sábado, 23 de junio de 2018

Kedoshim ó Shabat


            En los evangelios encontramos discusiones de Jesús y los fariseos por el asunto del día sábado ó shabat, este es el día de reposo, día sagrado para los judíos. Una de estas disputas se encuentra en los textos de San Mateo, capitulo doce:
            "En aquel tiempo cruzaba Jesús un sábado por los sembrados. Y sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerlas. Al verlo los fariseos, le dijeron: “Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado”." (Versos 1,2).
            Debemos saber que el mandamiento del descanso está asociado al trabajo porque Dios no solicito descansar simplemente, al contrario, ordeno a los israelitas trabajar seis dias y descansar el día séptimo. Así se lee en el libro del éxodo; “Seis días trabajaras y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para tu Dios…” (Ex. 20:9,10).     Desde esta óptica, fácilmente podemos entender que los discípulos no estaban trabajando en el séptimo día, ósea, ellos no esperaban recibir un salario por cortar las espigas, las cortaron porque tenían hambre., ningún judío dice “sentir hambre y comer no es lícito en día de shabat”. Para celebrar shabat hay que comer.  
            Hay algo que nadie nota en el texto del evangelio, ¿Quién era el dueño de esos sembradíos?, ¿no tiene más derecho el propietario de quejarse cuando ve a unos desconocidos cortado sus espigas?, ¿No hubiese sido más fácil acusar a los discípulos por robo a decir que eso “no es licito en día sábado”?.  
            En las leyes judías, en la sección del “Kedoshim” (palabra asociada a la santidad), existen leyes relacionadas con las plantaciones y la caridad con los hambrientos. Estas leyes judías señalan (las cito según su orden); ley 217.- No segar la peá del campo. 218.- Dejar lo cosechado que se cayó de un recipiente ó de la mano, para que sea recogido por los necesitados. 219.- No recoger las espigas que cayeron de lo que fuera cosechado (será para el necesitado). 220.- Dejar la peá del viñedo. 221.- No recoger todos los frutos del viñedo, dejar la peá para el necesitado. 222.- Dejar tirado lo que se cayó del viñedo (es de los necesitados). 223.- No recoger rebuscando todo el viñedo.
            Los discípulos cortaban espigas en un campo ajeno y el evangelio no señala alguna queja del propietario, quizá aquel dueño entendía las leyes judías, quizá no. Pero, hay algo curioso con los fariseos; el fin de la ley del Kedoshim estaba cumpliéndose delante de sus ojos y ellos en vez de alegrarse, prefieren mirar que parte de la ley estaba siendo quebrantada para poder acusar (si es que en algo se quebranto la ley del sábado, porque los discípulos no recibieron salario por cortar espigas, no estaban trabajando).
            Hay que mirar atentamente lo que sucedió en el corazón de aquellos fariseos, y como el propietario –aunque ausente- cumplió el fin de la ley judía al permitir que otros comieran de su sembradío. ¿Por qué los fariseos permitieron que entrara en su corazón la tentación de acusar al prójimo usando la ley?, ¿Por qué no pudieron ver el cumplimiento de aquella ley de Kedoshim y alegrarse?.
            Como conclusión, ¿de qué sirve conocer las leyes divinas si las miramos atreves del odio?, como católicos, no se trata de ignorar la ley –en nuestro caso la enseñanza de la Iglesia- se trata de conocer la enseñanza de la Iglesia para poder crecer en el amor, en el amor a lo que es santo, el amor a Dios y al prójimo.   

