Había dos predicadores, uno hablaba del infierno
y otro no. El primero se refería a la audiencia de esta forma; “apártense de su
egoísmo, hagan caridad, no engañen, santifíquense, busquen la gracia para que
puedan ser librados del castigo eterno, el infierno…”. El segundo predicador no
apreciaba el evangelio bajo un discurso así, el prefería hablar de la
misericordia de Dios y el tema del infierno no lo tocaba. Este segundo hombre creía
que el primer predicador debía añadir otro tono a su discurso. Un día lo visito
para hablar de este tema: - ¿no crees que
hablar del infierno de esta forma puede asustar a la audiencia? – claro que si,
¿Quién no se asusta por el infierno?, estar ahí no es un placer, es un
sufrimiento y toda condena asusta a cualquiera – pero ¿no crees que si hablarás
más de la misericordia de Dios más gente vendría a escucharte? – No se puede
hablar del infierno sin hablar de la misericordia, Jesús es quien nos libra de
ese lugar por su gracia, él como cordero es la misericordia de Dios. Si hablo
del infierno constantemente es precisamente porque quiero librarlos de ese
lugar, si no les advirtiera, ¿Cómo podría ser un hombre misericordioso cuando
tuve la oportunidad de librarlos del infierno y no lo hice?. Quizá mi
predicación le pueda doler alguno pero no hay cruz que no lastime. El
segundo predicador partió a su casa con aquella reflexión, jamás pensó que
hablar del infierno fuese un acto de misericordia cuando se desea librar a las
almas del tormento eterno.
Pocos saben que la creencia del infierno no es
una creencia judía. Ellos creen en castigos temporales después de la muerte
pero no en un castigo eterno como el infierno. El modo judío me hizo
reflexionar sobre la visión que tenemos los católicos entre la interpretación
del Dios del antiguo testamento y el Dios del nuevo testamento. Constantemente
hacemos distinciones entre ambos pactos; “el Dios justiciero” y “el Dios bondad”,
como si el Dios del nuevo testamento fuese más “bueno” que el Dios del antiguo
testamento. Sabiendo que los judíos no creen en el infierno y siguen las leyes
de Moisés, escritas en el viejo testamento, ¿Qué Dios resulta más bondadoso?,
¿el Dios del antiguo testamento sin infierno? Ó ¿el Dios del nuevo pacto con
infierno?. Es obvio que nos conviene creer en un Dios que no condene eternamente
a nadie, pero ¿será esto cierto?. Es conveniente creer la Verdad antes de creer
lo que nos convenga.
El apóstol San Pablo reflexiona sobre el
significado del sacrificio de Jesús y concluye que mediante él somos
justificados delante de Dios, pues si pudiésemos recibir su misericordia de algún
otro modo, ¿Qué caso tiene haberlo sacrificado?. San Pablo como un ex fariseo y
judío de nacimiento, tras su conversión al cristianismo entendió que las leyes judías
del antiguo testamento no tienen sentido tras la resurrección de Jesús. Si los judíos
creen encontrar misericordia divina usando las leyes de Moisés, ¿Qué caso tiene
que Dios envíe al mesías para que sea crucificado?.
Con esto no afirmo que la misericordia divina
sea exclusiva de los bautizados, al contrario, Dios en su infinito misterio se
apiada del mundo de una mejor forma tras la resurrección del Verbo encarnado.
Pero no debemos olvidar, es Jesús quien revelo la realidad espiritual del infierno
precisamente para librarnos de ese lugar (leer S. Mateo 13:49,50).