A mediados de enero visite la ciudad de Guadalajara, ahí adquirí
el libro titulado “La Iglesia Católica”, un breve ensayo que describe la
historia de nuestra Iglesia. Cuál fue mi sorpresa al descubrir que el autor, un
reconocido teólogo católico, nombrado perito en el Concilio Vaticano II, le fue
retirada su licencia para enseñar teología católica. No citare el nombre del
autor, pero en tal libro se cuestiona; si Jesús fundó la Iglesia Católica como
la conocemos y si debía asociarse a una monarquía. Aunque el autor intenta
hacer una crítica constructiva hacia la Iglesia, a mi modo de ver, sus
argumentos provocan más dudas que respuestas, esto genera confusión y apostasía.
Por esto, hare cita de lo dicho por Jesús; “Y cualquiera que hace tropezar a
alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgara al
cuello una piedra de molino de asno, y que se le anegara en lo profundo del mar…”
(S. Mateo 18:6). Ser formador en la fe es un asunto serio.
Volviendo a los dos cuestionamientos; ¿Jesús fundo una
Iglesia Católica como la que hoy conocemos?, la respuesta es no, pero eso no
significa que Cristo se oponga a la Iglesia, al contrario, la sostiene. La
respuesta es simple y no debe asustar a nadie, solo hagamos un paralelo entre
el pueblo de Israel y la Iglesia; antiguo y nuevo testamento. Pocos saben que existe una diferencia
entre “hebreo, Israelita y judío”. Aunque en los tres conceptos se reconoce la
alianza de Dios con Abraham y son el mismo pueblo, cada uno surgió por un periodo
distinto. Cuando se refiere a “hebreos”, es el periodo anterior a Moisés, antes
del pacto en el Sinaí y los diez mandamientos. Cuando se refiere a “Israelitas”
es un periodo posterior a Moisés, con un sacerdocio más estructurado; leyes,
templo y culto. En cambio, cuando se habla de judíos, es el periodo posterior a
la división de las tribus de Israel, donde la fe primordial de los Israelitas
es la promesa establecida sobre la tribu de Judá, de ahí el nombre: “judíos”. Entonces,
los judíos surgieron de una transformación, de una lucha por preservar la fe a
lo largo de los siglos, lo mismo sucede con la Iglesia. La estructura de un
Cristo y doce apóstoles funciono en Jerusalén, pero cuando la fe se expande hacia
otros pueblos ó en la historia nacen nuevos regímenes e ideologías, el
compartir la fe apostólica implica un nuevo reto, la Iglesia debe regenerarse
para seguir siendo el depósito de la Verdad. Los retos del siglo I difieren de
los retos actuales y de los futuros. La Iglesia debe tener la libertad para
proclamar el evangelio y organizarse a según la solicitud de los tiempos.
El segundo cuestionamiento es; ¿la Iglesia que Jesús estableció
debía asociarse a una monarquía?. Desde nuestro contexto puede resultar injusto
asociar a la Iglesia con los reyes, los jerarcas o los señores feudales, pero
desde el punto de vista antiguo, había pocas referencias para estructurar un
Estado fuera de la teocracia, y más, si afirmamos; Jesús es rey. Este modo de gobierno
estuvo arraigado en las sociedades antiguas, podemos apreciarlo desde el
antiguo testamento en el reinado de Saúl, David, Salomón donde el sacerdocio
tuvo un papel primordial en las decisiones de Estado y proclamación de los
reyes. El cristianismo ortodoxo oriental, en el imperio bizantino, se vivió
algo similar, incluso, en occidente, fuera de la Iglesia Católica, los países protestantes
que rompieron con el Vaticano, adoptaron el esquema teocrático. Para ejemplos;
el Rey Enrique VIII declaro a la corona de Inglaterra como “la cabeza única de
la Iglesia Anglicana de Inglaterra”.
Sin
duda, al hacer un recuento en la historia de la Iglesia Católica encontraremos
episodios dolorosos bajo nuestra óptica y contexto, pero considerando a la
Iglesia como el cuerpo de Cristo, mirémoslo también como ese cuerpo lacerado clavado
en una cruz. Podemos apartarnos de el ó unirnos en gracia hasta entregar el espíritu.