“Y Jacob se quedó solo.
Entonces alguien luchó con él hasta el amanecer. Este, viendo que no lo podía vencer, tocó a Jacob en la ingle, y se
dislocó la cadera de Jacob mientras luchaba con él. El otro le dijo: Déjame ir, pues ya está amaneciendo. Y
él le contestó: No te dejaré marchar
hasta que no me des tu bendición. El
otro, pues, le preguntó: ¿Cómo te llamas?
El respondió: Jacob. Y el otro le dijo: En adelante ya no te llamarás Jacob, sino Israel, o sea Fuerza de Dios,
porque has luchado con Dios y con los hombres y has salido vencedor. Entonces
Jacob le hizo la pregunta: Dame a conocer
tu nombre Él le contestó: ¿Mi
nombre?¿Para qué esta pregunta? Y allí mismo lo bendijo. Jacob llamó a
aquel lugar Panuel, o sea Cara de Dios, pues dijo: He visto a Dios cara a cara y aún estoy vivo.” (Génesis 32: 25-31)
Jacob es uno de los
personajes más importantes de la historia hebrea, es nieto de Abraham, hijo de Isaac.
De Jacob vendrán sus hijos que formaran las doce tribus del pueblo de Israel
que son prefigura de los doce apóstoles. Es notorio el simbolismo que existe en
este pasaje del Génesis, la lucha directa que se establece entre Jacob y Dios,
de la cual, Jacob resulta vencedor y recibe el nombre de Israel. Jacob exclama;
“he visto a Dios cara a cara y aun estoy vivo”. Haciendo una lectura de la
historia de la salvación, los descendientes de Jacob ósea el pueblo Israelita
tomara posesión del valle de Canaán en tiempos de Josué, repartiéndose el valle
en dos grandes áreas; las tribus del norte y las tribus del sur, siendo las
doce tribus el Israel completo. Tiempo después, la historia hebrea nos dirá el
cisma político religioso que vivió Israel, dividiéndose el norte y el sur, quedando
así dislocada la unidad del pueblo Israelita. En los evangelios podemos
encontrar la lucha que establece Israel con Dios que es Cristo, siendo los judíos
quienes “derrotan” a Jesucristo asesinándolo en un madero; ¡Los judíos han
visto cara a cara a Cristo, a Dios, lo clavaron de un madero, lo mataron y aun así
los judíos siguen vivos!.
En esta “victoria judía”
sobre la muerte de Jesús, existen grandes enseñanzas, en primera, que Dios se
dejo vencer por uno de los pueblos más pequeños y errantes de toda la historia
de las civilizaciones. Es obvio que a Dios no le interesan las “victorias” desde
la perceptiva terrena. En segunda, Dios
no utiliza la violencia como un método para llamar a la conversión, prefiere
ser víctima a ser verdugo. Y en definitiva, la “derrota” de Cristo en el madero
a los ojos humanos es en sí su victoria. Podemos decir que “la otra mejilla” de
este combate contra Dios ha sido la resurrección de Jesucristo. Vencer el mal
haciendo el bien.
De esto podemos
aprender algo. Aunque los hombres incrédulos y necios se esmeren y afanen por “derrotar
a Dios” bajo los términos humanos del intelecto, en ese deseo de acabar con el
creador quizá lo venzan, pero, experimentaran la ausencia de haber asesinado a
Dios en sus vidas, es ahí, en esta “vana victoria del hombre” donde la ausencia
de Dios provoca también en la persona la muerte de la esperanza y el ser humano
queda derrotado ante su realidad interior, trayendo consigo el deseo inconsciente
de encontrarse con un Dios resucitado de entre las cosas que nosotros mismos destruimos.
Dios nos vence incluso en su derrota.