En una de las clases del
Padre Homero García referentes al catecismo de la Iglesia se hablo del tema “Dios todo
poderoso”. Los seres humanos entendemos “poder” como el dominio, la facultad ó
la fuerza que uno ejerce para mandar o ejecutar alguna acción según la
voluntad. Cuando afirmamos “todo poderoso” comprendemos que es el dominio
absoluto de todo. Sé que muchos no entienden ó no creen esto de “Dios todo
poderoso” porque quisiéramos que Dios ejerciera esa “fuerza”, ese “mando” ó “dominio”
sobre todas las cosas para mejorar la vida de los hombres. Podemos sentirnos
decepcionados si solo esperamos magnificencias de Dios.
Los Apóstoles dijeron a
Cristo; “Señor, ¿Por qué no hacemos bajar fuego del cielo para que estos
hombres duros de corazón perezcan?”, respondiéndoles el Señor; “no vine a
perder las almas de los hombres sino a salvarlas”. El fuego es símbolo de
purificación, este texto debe hacernos reflexionar sobre el día en que el Espíritu
Santo descendió en pentecostés, soplo y se poso sobre los discípulos como “lenguas
como de fuego”, obviamente el lenguaje es simbólico, pero, esta llegada del Espíritu
Santo si destruyo la vida de aquellos hombres de corazón duro transformándolos por
la conversión a una vida nueva. Aquella solicitud de los discípulos “hagamos descender
fuego del cielo” se cumplió al modo de Dios y no al modo de los hombres. Bajo
este antecedente, ¿cómo es que Dios hará visible su poder entre nosotros?, ¿esperaremos
acaso una magia celeste que se lleve a los “malos” y deje con vida a los “buenos”
en un arrebato de justicia celestial estableciendo la paz y la equidad en el
mundo?, no, pues una fuerza así se parece más al modo en que los hombres desean
que Dios actué, esperando que la justicia y la equidad sea ante los ojos de
todos un milagro de Dios y no una responsabilidad del ser humano.
El poder de Dios está en
su debilidad y nos fue mostrada en Jesucristo. Belén el poblado más
insignificante de Israel, tan minúsculo y de mala fama que un apóstol expreso; “¿de
Belén puede salir algo bueno?”, es recordado gracias a Jesús, un joven maestro de
la fe, llevado a juicio, juzgado injustamente y muerto en una cruz, que en esa
insignificancia por la resurrección trascendió mas allá de los imperios y los siglos. Los
evangelistas hacen una descripción detallada de la crucifixión pero no de la resurrección,
se describe el lamento del Verbo visto como un hombre débil aunque fuerte en la
cruz encontrando la muerte, mientras que la majestuosidad del acto de la resurrección
no es descrita como nosotros lo deseáramos llevándose a cabo en el silencio de
un sepulcro sin testigos.
San Pablo afirmaba que “los
más débil de Dios es más poderoso que lo más fuerte de los hombres”, el poderío
de Dios no es un estruendo, ni una magia, es más bien ese milagro que el
creador puede efectuar en los corazones duros de los hombres, en esos sepulcros
blanqueados que por la conversión pasan de la muerte al despertar a una vida
nueva, de un Dios que en su debilidad no es visto a los ojos de los hombres
pero que bajo ese mismo poderío por la fe puede ser visto, avergonzando aquellos
que antes lo vituperaban por no verlo y que ahora por la fe lo miran y lo aman.
Dios está en medio de nosotros y es todo poderoso.