domingo, 25 de septiembre de 2016

La migración y la biblia

En esta lectura deseo hacer una reflexión sobre la migración vista desde una óptica bíblica. Cuando me decidí por este tema no visualizaba la magnitud que tiene dentro de las Sagradas Escrituras, esto es como “desenterrar los cimientos de un edificio para mostrarlo”.
La migración es quizá la única condición humana que tiene su fiesta en el antiguo testamento, esta es “Sucot” ó la fiesta de los tabernáculos. El libro del levítico solicito a los Israelitas; “Durante siete días vivirán en chozas; todos Israel vivirá en chozas, para que sus descendientes sepan que yo hice vivir en chozas a los hijos de Israel cuando los saqué de la tierra de Egipto: ¡Yo soy Yavé, su Dios!” (Levítico 23:42,43). Cabe señalar, la palabra “Pascua” se asocia también a la migración. “Pascua” significa “pasar”, la pascua judía celebra el éxodo de Israel y el paso por el mar cuando las aguas se abrieron, para nosotros, la Pascua es el paso que Jesús dio de la muerte a la resurrección.
Por los relatos bíblicos podemos señalar que el primer migrante fue Adán tras su salida de Edén y su peregrinar por el mundo, desde ese simbolismo, todos somos forasteros de esta vida hasta retornar a la casa del Padre. La biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis hace alusiones a la migración. Podemos señalar algunas historias; Caín tras asesinar a su hermano termina errante., Noé para salvarse construye un arca - aunque se salva del diluvio - su residencia cambio., Abraham abandono su patria para ir tras una promesa., el hijo de Isaac, Jacob, tuvo que abandonar su casa tras la furia de su hermano Esaú cuando intentaba matarlo por el asunto de su primogenitura., Moisés siendo un menor fue dejado a la buena de Dios para salvarlo de la furia del faraón y después, al crecer, tras asesinar a un hombre tuvo que huir a una tierra lejana y hacer vida fuera de su casa adoptiva., La historia de David es similar, tras vencer a Goliath, tuvo que huir tras la envidia del Rey Saúl., En la historia de los profetas; Jonás que tuvo que establecerse en el Nínive a causa de la predicación ó Elías que tuvo que huir de su tierra cuando era perseguido por los adoradores de Baal. Otro caso muy importante es la deportación a Babilonia, que propicia la migración obligada pero también inserta en la historia de la salvación ese anhelo de retornar a la tierra, de estas experiencias nacerá el libro de las Lamentaciones.
La migración también es plasmada en los propios evangelios. La Sagrada Familia tuvo que huir a Egipto cuando el Rey Herodes mando asesinar a los niños ó tras la resurrección de Jesús, en la gran comisión – ir y evangelizar a los pueblos – los mismos apóstoles se convierten en migrantes. Las propias cartas del nuevo testamento están impregnadas del pensamiento migrante, desde los viajes de San Pablo con triunfos y derrotas, hasta la teología desarrollada que toma como base los textos del antiguo testamento.  
Entonces, si la historia de la salvación fue otorgada de esta forma, haciendo muchísimas alusiones a la migración, puedo decir que los personajes bíblicos emigran por dos motivos; ó buscan una esperanza ó huyen para salvar sus vidas. En nuestra vida espiritual esto podemos interpretarlo de la siguiente forma; ó somos migrantes de esta vida y vamos por la fe buscando entrar al Reino de Dios ó somos peregrinos de la vida - que obra por la fe – huir del infierno destinado para los demonios y los malvados.

Sigamos en este peregrinar de la salvación, alegrémonos de la redención que Jesús nos otorgo, celebremos la pascua eucarística en el templo, pero también, participemos de la pascua física que viven los hermanos migrantes en su travesía.       

domingo, 11 de septiembre de 2016

Lo que es y lo que no

“Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos.    Los fariseos y los escribas murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: “¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores?”. Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: “No son los sanos que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan” (San Lucas 5:29-32).
Este pasaje es conocido para los credos cristianos, no solo católicos. Cristo se mezcla libremente entre los “impuros”, aquellos que por su condición no llevaban una vida ordenada según el pensamiento judío y los ritos de las leyes de Moisés. Los publicanos eran funcionarios romanos, recaudadores de impuestos, se desconoce si en este pasaje eran judíos de nacionalidad romana ó simplemente judíos que laboraban para el imperio. La descripción de “pecador” está de más exponerla, aunque en el contexto el canon de justicia estaba definido y normando por la cátedra de Moisés y sus 613 mandamientos. Los fariseos era un partido celoso de estos preceptos.
En estos versos Jesús expresa algo que será clave para el pensamiento cristiano y su misión; “No son los sanos que tienen necesidad de médico, sino los enfermos…, no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan”. Cristo viene a sanar, otorgar alivio, sin embargo, debo hacer notar que los llamo “enfermos” y “pecadores” – esto puede sonar despectivo y hasta ofensivo para el mundo moderno - En la generación actual las principales banderas son la no discriminación, igualdad y equidad, ¿esta generación podrá reconocerse como enferma para ser sanada?, antes dirán “lo que es pecado para ti, no lo es para mí, respétame…”. Es difícil para el cristianismo compartir el mensaje para santificarlos, en ningún siglo ha sido fácil, ni lo será.
Anunciar el evangelio siempre traerá conflictos mas no significa que los católicos debamos propiciarlos. El evangelio es una invitación abierta a la justicia, la caridad y la santidad, por ende se convierte en una denuncia abierta a la injusticia, el egoísmo e inmoralidad. No deseo que los católicos caigamos en confusiones y compartamos un evangelio roto “con páginas de menos” para no ofender. El católico debe compartir el don que recibió, el milagro de su conversión – una lámpara no se pone debajo de la mesa –  