domingo, 17 de junio de 2018

Los atormentados


            Hace algunas semanas dentro de las lecturas de la misa se compartió aquel pasaje donde los fariseos acusan falsamente a Jesús, diciendo que expulsa demonios por la obra de Belcebú. Esta acusación desato una retórica contundente de parte de Jesús para defender su obra, trayendo a esta polémica una revelación, Cristo afirma que existe un pecado que no será perdonado jamás a ningún hombre, ni en esta vida, ni en la otra.  
            La Iglesia en su papel pastoral ha deseado inculcarnos y guiarnos sobre esta afirmación de Jesús; “el pecado que no será perdonado…”, señalando que este pecado consiste en negar la obra de Dios en su papel redentor hacia el género humano. Donde el hombre queda preso de su propia negación a la conversión, imposibilitado para clamar perdón al creador porque no le apetece reconciliarse. Mientras la creatura no posea ese don que lo mueva a buscar la reconciliación, queda excluida del perdón divino.
            Es innegable la misericordia divina para con todos los hombres, desde el mas incrédulo hasta el más soberbio. Dios está dispuesto a perdonar, y en algunas ocasiones, los hombres lastimados por sus mismos pecados acceden a modificar su vida en consecuencia y reparación al daño recibido por su propio mal. Todos en algún momento buscamos de modo genuino la paz del Espíritu.  
            Pero, ¿Qué sucede con aquellos hombres que no son dueños de su voluntad?. Por un lado están quienes tras un trastorno mental no poseen la capacidad de raciocinio para valerse por sí mismos. Creo que estos enfermos, de algún modo inentendible recibirán misericordia. Pero, ¿Qué sucede con aquellos que no son dueños de su voluntad por la acción del enemigo?, me refiero a los posesos, los endemoniados, aquel hombre que abrió puertas al demonio volviéndose su esclavo.
            Esta realidad es una tristeza, y en el ámbito espiritual, es decir, en aquel mundo que no puede ser apreciado por nuestros ojos, es necesario como acto de caridad elevar oración para lograr la liberación de estos esclavos.
            Sin duda, algunos se alarmaran por estos hechos pero es necesario explicar. Escuchando al sacerdote exorcista, José Antonio Fortea, señaló que los casos de posesiones deben ser estudiados con cautela, por ejemplo, un enfermo mental que cree estar poseído por demonios no necesariamente lo está. Dentro de la obra del maligno hay varios grados; una es, la influencia diabólica que consiste en la simple aversión a lo sagrado, lo santo y de buen nombre, el individuo no es un poseído, solo ha creído las acusaciones del demonio y cree que combatir lo santo y puro, es algo justo y correcto. El endemoniado es un ser que ha perdido su voluntad.   
            ¿Qué nos toca hacer como discípulos de Jesucristo?. No omitir esta realidad, sino ser consecuentes con la caridad de Dios, pues si Dios ha querido advertirnos de esto, no lo hace para que seamos pasivos, sino para colaborar en la obra de Dios por medio de su voluntad, la intercesión, la oración, las súplicas, para que estos individuos incapaces de caminar hacia su propia liberación, sean liberados por la acción de otros, gracias a los ruegos y ayunos de la Iglesia. Creámoslo posible y pidamos por estos seres atormentados.  

domingo, 10 de junio de 2018

La Gloria para que seamos uno


            Esta semana estuve meditando en la oración que Jesús hizo en el huerto del Getsemaní, en el momento previo a su arresto para llevarlo a juicio y crucificarlo. El evangelista san Lucas señala que este momento fue de tensión y agonía, pues al orar sus gotas de su sudor eran como gotas de sangre.
            La oración de Jesús en el huerto es mencionada por el evangelista san Juan (cap. 17) con una narrativa amplia de sus peticiones. Hay versos sumamente reveladores que cooperan para la búsqueda personal de la santidad; “Y ésta es la vida eterna: conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesús, el Cristo” (v. 3)., “Conságralos mediante la verdad: tu palabra es verdad” (v.17)., “Y por ellos ofrezco el sacrificio, para que también ellos sean consagrados en la verdad” (v. 19).
            En la oración del Getsemaní se contempla el anhelo de Jesús por sus discípulos para que obtengan lo necesario a razón de continuar la encomienda. En los versos contemplo la esperanza de Jesús puesta en los hombres –sus apóstoles- solicitando al Padre que los ayude y los consagre, para que la Palabra divina se proclame, él compartió lo recibido del Padre:   
            “Yo les he dado la Gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Así alcanzarán la perfección en la unidad, y el mundo conocerá que tú me has enviado y que yo los he amado a ellos como tú me amas a mí” (v. 22, 23).
            El texto menciona “Yo les he dado la Gloria que tú me diste”, ¿a que gloria se referirá?. Se refiere a la gloria de participar de la vida del evangelio para alcanzar la meta última después de la muerte, la gloria eterna. Es Jesús quien participó de esta vida después de la muerte, y la comparte, siendo la proclamación de la Palabra el inicio que nos invita a participar de la Gloria que Jesús tiene en compañía de su Padre. Si bien, Jesús es único redentor, él nos invita a colaborar en la obra del reino de Dios, para que nosotros compartamos también esta vida con los demás.
            Es interesante encontrar que Jesús ha compartido con ellos y con nosotros la Gloria que recibió del Padre, pero lo hace con un propósito: la unidad. Si no comprendemos que ese es el propósito de los dones divinos, estaremos mal gastando el regalo. El evangelio no debe ser motivo de división, es una invitación del Padre a la unidad.
            Dice la tradición de los judíos, en el inicio de la creación, en el Edén, toda la creación era una unidad y el pecado dio entrada a la división. Por el pecado entro la muerte al mundo, la muerte dividió la unidad de nuestro cuerpo y nuestro espíritu. El pecado trajo la división del ser humano con su creador y sus semejantes.
            Cuando apreciemos en nosotros ese sentir de la división, en la Iglesia ó con los demás, meditemos por encima de la tentación; ¿Qué nos mueve ó que nos lleva actuar de esa manera?, ¿Cuál es el propósito y fin de ese sentir?, ¿a quién edifica esa actitud?.
            Crezcamos en nuestro perdón para con los demás, disminuyamos nuestro ego y crezcamos en humidad, ofrezcamos esas mortificaciones que nos mueven a la división para propiciar la unidad, sin olvidar, primero tenemos que estar unidos nosotros al creador por medio de los instrumentos de su gracia.      

