En Deuteronomio se describe la expectación que el pueblo de Israel vivió cuando Dios hablo a Moisés en el Monte Sinaí y entrega los diez mandamientos. El pasaje de este libro hace alusión al “fuego”, que tiene cierta similitud con el relato de San Lucas en Hechos de los Apóstoles al referirse a Pentecostés donde el Espíritu Santo se poso sobre los discípulos como lenguas de “fuego”.
Una vez que Dios pronuncio los diez mandamientos en Deuteronomio encontramos: “Dios pronuncio sus mandatos a Israel que estaba en el monte, desde en medio del fuego y la espesa nube. Dichas palabras resonaron con estruendo y no se les añadió nada. Y luego Dios las escribió en dos tablas de piedra que me entregó a mi Moisés. Cuando los Israelitas oyeron la voz de Dios en medio de las tinieblas, mientras que el monte Sinaí ardía, se acercaron a mí (Moisés) todos los jefes de sus tribus y los ancianos. Y dijeron: El Dios nuestro, acaba de mostrarnos su gloria y su grandeza y hemos oído su voz en medio del fuego. Hoy hemos visto a Dios hablando a Moisés sin que éste muriera; pero nosotros vamos a morir si nos quedamos escuchando la voz del Altísimo, nuestro Dios, pues nos va a consumir este fuego terrible. Qué hombre quedará con vida después de escuchar la voz de Dios vivo hablando en medio del fuego, como lo hace ahora con nosotros? Mejor acércate tú Moisés para oír todo lo que diga nuestro Dios, y luego tú nos las dices para que las pongamos en práctica. (Deuteronomio 5:22-27)
El pasaje habla de que ningún hombre común podía acercarse al monte donde se encontraba la presencia de Dios, y se resalta la predilección que Dios tuvo por Moisés al permitirle que solamente el se acercara al monte como mediador entre Dios e Israel. Quizá porque nosotros vivimos en una alianza nueva percibamos en este pasaje a un Dios distinto al que conocemos, pero si meditamos nos daremos cuenta de que tampoco nosotros podemos acercarnos a Dios para verlo cara a cara, sino que es Dios, una vez encarnado quien se acerca a nosotros en la figura de Jesucristo. En el bautismo de Jesús en el Jordan, es Dios quien confirma: “Este es mi Hijo muy amado, a El escúchenlo”. Los Antiguos Israelitas esperaron en Moisés aquel receptor del mensaje de Dios, siendo Moisés quien difundiría sus palabras dado que el pueblo no podía soportar aquella Gloria y se decían: “¿Quién podrá escuchar a Dios y seguir con vida?”. Nosotros como los antiguos escuchamos de Cristo un mensaje que le fue entregado por el Padre, dado que en vida no podemos soportar su Gloria, pues para ver la Gloria de Dios es necesario entrar en el descanso eterno.
En esta reflexión comprendemos que Dios Padre es el mismo desde siempre, para poder contemplarlo es necesario hacerlo a través de Cristo, porque dicha Gloria no es del alcance humano, pero en Cristo ha sido revestida de humanidad. Quien ha visto a Cristo ha visto al Padre, y es Cristo quien comparte en Pentecostés su Espíritu como un fuego que desciende desde lo alto, de esta forma nace la Iglesia. Quien a ustedes escucha, me escucha a Mi, y quien me escucha a Mi, escucha a quien me envío.
Una vez que Dios pronuncio los diez mandamientos en Deuteronomio encontramos: “Dios pronuncio sus mandatos a Israel que estaba en el monte, desde en medio del fuego y la espesa nube. Dichas palabras resonaron con estruendo y no se les añadió nada. Y luego Dios las escribió en dos tablas de piedra que me entregó a mi Moisés. Cuando los Israelitas oyeron la voz de Dios en medio de las tinieblas, mientras que el monte Sinaí ardía, se acercaron a mí (Moisés) todos los jefes de sus tribus y los ancianos. Y dijeron: El Dios nuestro, acaba de mostrarnos su gloria y su grandeza y hemos oído su voz en medio del fuego. Hoy hemos visto a Dios hablando a Moisés sin que éste muriera; pero nosotros vamos a morir si nos quedamos escuchando la voz del Altísimo, nuestro Dios, pues nos va a consumir este fuego terrible. Qué hombre quedará con vida después de escuchar la voz de Dios vivo hablando en medio del fuego, como lo hace ahora con nosotros? Mejor acércate tú Moisés para oír todo lo que diga nuestro Dios, y luego tú nos las dices para que las pongamos en práctica. (Deuteronomio 5:22-27)
El pasaje habla de que ningún hombre común podía acercarse al monte donde se encontraba la presencia de Dios, y se resalta la predilección que Dios tuvo por Moisés al permitirle que solamente el se acercara al monte como mediador entre Dios e Israel. Quizá porque nosotros vivimos en una alianza nueva percibamos en este pasaje a un Dios distinto al que conocemos, pero si meditamos nos daremos cuenta de que tampoco nosotros podemos acercarnos a Dios para verlo cara a cara, sino que es Dios, una vez encarnado quien se acerca a nosotros en la figura de Jesucristo. En el bautismo de Jesús en el Jordan, es Dios quien confirma: “Este es mi Hijo muy amado, a El escúchenlo”. Los Antiguos Israelitas esperaron en Moisés aquel receptor del mensaje de Dios, siendo Moisés quien difundiría sus palabras dado que el pueblo no podía soportar aquella Gloria y se decían: “¿Quién podrá escuchar a Dios y seguir con vida?”. Nosotros como los antiguos escuchamos de Cristo un mensaje que le fue entregado por el Padre, dado que en vida no podemos soportar su Gloria, pues para ver la Gloria de Dios es necesario entrar en el descanso eterno.
En esta reflexión comprendemos que Dios Padre es el mismo desde siempre, para poder contemplarlo es necesario hacerlo a través de Cristo, porque dicha Gloria no es del alcance humano, pero en Cristo ha sido revestida de humanidad. Quien ha visto a Cristo ha visto al Padre, y es Cristo quien comparte en Pentecostés su Espíritu como un fuego que desciende desde lo alto, de esta forma nace la Iglesia. Quien a ustedes escucha, me escucha a Mi, y quien me escucha a Mi, escucha a quien me envío.