Hablar de “Satán” despierta el morbo en muchas
personas. Hollywood y los medios de comunicación han lucrado con este personaje,
lo pintan terrorífico, lleno de esplendor maligno, como si la tierra fuese
abrirse en dos y entre el fuego brillara su presencia con un rostro animal. El
libro del apocalipsis hace alusiones a imágenes como “el dragón” y “la
serpiente”, pero estos son recursos literarios para describir con imágenes una
situación ò mas bien, a una persona; el enemigo de Dios y del hombre. Haciendo
referencia a este personaje, óptica del
bautizado no puede limitarse solamente a los símbolos ò las películas. El
enemigo no es alguien lejano a nosotros, tampoco se presentara con bombo y platillo
cuando aparece, al contrario, es cercano, sigiloso, no causa pavor sino atracción,
es persuasivo, es un excelente vendedor que manipula disfrazando el mal por el
bien y el bien por mal. Tuvo la capacidad para convencer a los ángeles de que
se revelaran contra Dios y habito en medio de los apóstoles de Jesucristo.
El
apóstol San Pedro describe al demonio como “león rugiente buscando a quien
devorar” (1era, cap. 5, v.8).
Dentro de las menciones que se hacen del diablo
en los evangelios, una de ellas es la tentación de Jesucristo en el desierto.
Habiendo ayunado el Señor por cuarenta días, tuvo hambre, el demonio se presenta
maestría y le dice: “Si eres Hijo de Dios, dí a esta piedra que se convierta en
pan” (San Lucas 4:3). En la primer parte del verso intento manipularlo por el
orgullo; “Si eres hijo de Dios, di…”. El orgullo puede convertirnos en títeres
de los demás, solo por demostrar algo que han puesto en duda, para que hagamos
cosas que no queremos. Muchas personas son manipuladas porque prestan oídos a
la insidia. En la segunda parte del verso, la tentación es romper el ayuno por
el antojo del alimento: “que esta piedra se convierta en pan”. El diablo tentó
al Jesús no con algo malo, sino con algo bueno aunque fuera de lugar, pedir que
“las piedras se conviertan en pan” pueda sonar a caridad en medio del hambre,
pero el diablo lo pide porque desea que se suspendan los ayunos a Dios.
Imaginemos la cantidad de pretextos que cruzan por nuestra mente para no hacer
ayunos cuando la Iglesia lo pide. Son tentaciones que lentamente alejan al
pueblo de Dios de sus ejercicios espirituales.
El diablo no siempre se presenta con cuernos y cola,
también se disfraza como una idea que ronda nuestra cabeza día y noche hasta
convencernos, haciéndonos producir frutos malos que nos encadenan y traen
enemistad, nos roban la paz convirtiendo nuestra vida un infierno. La oración, los
sacramentos y meditar en las sagradas escrituras nos dan la fortaleza y la
sabiduría para discernir entre el bien y el mal, optar por el bien.
El apóstol Santiago en su carta ofrece una excelente
recomendación para combatir las asechanzas del demonio; “Sométanse a Dios;
resistan al diablo y huirá de ustedes; acérquense a Dios y él se acercará a
ustedes. Purifíquense las manos, pecadores; santifiquen sus corazones,
indecisos. Reconozcan su miseria, laméntenla y lloren. Lo que les conviene es
llanto y no risa, tristeza y no alegría. Humíllense ante el Señor y él los
ensalzará” (S. cap. 4, v. 7 al 10).