Algo he notado cuando se comparte el evangelio y el don de los mandamientos. Un modo puede ser sutil y diplomático, prudente evadiendo polémicas. Otro modo puede ser como el fuego, abierto y sin reservas, como una flecha certera e imparable. ¿Cómo se debe anunciar?, algunos tienen don para un modo y otros para otro, pero algo he visto; cuando una conversión llega el converso se alegra y poco le importan las formas ó modos que se usaron, es una obra de  Dios. Pero algo he notado también, cuando el evangelio se comparte a la mitad por lo general no funciona, termina siendo un discurso de amor sin santidad que no trasciende. ¡Eso ha dejado de ser cristianismo y se convirtió en un Jesús-ismo!, algo superficial donde el pecado y el averno son un mito como lo unicornios, ¿Cómo podrán arrepentirse si no saben que es pecado?, ¿Cómo podrán ser sanados por Jesús si primero no entienden su enfermedad? y ¿Cómo podrá la Iglesia guiarlos si pierde integridad cuando habla?. Entonces, es necesario que los católicos estudien el evangelio para que distingan lo que es y lo que no es.          

domingo, 4 de septiembre de 2016

El que crea y se bautice, se salvará

“El que crea y se bautice, se salvará; el que se niegue a creer será condenado” San Marcos 16:16. Este es quizá uno de los versículos más polémicos de la Escritura. ¿Cómo es que un Dios que es amor nos envía una revelación como esta?, ¿Cómo es que un Dios que nos ama puede condenarnos?. Nosotros mismos no acabamos de entender al Dios que nos amó, pero él nos amó.
Quien se niegue a creer en la eficacia del amor es un ser condenado. Este amor es piedad, fraternidad y alegría en la pureza, no es un amor pasional como un deseo carnal.
En este tiempo moderno como en cualquier otro han convergido creencias ajenas al cristianismo, algunas son religiones, ideales de pensamiento ó movimientos políticos que de algún modo han intentado transformar el mundo conocido ó quizá han terminado deformándolo. Sin saberlo, el hombre moderno participa de un sincretismo ideológico heredado que lo motiva a vivir y pensar de algún modo. Nosotros mismos – como fieles de Cristo – justificamos la eficacia de estas maneras de vivir cuando decimos: “si son felices están bien, tienen derecho a vivir así…”, pero ¿Qué nos hace creer que están satisfechos?, ¿Cómo podrían desear la santidad si jamás la han vivido?, ¿Cómo podrían desear a  Cristo si jamás se han encontrado con El?.    
En el evangelio, Jesús mantiene una plática con una mujer samaritana – esta mujer acude a un pozo para sacar agua – El Mesías le manifestó; “El que beba de esta agua de pozo tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”. “Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla” (San Juan 4: 14,15). Aquella mujer había tenido cinco maridos y vivía con otro sin estar casada, ella no dudo en preguntar por el agua que Jesús ofrecía, ni El dudo en anunciarlo y ofrecerlo.
Sabemos que el evangelio nos pide no juzgar, sin embargo, cuando justificamos la vida de quienes viven de modo contrario al evangelio también estamos emitiendo un juicio, no de condena sino de complicidad. Esta postura cómoda solo reafirmara la idea de que es posible encontrar vida eterna en otros pozos ajenos a Cristo. El agua de vida cristiana es un manantial avalado por la resurrección, no existe otro lugar donde pueda ser encontrado – al menos así lo firmo Jesús.  
Esta reflexión no es para condenar, sino para no subestimar el regalo que Jesús nos dio; “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna…”, ¿podemos encontrar esto en otro lugar?, ¿existe otro pozo donde podamos beber de estas aguas?.
Si hemos experimentado esta satisfacción única, ¿creer que existen otros pozos de vida eterna, no será demeritar el evangelio?, pienso que sí.