Los primeros capítulos del libro de Génesis
están llenos de símbolos de donde emanan enseñanzas. Muchos de nosotros
cometemos el error de hacer lecturas literales ò creer que en todos los relatos
de la biblia el orden cronológico es exacto como sucede en los libros modernos
de historia. La biblia es un libro muy complejo, es un compendio de documentos
que poseen estructuras distintas, en algunos se narran eventos históricos de la
vida de Israel, en otros, se comparten relatos hebreos que expresan una teología.
En el Génesis se narra que Caín tuvo
descendientes después de ser desterrado tras asesinar a su hermano Abel. El
tercer hijo de Adán es Set y a partir de ahí, los textos se enfocan en Set y
sus descendientes hasta llegar a Noé, después Abraham, Isaac, Jacob, el pueblo
de Israel y concluir en Jesucristo. En los personajes de Set y Noé podemos
encontrar símbolos de “la elección” que son pieza clave para dar promesa ò alianza,
sin embargo, a la inversa, se contraponen los personajes no escogidos, los
desterrados; Caín y sus descendientes, ò quienes no fueron parte de la familia
de Noé cuando el diluvio, o quienes permanecieron en Ur de los Caldeos cuando
Abraham atendió el llamado de Dios, dejo su hogar y recibió la promesa. De los
no escogidos, la Escritura también los desterró de sus versículos y como
destello de luz, Jesucristo aparece en la historia del pueblo escogido: Israel.
Por consiguiente, se concluye que los no escogidos fueron aquellos pueblos
alejados de la ciudadanía de Israel.
Dentro de las creencias judías, los rabinos
cuentan hasta el día de hoy, que el papel del Mesías será congregar a todos los
pueblos en torno a la Palabra de Dios. Tal facultad podemos encontrarla fácilmente
en Jesucristo, si no fuese por él, el mundo desconociera por completo el
decálogo de Moisés y el monoteísmo. La Iglesia no es otra cosa que la nación de
bautizados que se compone de muchos pueblos, es “un pueblo que no es pueblo”.
Desde el antiguo testamento pueden leerse
fragmentos de la experiencia de Jesús con los judíos y la relación del Mesías
resucitado con los pueblos paganos, expresa el profeta; “Fui buscado por los
que no preguntaban por mí; fui hallado por los que no me buscaban. Dije a gente
que no invocaba mi nombre: Heme aquí, heme aquí...” (Isaías 65:1). San Pablo
explica en Romanos (cap. 10, v. 20,21) que los pasajes de Isaías se refieren a
los paganos como “aquellos que no buscaban al Mesías pero lo encontraron”, y a
Israel como el pueblo al que Jesús dijo “heme aquí, heme aquí…”. Desde el
antiguo testamento Dios anuncia que será despreciado, a compartido su dolor
desde los siglos sin renunciar a su sacrificio, el nos ama.
La resurrección de Cristo y la evangelización, trajo
consigo la reconciliación y adopción de los pueblos paganos, aquellos
desterrados, expresa San Pablo: “En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados
de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y
sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo, vosotros que en otro tiempo
estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por su sangre. Porque él es nuestra
paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de
separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos
expresados en ordenanzas (leyes del antiguo testamento), para crear en sí mismo
de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz
reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades”
(Efesios 2:12-16).
El papel del Mesías en la historia de la
humanidad es un llamado a la paz, una paz que brota desde el cielo y debe
permear en la sociedad por el don que reciben los bautizados. Consideremos el
costo del anuncio de esta paz: la cruz.
La semana pasada se escribió sobre el simbolismo
que existe en los hijos de Adán: Caín, Abel y Set. El primogénito, Caín,
asesina a su hermano y es desterrado, tiene descendientes y nace una cultura. Sobre
el tercer hijo de Adán, por nombre Set, se levanta una descendencia que adorara
a Dios. También, en los descendientes de Noé se marca este símbolo, uno de sus
hijos por un acto no grato es desterrado, mientras que, los que no participaron
de la expulsión trajeron consigo una descendencia, de ahí vendrá el pueblo de
Israel. Estos personajes son símbolos de la cultura hebrea más antigua, dichos relatos
no deben ser considerados estrictamente históricos, sino que, en su momento
sirvieron como fundamentos para que los antiguos entendieran y explicaran el
porqué de la división entre el monoteísmo y el paganismo politeísta; los
descendientes de Set y los descendientes de Caín, los escogidos y los
desterrados.
En el antiguo testamento, la relación entre Dios
e Israel, sus promesas y alianza son el pilar, los pueblos aledaños no tuvieron
gran participación hasta la llegada del Mesías y el nacimiento de la Iglesia. San
Pablo expresa que los pueblos alejados de la ciudadanía de Israel, por Cristo se
añaden a la ciudadanía del reino de Dios. El Mesías une a las naciones entorno
a la palabra de Dios.
Si bien, Dios estableció una alianza con Israel,
entre los judíos existe la plena confianza de que son “el pueblo escogido”, pero
el mundo cristiano sostiene que el mesías que los judíos esperan es Jesús y que
la primera alianza está completa. Sin embargo, en el mundo cristiano existe
esta división entre “escogidos” y “no escogidos”. Por un lado, sabemos por la
biblia que Jesucristo solo estableció una Iglesia; la de los apóstoles y que
los católicos podemos presumir la sucesión desde San Pedro hasta Francisco I,
aunque no todos los bautizados estén de acuerdo con ello y nieguen la
autenticidad católica.
Al encontrarnos con “el orgullo de la elección”,
tanto judíos como católicos podemos caer en la arrogancia e ir si en contra del
espíritu que emana de las escrituras; la humildad. Dios escogió a Israel, Jesús
estableció una sola Iglesia entregando a San Pedro las llaves del reino de los
cielos. Como católicos sintámonos escogidos por Dios para brillar en medio de
una generación esclava de la injusticia. Que esta elección no despierte en
nosotros ese sentimiento de superioridad sobre el resto de los credos, más
bien, que nos haga estudiar el pensamiento de la Iglesia que Jesús estableció
en los apóstoles.
Termino citando una parábola de San Pablo que se
exhorta a los primeros cristianos para que cuiden la elección que han recibido,
llamándolos “injerto”, “olivo silvestre”, refiriéndose como “ramas naturales” a
la generación de judíos que crucifico a Jesús. El apóstol menciona; “Pues si
algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado
en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia
del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas
tú a la raíz, sino la raíz a ti. Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para
que yo fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú
por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no
perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad
y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero
la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú
también serás cortado” (Romanos 11:17 – 22). Dios es amor, un amor que en su
bondad nos ha elegido y ese amor debe ser cuidado.