Cuando un niño ò un adulto nos pregunte; “¿El
Dios de los cristianos puede manifestarse a los hombres de otros credos?”,
podemos preguntar; “¿El amor puede manifestarse a cualquier ser humano?”. Si el
amor puede manifestarse a cualquiera, Dios también puede hacerlo porque El es
amor. Sin embargo, no todos los hombres viven y entienden el amor de la misma
forma.
Estamos tan acostumbrados a escuchar la frase
“Dios es amor” que quizá hemos dejado de ver la profundad de ello. Usamos la
palabra “amor” e inconscientemente la asociamos al enamoramiento, a la pareja,
al sentimiento que una persona despierta en nosotros, no obstante,
refiriéndonos al amor de pareja, las nuevas generaciones atraviesan la crisis
de las rupturas conyugales. Los jóvenes deben entender que el amor no es una eterna
luna de miel. El amor debe madurar y trascender más allá de los estímulos de
los sentidos. Cuando una pareja contrae matrimonio y viven sus primeras etapas todo
parece ser felicidad, después cuando la emoción pasa y la atracción decae es
cuando se cree que el “amor se acabo”, pero es precisamente ahí cuando el amor
debe ser manifestado, no basado en la simple atracción, sino en el deseo de
permanecer confiando en que el reto de vencer juntos la adversidad elevara la relación
a un plano superior al anterior.
El amor hacia Dios no puede ser visto solo como la
“luna de miel” que muchos buscan. El amor de Dios no es una experiencia basada solo
en las emociones. En la actualidad, es común que las personas cambien sus
creencias o posturas con tal de encontrar nuevas sensaciones para salir de su
aburrimiento ò estancamiento. Esa clase de amor hacia lo divino pareceré más
bien una aventura sin rumbo, como un adulterio ò una especie de poligamia. Un
amor basado en emociones no perdura, perecerá cuando cese la emoción.
Sobre la relación que Dios establece con los
hombres por medio de la oración, me sorprendió la postura judía en contraposición
con el ideal de oración de los cristianos pentecostales, mientras los segundos anhelan
alcanzar oraciones que muevan sus emociones considerándolas superiores, los judíos
creen que las oraciones que buscan mover el sentimiento humano en el fondo son
carnales, porque se está poniendo precio a las oraciones en base a las
sensaciones corporales y nuestro cuerpo no es eterno. En cambio, los judíos consideran
que el hombre que hace oración sin sentir nada posee mayor espiritualidad, pues
se requiere más fe para orar sin sentir nada, que para orar sintiendo algo.
En el cristianismo, el amor que Dios propone al
mundo no es un “enamoramiento”, ni un éxtasis de emociones, su amor es una
propuesta definida manifestada en la encarnación y pasión de Jesucristo. Es
precisamente su sacrificio en la cruz lo que nos manifiesta un amor que no
claudica cuando las adversidades se hacen presentes. Esa clase de amor
trasciende porque está basado en la integridad y el juramento de la persona, en
su deseo de afirmar “si” a pesar de no tenerlo todo a su favor. Entonces, si
Dios habiéndose encarnado, siendo en Jesucristo poseedor de un cuerpo finito,
habiendo participado de la muerte, no negó su obediencia al Padre y mucho menos
su piedad a nosotros, confiamos en que el amor de Dios hacia el género humano
es cabal y no una sensación pasajera.
Por nuestra parte, la experiencia que vivimos en
El debe hacer brotar hacia los demás la presencia de Dios que está en nosotros,
por ello, el cristiano debe amar aunque lo odien, porque Dios nos amo de igual
manera, aun siendo pecadores nos amo, pues Cristo entrego su vida por nosotros.
Consideremos que Dios nos ama de tal forma pero con un propósito; ser a imagen
y semejanza de Jesús.