En mi adolescencia fui operado tres veces de mis
piernas, la tercera operación fue para corregir el error de la segunda
operación. Por negligencia médica perdí movilidad en mi pie izquierdo y desde
entonces al caminar me apoyo más sobre una pierna, esto a lo largo de los años
provoco un desbalance en mi estructura corporal, en ocasiones padezco de dolor
en mi talón, hombro, espalda y cadera. Todos los días sufro de alguna
incomodidad y aunque físicamente mi apariencia es normal me he acostumbrado a
lidiar con estos dolorcitos.
Han pasado más de veinte años desde la primera
operación, aun recuerdo la sensación de vivir en hospitales, acudir a la fisioterapia
ó cargar instrumentos para intentar revivir mis músculos. Aunque las
operaciones no eran necesarias sino que fueron hechas por fines de lucro ó por
ignorancia, al doctor lo perdone, no le guardo rencor porque el rencor no
mejora mi situación, la empeora.
En ocasiones me pregunto, ¿Cómo hubiese sido mi
vida sin esta tragedia?, creo que sería distinta, aprender a lidiar con estos
eventos me hizo más reflexivo e introspectivo, me hizo valorar el
acompañamiento y esfuerzo de mi familia, el apoyo de mis amigos. El hospital fue
una experiencia de vida porque pude convivir con personas que sufrían
condiciones más adversas. No desearía pasar por lo mismo otra vez, el simple
olor del antiséptico me provoca algo ansiedad pero creo que por esta tragedia
me convertí en un mejor individuo.
Cargo con la incomodidad de la secuela todos los
días, las cicatrices las llevo debajo de mi pantalón y nadie las ve, pero ¿Cuántas
tragedias cargan otros y nadie lo ve?, ¿Cuántas historias como la mía ó peores
podrán contarse y vivirse en cualquier
hospital ó cualquier familia?, muchísimas.
Aunque la enfermedad y el daño físico son una
tragedia, ese dolor puede convertirse en virtud si logramos aprender algo de
nuestro malestar, a fin de cuentas, una enfermedad provoca el momento para
estar a solas con nosotros mismos y estar con aquellos que en verdad se
interesan por nosotros. La enfermedad nos une entorno al valor de la vida y la
esperanza de encontrar salud. La enfermedad frena la soberbia y advierte al
corazón humano lo que en verdad importa: la vida.
Termino con un cuento; en una carretera antes de
llegar a una ciudad, había una ladera que constantemente se llenaba de flores
pero un día dejaron de crecer, la gente empezó a preguntar, “¿Por qué dejaron
de crecer las flores?”, fue hasta entonces cuando los pobladores empezaron a
mirar de nuevo el monte, algunos dijeron “revisemos el suelo” y fue hasta
entonces cuando los pobladores miraron aquella tierra, pero cuando vieron que
no había ningún problema dijeron “quizá es porque ha dejado de llover” y fue
hasta entonces cuando la gente empezó a mirar el cielo y las nubes en el monto,
después dijeron “¿Acaso alguien sembraba todas estas flores?”, y fue hasta
entonces cuando los pobladores buscaron si en aquel lugar existían abejas,
animales ó alguien que colaborara con tal labor y descubrieron en el monte una
casita con un hombre enfermo y preguntaron; “¿usted sabe porque dejaron de
crecer las flores?”, el hombre dijo; “yo hacía surcos y bordos cada año, arriba
hay un represo y abría para que el agua escurriera y las flores agarraban agua,
este año me enferme y no lo hice, ¿la ladera se ve mal?”, un poblador
respondió; “se ve bien, la tierra es fértil, el cielo es bonito, hay bastantes
nubes y animales. No sabíamos que usted vivía aquí”, "No vivo aquí, vivo
en la ciudad, cada año vengo a mirar el monte, el cielo y los animales, vengo
porque el bullicio de la ciudad me enferma y la soledad del monte me sana”,
cuando los pobladores escucharon eso dijeron: “¿Podemos quedarnos aquí?,
nosotros también queremos ser sanados por la soledad del monte”. Y aquellos
enfermos se quedaron mirando el monte, el cielo y los animales. Las flores no
nacieron pero las amistades sí.