Aprovechando que estamos en el tiempo del mundial Brasil 2014, comparto una reflexión del papa emérito Benedicto XVI sobre este deporte. Extraído del anexo “Mitarbeiter der arheit”, del libro “Orar” de Joseph Ratzinger, Editorial Planeta, 2008.
Cabe mencionar que el papa Francisco I, como buen argentino es un fanático del fútbol, admirador del afamado Lionel Messi.
“Cuando se hojea la prensa y se escucha la radio, se comprueba enseguida que hay un tema dominante: el fútbol y la liga de fútbol. Este deporte se ha convertido en un acontecimiento universal que une a los hombres de todo el mundo por encima de las fronteras nacionales, con un mismo sentir; con idénticas ilusiones, temores, pasiones y alegrías. Todo esto nos revela que nos encontramos frente a un fenómeno genuinamente humano.
Surge espontanea la pregunta sobre el porqué de la fascinación que ejerce este juego. El pesimista contestará que es una repetición más de lo que ya se experimentó en la antigua Roma: pan y circo; panem et circenses.
Pero, incluso si aceptáramos esta respuesta, tendríamos que preguntarnos: ¿y a qué se debe semejante fascinación, que lleva a poner el juego junto al pan, y a darle la misma importancia?. Volviendo de nuevo a la antigua Roma, podríamos contestar a esta pregunta diciendo que aquel grito que pedía “pan y circo” era la expresión del deseo de una vida paradisíaca. En este sentido, el juego se presenta como una especie de regreso al hogar primero, al paraíso; como una escapatoria de la existencia cotidiana, con su dureza esclavizante.
Sin embargo el juego tiene, sobre todo en los niños, un sentido distinto: es un entrenamiento para la vida.
A mi juicio, la fascinación por el fútbol consiste, esencialmente, en que sabe unir de forma convincente estos dos sentidos: ayuda al hombre a auto disciplinarse y le enseña a colaborar con los demás dentro de un equipo, mostrándose cómo puede enfrentarse con los otros de una forma noble.
Al contemplarlo, los hombres se identifican con ese juego, haciendo suyo ese espíritu de colaboración y de confrontación leal con los demás.
Desde luego, la seriedad sombría del dinero, unida a los intereses mercantiles, pueden echar todo esto a perder.
Al pensar detenidamente en todo esto, se plantea la posibilidad de aprender a vivir con el espíritu del juego, porque la libertad del hombre se alimenta también de reglas y de auto disciplina.
En todo caso, la visión de un mundo que vibra con el juego debiera servirnos para algo más que para entretenernos, porque si fuéramos al fondo de la cuestión, el juego podría mostrarnos una nueva forma de entender la vida”.