Había un hombre que se creía siervo de
Dios. Un día Dios lo llamo de esta forma; “Necesito que mueras porque quiero que
conozcas el infierno y que estés ahí solamente un día”. El hombre se inquieto
por la propuesta, tuvo temor y respondió; “No, no quiero ir, no quiero conocer
ese lugar”, el Señor respondió “eres soberbio”, al instante replico “¿Por qué
lo dices?”, Dios concluyo diciendo; “Porque te lo pedí y no quisiste”.
En esa pequeña platica con Dios este
hombre aprendió muchísimo; comprendió la dimensión del infierno, si el sintió temor
por solo un día, no puede imaginar el terror de estar ahí por una eternidad.
Esta vivencia provoco en él un despertar para estar más atento a sus pequeñas
tentaciones, aquellas que parecen insignificantes pero lo hacen caer en esos
pecados que son aceptados en la sociedad. También reconoció no ser tan
obediente como él mismo creía, entendió que su fe y confianza en Dios es
pequeña. Dios solamente le pedía una día, no una eternidad y prefirió decir “no”
antes que fiarse del Señor. ¿Podía llamarse así mismo “siervo de Dios”, siendo
que se negó a la petición?. ¡Siervo Abraham que estuvo dispuesto a sacrificar a
su hijo Isaac cuando Dios se lo pidió!. Pero, aquel hombre, a pesar de haberse
sentido tan pequeño en su fe entendió la paternidad de Dios de un modo más
sensible; a un hijo no se le ama por su obediencia, simplemente se le ama y se
le añade por ser hijo. El afecto de Dios a nosotros no depende de lo que
hagamos ó lo que no hagamos, pero si, estar cerca ó lejos de Él depende de
nosotros, de nuestro modo de vivir. El siempre desea estar cerca, lo está.
¿Estaríamos dispuestos a pasar un día en
el infierno si Dios lo pide?, en realidad deberíamos estar dispuestos hacer
todo aquello que Dios nos pida, pero somos débiles en obediencia y en fe. Estas
dos se irán perfeccionando con la gracia y nuestro vivir en Dios.
Debiésemos llegar al punto en donde
estemos dispuestos hacer todo por Dios, fiarnos plenamente de Él, seguirlo y
obedecerlo no por el deseo de recibir algún premio –el cielo- sino por el deseo
de seguir con Él y estar con Él para no estar lejos de Él. Cuando una persona
desea el cielo y está dispuesta a obedecer a Dios para llegar ahí, tiene algo
de idolatría en su ser, es muy sutil, nadie debe desear el cielo primero y
después a Dios. Es Dios al que debemos amar primero sobre todas las cosas y
anhelos, eso incluye al cielo. A Dios debemos obedecerlo por amor, no por
conveniencia, si lo hacemos por conveniencia entonces Dios no está ocupando el
primer lugar en nuestro ser. Pensemos en esto y caminemos a una relación con
Dios más perfecta, construyéndola y consolidándola con los sacramentos, la
oración y la piedad, no caigamos en un cristianismo de raciocinio, de
filosofía., el amor se completa solo amando.
Terminare esta reflexión con una
anécdota. Mi hermana tiene un hijo de menos de un año de edad, aunque tratamos
de estar con él, el niño no desea estar lejos de su madre, nunca. Si no la ve
llora, solo está contento cuando ella está en medio de nosotros. Mi hermana
vive en Ciudad de México y tras el temblor decidió mudarse a nuestra ciudad,
aunque la mudanza no se ha concretado, sé que el único interés del niño es
estar cerca de su madre, para él, en su mundo diminuto no hay otro afán, no
importa si la ciudad es buena ó es mala, si la casa es mas chica ó es más
grande, si el barrio será mejor ó el peor del mundo, lo único que le da paz a
este niño es estar cerca de mi hermana, él sigue a su madre por amor, no hay
otro afán, él es capaz de ir al lugar de tormento si mi hermana esta ahí.
Debemos tener una fe y una confianza como los niños para entrar al Reino de
Dios.
El siervo de Dios, Cristo, la tuvo,
vivió el tormento de la cruz por amor, y el credo de los apóstoles señala; “y
descendió a los infiernos y al tercer día resucito de entre los muertos”. Eso
es fiarse de Dios completamente. Miremos la confianza y empeño que la Trinidad
tuvo en el proyecto de nuestra salvación y tengamos esa confianza para añadirnos
a Dios. No busquemos a Dios solo por el premio, busquemos a Dios porque es
nuestro Padre que nos ama.