Antes creía que las personas que se casaban solo por el civil vivían en pecado porque no estaban casadas por la Iglesia. Sin embargo, mi percepción cambio tras escuchar al director de ACI Prensa, Alejandro Bermúdez decir; “la Iglesia no puede modificar el matrimonio porque esta institución nació antes que la Iglesia”. Hoy simplemente me atrevo a decir “no sé”, pues muchas personas se casan por el civil y tienen otra religión, ósea, no se casan en la Iglesia.
Recuerdo el caso de una amiga que deseaba casarse, la pareja no creía en la Iglesia pero presionados por ambas familias estaban dispuestos hacerlo. Le recomendé que si no creían en el sacramento, sobre todo en la Eucaristía no participaran de ella. Me sorprende la superficialidad religiosa e ignorancia de ambas familias al desear que esta pareja acuda al altar siendo incrédulos. Comer la Eucaristía en incredulidad es un pecado. Es preferible que se abstengan y el día que tengan fe, se casen por la Iglesia y comulguen dignamente. Esto lo expreso las enseñanzas de San Pablo; “De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por lo tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí” (1era de Corintios 11:27-29). Celebrar una misa para una boda, comer la Eucaristía en incredulidad para celebrar un culto externo y superficial es pecado, mejor no lo hagan. Los incrédulos lo harán sin cargos de conciencia, los que creen no deben permitir tales cosas porque denigramos a Jesús sacramentado.
Si una persona se casa por la Iglesia sin creer en ello, solo acarrea problemas futuros. Existe la probabilidad de que aunque casado por el civil se divorcie, después nazca la fe y se convierta, desee rehacer su vida con una segunda persona y casarse por la Iglesia. Para esto, tendrá que anular su primer matrimonio, entrar en un proceso de litigio largo y como ahora si anhela el matrimonio religioso, su espíritu no estará tranquilo con el simple matrimonio civil.
A mi juicio, obligar a una persona a casarse por la Iglesia cuando no cree en ello, hace un daño a la persona y a la Iglesia. Dios pide integridad. Es preferible la honestidad de un incrédulo a la hipocresía de uno que se disfraza de creyente para dar gusto a otros. Dios es amor, Padre paciente que espera la conversión.
En cuestiones de matrimonio y divorcio, la enseñanza cristiana es clara y contundente. El evangelio sostiene: “todo el que repudia a su mujer, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada del marido, adultera” (San Lucas 16:18). El apóstol San Pablo enseño: “Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo; pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando. Pero a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer” (1era de corintios 7:8-11). Sin embargo, la Iglesia puede anular un matrimonio bajo ciertas circunstancias. El sacerdote José de Jesús Aguilar Valdés afirma; “anular no significa deshacer un matrimonio, sino que, la Iglesia no reconoce la unión por haberse celebrado de forma incorrecta”. Aguilar hace una analogía entre el matrimonio y el futbol: “si tu vez que entra una pelota a la portería pensaras que es gol, pero el árbitro lo puede anular por muchas circunstancias, fuera de lugar, fuera de tiempo, etc”. Para que un matrimonio católico sea válido se necesita plena conciencia y plena voluntad, esto significa que ambos deben estar de acuerdo y acudir por deseo propio ante un sacerdote autorizado por la Iglesia”. Ese es el primer requisito para celebrar un matrimonio católico genuino.