El diccionario de la Real Academia Española
define la misericordia como; “Virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los
trabajos y miserias ajenos”, “Porción pequeña de alguna cosa, como la que suele
darse de caridad o limosna”, en el sentido religioso añade; “Atributo de Dios,
en cuya virtud perdona los pecados y miserias de sus criaturas”.
La mayoría de nosotros conoce el pasaje de los
evangelios, “el publicano y el fariseo” donde Jesús enseño; “Dos hombres
subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo,
puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque
no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este
publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el
publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se
golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste
descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se
enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (San Lucas
18:10-14). Los fariseos era una fracción del judaísmo que se caracterizaba por
ser conocedores meticulosos de las leyes de Moisés, sin embargo, ¿Cuál de los
dos hombres resulto tener mayor sabiduría?, el segundo, el primero con todo su
acervo no fue capaz de mirar sus propios pecados.
La misericordia no puede ser otorgada a quién no
la solicita. Sabemos que la misericordia de Dios es infinita, como una puerta
abierta donde todos están invitados. El asunto de la misericordia quizá no
reside si Dios nos perdona tal o cual cosa, Dios está dispuesto a perdonar al máximo,
más bien, es importante completar su misericordia con el conocimiento que
tenemos de nuestras injusticias, porque en base a eso pedimos perdón del mal
que hemos hecho. El Apóstol San Pablo sostiene que aunque no existan hombres
que puedan cumplir la totalidad de los mandamientos divinos, aun así, los
mandamientos son buenos porque nos indican la clase de persona que somos. Ninguno
de nosotros conocería su pecado de no ser por los preceptos.
Por ejemplo; el Yihadista asesina en nombre de
su dios y cree estar en lo correcto bajo sus principios, ¿deberá solicitar
misericordia a su dios después de haber decapitado a un infiel?, bajo su
criterio no tiene porque, en el no hay cargo de conciencia sino el orgullo de
haber hecho lo correcto según su fe. Entonces, ¿la persona que tiene un canon
ético torcido puede pedir misericordia a Dios?, no puede, su limitación no le
permite distinguir entre lo justo y lo injusto. La puerta de la misericordia
que está abierta para todos a su vez puede ser impenetrable para quienes no distinguen
la inmoralidad y no alcanzan a ver sus propios pecados. De esta pérdida de la noción
del bien y el mal, dice el evangelio; "Mira, pues, que la luz que hay en
ti, no sea obscuridad…" (San Lucas 11:35). San Pablo afirmaba que si la
conciencia no lo acusaba de algo, no por ello era inocente, quien lo juzga es
Dios y no su conciencia.
¿Qué nos queda por hacer para alcanzar la
misericordia de Dios?, conocer el camino de la piedad y la santidad, estar
atentos al llamado que Dios le hizo al mundo tras resucitar a Jesucristo.