domingo, 3 de junio de 2018

El mutuo consuelo de la común fe


            "Porque Dios, a quien venero en mi espíritu predicando el Evangelio de su Hijo, me es testigo de cuán incesantemente me acuerdo de vosotros, rogándole siempre en mis oraciones, si es de su voluntad, encuentre por fin algún día ocasión favorable de llegarme hasta vosotros, pues ansío veros, a fin de comunicaros algún don espiritual que os fortalezca, o más bien, para sentir entre vosotros el mutuo consuelo de la común fe: la vuestra y la mía." (Romanos 1:9-12)
            Me gusta la frase que se utiliza en este verso;  “el mutuo consuelo de la común fe”. Todo templo católico debiese ser ese oasis donde los creyentes pudiesen encontrar ese compartir libre de su fe sin ninguna limitante, por desgracia, la religión cuando no se estudia se ignora y la fe se va pervirtiendo con ideas ajenas al origen cristiano ó de aversión contra la Iglesia. Esto provoca que el consuelo de tener una fe común se erosione, causando fracturas al interior del cuerpo de Cristo.
            En los textos de la carta a los Romanos, el autor, San Pablo encuentra fortaleza en la fe de los otros, y los otros se ven fortalecidos por la fe del apóstol. Este común acuerdo se da porque se congratulan en la enseñanza cristiana, y es meritorio decirlo, quien no estudia la fe cristiana va mermando su caminar en la fe, perdiendo la noción del bien y del mal, alejándose del pensamiento de la Iglesia a pesar de asistir constantemente a un templo.    
            Ningún católico debiese sentirse limitado en el templo para expresar abiertamente el pensamiento de la Iglesia, y si se siente cohibido es porque los asistentes ignoran lo que la Iglesia enseña. Es una lástima que en el templo, escuela para la santidad y la oración, no se pueda hablar abiertamente en contra del pecado ó exista aversión al sacerdocio, los sacramentos, ó los santos más ejemplares de nuestra fe, como si en cada creyente existiese el germen del sectarismo personal y no la actitud de mansedumbre para buscar y recibir la doctrina católica con agrado; hermano católico, no vengas a decirme que el infierno no existe ó que dos hombres se pueden casar, eso no es cristianismo.
            Es verdad que dentro de nuestra Iglesia han existido y existen villanos, pero no añadamos más dolor al dolor, porque si la constante de quien divide es acusar a toda la Iglesia por los simples villanos, el caso de Judas Iscariote ha estado desde el nacimiento de la Iglesia. Y es que Dios no lo ha ocultado, los perversos han estado inmersos siempre en el pueblo de Dios, ¡pidamos gracia para no ser uno de ellos!.
            El mutuo consuelo de nuestra fe debe hacernos ver que el proyecto de la salvación se da en comunidad ó ¿Cómo podremos recibir la gloria eterna si estamos divididos dentro de un mismo templo?, ¿en qué momento las ovejas se convirtieron en pastores y los pastores le temen a las ovejas más que al lobo?. Sea pues el pastor pastor, seamos pues nosotros las ovejas.
            Entiendo claramente que las luchas del apóstol san Pablo fueron distintas a las nuestras por el contexto histórico pero en algo se parecen, perseverar en la fe y guardar la sana doctrina. Espero que todo católico se sienta libre para estudiar su fe y vivirla, a su vez, sentirnos libres para vivir la fe en todo momento y recibir mutuo consuelo de los hermanos, en el templo, ante los dardos del tentador.