El cristianismo enseña que la intención de
Satanás es matar y destruir. El enemigo se caracteriza por promover lo opuesto
de todas las cualidades del creador. Dios es orden, Satán es anarquía, Dios es
verdad, Satán es mentira, Dios es misericordia, Satán es venganza, Dios es
libertad, Satán es libertinaje, Dios es paciencia, Satán es necedad.
El tentador opera de muchas formas en la vida
del ser humano, el disfraza la verdad de mentira y es hábil para confundirnos.
Sus tentaciones irán de menos a más, él no utiliza las cosas que nos disgustan,
usa las cosas que nos gustan. Usará nuestros temores mas escondidos y no se
limitará en hacernos pecar, provocará en nosotros sentimientos que nos
acorralan y limitan en el desarrollo pleno de la vida; la desconfianza, la
tristeza, la soledad. Si alguien está interesado en que la pasemos mal aunque todo
este bien, ese es Satán, y, el mismo nos hace creer que estamos bien cuando nuestra
vida es un nido de maldad. Él desea que vivamos en la mentira; al malo le dice “estas
bien, sigue así”, y al bueno le dice “estas mal” y le atormenta la vida.
Cuando el enemigo no consigue hacer caer a un
cristiano que posee formación en la fe y los valores, recurre a otro tipo de
artimañas. Supongamos, una mujer acude cotidianamente a la Iglesia, trabaja en
las cosas de Dios y por su edad no es movida por los deseos de la juventud,
¿Cómo podrá Satán tentarla?. El tentador no usara las cosas del mundo, él usara
las cosas de la Iglesia. Si aquella mujer acude varias veces a misa en la
semana, Satán la acusará por no haber asistido siempre, y si con alegría está
interesada en participar en las labores del templo, el tentador la acusara para
que participe mucho más hasta agotarla. El enemigo le exigirá una perfección sin
errores y hará de aquello una competencia. Satanás se disfrazara de Dios mismo
para exigir una fe extenuante que ralla en el fanatismo, eso la desgastara en
las labores del templo y propiciara el hartazgo y distanciamiento al Verdadero
Dios; el Padre que nos da perdón y reposo. En el evangelio Jesús menciono: “mi
yugo es fácil y ligera mi carga…” (S. Mateo 11:30), pero Satán aprovechándose
de la buena voluntad añadirá más peso hasta volver aquello insoportable. En
esta tentación, el siervo de Dios responderá de modo humilde al decir “no puedo”,
mientras el ciego alentado por el ego insistirá en lograr todas las cosas pero
no podrá, y ahí, Satán aprovechara su situación para acusarlo de su incapacidad
en la obra de Dios.
Entonces, ¿Cuál podrá ser
el termómetro ideal para poder detectar este tipo de tentaciones?, en primera
distinguir el ánimo que nos mueve a servir y hacerlo, y, al ser llamados a
llevar más compromisos para el Reino de Dios, distinguir si esto viene de una
invitación de Dios ó de un ego personal, que es una tentación. También apreciar
y notar la forma en que se desarrolla nuestro interior, ¿aquello nos hace
sentir superiores al resto de servidores del templo ó nos hace estar más motivados
y añadidos al Señor?. Por el contrario, si no existen más compromisos dentro de
la Iglesia y por años hemos participado en lo mismo, ¿Cómo nos sentimos con esa
situación?, ¿secos, aburridos, sin ánimo de servir aunque lo hagamos? Ó ¿es esa
labor lo que nos hace sentir parte de la obra de Cristo?. Sigamos adelante
trabajando y si algo nos perturba pongámoslo en oración, seamos atentos a
nuestra actitud, no sea que nosotros mismos le estemos haciendo la obra al
diablo dentro de la Iglesia.