Ahora que entramos en tiempo de adviento, deseo compartir una estracto del libro “Historia del Judaísmo” de André Chouraqui. La paráfrasis que daré corresponde al capitulo sobre la espera del Mesías, espero que sea del agrado de todos los lectores el conocer: “como se espera la venida Jesús” desde el judaísmo.
Los grandes principios de la revelación del antiguo testamento, la unidad de Dios, la unidad del cosmos, la preeminencia de la luz sobre las tinieblas, del bien sobre el mal, el hombre concebido a imagen y semejanza de Dios, la existencia de la justicia, la elección de Israel, constituyeron otros tantos ejes permanentes que dieron dirección a la historia del judaísmo. Sin embargo, el motor secreto del dinamismo de la historia hebrea se situaba en la conciencia que tenían los judíos de haber sido objetos de la visitación del verbo de Dios. Todo Israel se ordenaba en relación con la esperanza concreta, carnal de la visita del Mesías.
El Mesías, el consagrado con la unción del Señor para traer salvación, es para los rabinos el alfa y la omega de las escrituras hebreas y de la creación, el punto central al que se dirige la historia de la humanidad entera. La Tora, los Profetas y más aún la historia de Israel se interpretan en función de su reino. Un ceñido conjunto de tradiciones permite precisar el conocimiento que los rabinos tuvieron del “hijo del hombre”: preexistente a la creación, idéntico al espíritu de Dios que se cernía en el origen sobre el abismo de las aguas y que sirvió de prototipo a toda la obra del Señor orientada hacia su fin: el Rey Mesías, el hijo de David, al final de los tiempos rescatará a Israel y reinará en la paz de la universal redención.
La liturgia de la sinagoga no es mas que un largo llamado para que advenga el Reino y florezca el Redentor: todo judío, varias veces al día en sus oraciones, suplica al Señor que haga venir al prometido Redentor, “que acerque al Mesías a nuestra vida y en nuestros días y en la vida de toda la Casa de Israel”: éste era el clamor urgente que salía de las profundidades del exilio: una espera apasionada, patética, que envolvía incluso al ser de Israel: el hecho se observa todavía en los ambientes judíos que han conservado la fe tradicional.
El Mesías sigue estando presente en la oración de Israel. Él es quien permite la unidad de la Casa de Israel, cuya salvación y gloria manifestará algún día, y quien le hará olvidar el calvario del exilio, su libertador.
Bien lo decía Judah Halevi: “La verdadera grandeza de Israel ha sino nunca dudar del advenimiento del Rey de gloria y tener su fiel morada en el dolor, los ojos vueltos hacia la luz que un día traspasará las tinieblas del exilio y restituirá a Jerusalén todo su esplendor”.
Los grandes principios de la revelación del antiguo testamento, la unidad de Dios, la unidad del cosmos, la preeminencia de la luz sobre las tinieblas, del bien sobre el mal, el hombre concebido a imagen y semejanza de Dios, la existencia de la justicia, la elección de Israel, constituyeron otros tantos ejes permanentes que dieron dirección a la historia del judaísmo. Sin embargo, el motor secreto del dinamismo de la historia hebrea se situaba en la conciencia que tenían los judíos de haber sido objetos de la visitación del verbo de Dios. Todo Israel se ordenaba en relación con la esperanza concreta, carnal de la visita del Mesías.
El Mesías, el consagrado con la unción del Señor para traer salvación, es para los rabinos el alfa y la omega de las escrituras hebreas y de la creación, el punto central al que se dirige la historia de la humanidad entera. La Tora, los Profetas y más aún la historia de Israel se interpretan en función de su reino. Un ceñido conjunto de tradiciones permite precisar el conocimiento que los rabinos tuvieron del “hijo del hombre”: preexistente a la creación, idéntico al espíritu de Dios que se cernía en el origen sobre el abismo de las aguas y que sirvió de prototipo a toda la obra del Señor orientada hacia su fin: el Rey Mesías, el hijo de David, al final de los tiempos rescatará a Israel y reinará en la paz de la universal redención.
La liturgia de la sinagoga no es mas que un largo llamado para que advenga el Reino y florezca el Redentor: todo judío, varias veces al día en sus oraciones, suplica al Señor que haga venir al prometido Redentor, “que acerque al Mesías a nuestra vida y en nuestros días y en la vida de toda la Casa de Israel”: éste era el clamor urgente que salía de las profundidades del exilio: una espera apasionada, patética, que envolvía incluso al ser de Israel: el hecho se observa todavía en los ambientes judíos que han conservado la fe tradicional.
El Mesías sigue estando presente en la oración de Israel. Él es quien permite la unidad de la Casa de Israel, cuya salvación y gloria manifestará algún día, y quien le hará olvidar el calvario del exilio, su libertador.
Bien lo decía Judah Halevi: “La verdadera grandeza de Israel ha sino nunca dudar del advenimiento del Rey de gloria y tener su fiel morada en el dolor, los ojos vueltos hacia la luz que un día traspasará las tinieblas del exilio y restituirá a Jerusalén todo su esplendor”.