Una
amiga compartió una anécdota; un sacerdote pidió la opinión sobre los tatuajes,
ella afirmo no sentirse cómoda con ellos, después, aquel sacerdote le mostro su
tatuaje. Este presbítero, de apellido Félix, usaba tatuaje como un símbolo de
afinidad con los reclusos del CERESO, ahí tenía su apostolado.
Esta
semana murió Érica, amiga de mi hermana, la noticia me sorprendió, la conocí
desde la infancia, vivíamos en la misma calle. Es sorprendente lo corto y
frágil que puede ser la vida y nuestros planes. Ese mismo día me informaron de
la muerte de Félix. No podía creerlo, dos muertes el mismo día. Al Jesuita lo
conocí muy poco, pero aun recuerdo uno de sus cuentos; “En el barco de la reina
pintaron los postes porque habría una celebración. El monarca ordeno que en
cada poste, un soldado hiciera guardia para que nadie tocara la pintura fresca.
Desde entonces en cada celebración, un soldado esta en cada poste, nadie sabe
porque, si los soldados no están la gente pregunta: ¿y los soldados?”.
En la
misa para Félix citaron una reseña de su vida. Nació en una familia que motivo su
vocación religiosa, inicio en ella muy joven, vivió como pobre, visitando
presos, hasta vivió en la cárcel por amor a ellos, vivió el evangelio como se
debe.
El día
de su muerte, reflexionaba sobre la distancia que existe entre Félix y el Jesús
histórico. Me venía a la cabeza las frases de los judíos. Los rabinos suelen
ser pragmáticos, dicen; “Jesús nació, se crio, comía, dormía, era un hombre,
¿Cómo puede ser Dios y tener sueño o hambre?”. La comunidad judía no niega la
resurrección de Jesús, niegan su papel mesiánico para Israel. Muchos de
nosotros, bautizados, recibimos la religión por tradición. El apóstol San Pablo
solía decir a sus discípulos; “imítenme a mí, porque yo imito a Cristo”, pero
San Pablo no conoció a Jesús, ni siquiera fue su discípulo. San Pablo fue judío
de nacimiento, estudio los textos de Moisés, se convirtió y conoció la
enseñanza de Jesús por otros. San Pablo murió como mártir defendiendo la
enseñanza de alguien que no conoció.
En el
caso de Félix y otros discípulos, muchos entregan su vida por la enseñanza de
alguien a quien no conocieron. Jesús jamás escribió su legado, ni siquiera fue
de nuestra raza, ni hablaba nuestro idioma. Es fácil poner en duda la veracidad
de los relatos evangélicos, su existencia y el dogma. Entonces, ¿valdrá la pena
dedicarle tiempo al cristianismo?. Entregar la vida por el evangelio, es un
milagro, dado que, se pide la renuncia de uno mismo, algunos viven como pobres,
otros terminan como mártires. Debe existir la experiencia mística para entregarse,
algo que trasciende más allá de la razón. Cristo expresa en el Getsemaní; “Ahora
han conocido que todo lo que me has dado viene de ti; porque yo les he dado las
palabras que me diste; y las recibieron, y entendieron que en verdad salí de
ti, y creyeron que tú me enviaste” (S. Juan 17:7,8). Jesús es un misterio que salió
de Dios. No es un simple fanatismo y es fácil distinguir la diferencia. Quien
tiene fe no agrede, se mueve por un afecto grande, al fanático agrede cuando
las cosas no le satisfacen. Los hombres de fe encuentran satisfacción en el Espíritu
que Jesús dejo.
Es fácil
sentarse cada domingo en la banca de la Iglesia, hacer lo que manda el
protocolo por una hora, persignarse e irse, en la total indiferencia, sin ni
siquiera tomarse la molestia de estudiar si lo dicho por Jesús es verdadero o es
falso. La Palabra puede cambiar la vida de los hombres, aunque alguno no lo crean.
No faltara aquel que tenga una duda clavada, un aguijón que lo llame para
indagar en el evangelio y sea atrapado por El. Creo que Dios no se incomoda cuando
los incrédulos cuestionan, eso es señal de interés. El hombre que resucito de
entre los muertos no debe pasar desapercibido, porque si así fuese, perderíamos
la oportunidad de conocer la historia más sorprendente de todos los tiempos.