jesús. Señalan “la eucaristía es un simple pan”, ó
lo creen “no necesario”. Mas yo aclaro y defiendo, toda Eucaristía celebrada
como se debe es necesaria. La gracia recibida ayer fue para el día de ayer, y
la gracia recibida hoy es para hoy. Toda Eucaristía es útil, solo perjudica
aquella que se come indignamente, en pecado mortal.
Para concluir, debiésemos aprender
del error de Esaú que perdió muchísimo por no estimar su primogenitura, la tradición
y el sacerdocio. Nosotros, el pueblo católico, tenemos la Escritura, la
Tradición Apostólica y el Sacerdocio. ¿Por qué debiésemos estimar en menos la Eucaristía,
la Tradición y el Sacerdocio?. Esaú perdió su primogenitura por comer, y acá
nosotros por no comer nos perdemos de la gracia divina, y por ignorar, hacemos
menos la tradición y el sacerdocio. ¿Por qué limitarnos y dudar?. El mismo
Señor señaló; “si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis su sangre, no
tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida
eterna, y yo lo resucitaré en el día final” (S. Juan 6:53,54). ¡Acudamos a este
regalo del Señor con alegría!.