En la Iglesia de
Corinto se dio una discusión referente a las comidas ofrecidas por los pueblos
paganos a sus ídolos. Por un lado, los nuevos evangelizados sentían dudas por
venir del paganismo y vivir la fe cristiana sin ningún antecedente, a
diferencia de los judíos creyentes de Cristo que tenían más noción de los mandamientos
por la primera alianza en las enseñanzas de Moisés. Esto trajo consigo división
dado que en lo general los hombres que tienen más noción de las cosas se encumbran
por su conocimiento sobre otros, en este caso, los judíos creyentes por su
bagaje monoteísta se sentían con algo de jerarquía y “más obedientes” que los
paganos evangelizados que eran vistos como “menos obedientes” por su ignorancia
e impedimento por tener que purificar su percepción de las cosas tras su percepción
politeísta del mundo.
Sobre la discusión de las
comidas en un mundo pagano y la libertad del creyente, el Apóstol concluye lo
siguiente en el siglo primero; “Todo está permitido, pero no todo me conviene.
Todo está permitido, pero no todo me hace bien. Que cada uno piense no en sí
sino en los demás. Coman, pues, todo lo que se vende en el mercado sin plantearse
problemas de conciencia, pues del Señor es la tierra y todo lo que contiene. Si
alguien que no comparte la fe los invita, vayan, si quieren, y coman de todo lo
que les sirvan sin plantearse problemas de conciencia. Pero si alguien les
dice: Esa es carne sacrificada a los
ídolos, no coman. Piensen en el que les advirtió y respeten su conciencia”
(1era de Corintios 10:23-28).
Para los israelitas
comer de las víctimas es entrar en comunión con su altar. En la Misa, la copa de
bendición que bendecimos es comunión con la sangre de Cristo, y el pan que
partimos es comunión con el cuerpo de Cristo, y por esto, toda la Iglesia formamos
un solo cuerpo, porque el pan es uno y todos participamos del mismo pan a lo
largo de los siglos.
La cultura moderna lleva
consigo un pasado pagano. Cuando miramos los templos griegos, mayas, egipcios, nos
admiramos de su colosal arquitectura, no las rechazamos por el uso que se le
dio. Nuestro país tiene un pasado pagano por el mundo prehispánico, la palabra “México”
es por la tribu “mexicas”, incluso, el tamal era la masa que portaba las
viseras de los hombres asesinados en honor a las deidades prehispánicas. Cuándo
nos reunimos a comer tamales ninguno de nosotros piensa tributar honores a una
deidad y derramar sangre inocente. Fue la acción misionera la que llevo el evangelio
al mundo politeísta que se regía sin piedad y sin conciencia.
Pienso que como
creyentes debemos recuperar ese anheló misionero y confiar en que por medio del
evangelio podemos purificar la vida moderna que nos rodea, las costumbres, los hábitos,
etc. No vivamos haciendo una prohibición del mundo moderno como hacen algunas
sectas sintiéndose obedientes, sino más bien, que sea el evangelio quien nos
indique como hacer uso correcto de aquello que nos rodea, pues, todo está
permitido y si no nos conviene estudiemos nuestra fe para saber que es
conveniente y que no.