“Cuando Jesús se fue de allí, vio a un hombre llamado Mateo, sentado en la oficina de los tributos, y le dijo: ¡Sígueme! Y levantándose, le siguió. Y sucedió que estando El sentado a la mesa en la casa, he aquí, muchos recaudadores de impuestos y pecadores llegaron y se sentaron a la mesa con Jesús y sus discípulos. Y cuando vieron esto, los fariseos dijeron a sus discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los recaudadores de impuestos y pecadores? Al oír El esto, dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos. Mas id, y aprended lo que significa: misericordia quiero y no sacrificio; porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (San Mateo 9:9-13).
En el párrafo anterior, Jesús cita a los fariseos un fragmento del libro del profeta Oseas; “misericordia quiero y no sacrificios, y conocimiento de Dios más que holocaustos…” (Oseas 6:6). Los sacrificios y holocaustos fueron parte de los rituales ofrecidos en Israel para la purificación de las faltas, aunque en la pereza de los hombres hacia la piedad, estas liturgias fueron solo protocolos para quienes no viven la fe.
Los rituales sagrados del antiguo y nuevo testamento tienen inmersa la revelación, así, la tradición la otorgo de generación en generación a lo largo de los siglos, sin embargo, el ser humano difícilmente podrá crecer y entender el motivo de las liturgias si no atiende al llamado de Dios desde la oración y la vida justa. Cuando el profeta afirma; “misericordia quiero y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos”, no descarta los ritos, al contrario, otorga a la liturgia el verdadero sentido de la pedagogía de Dios; “misericordia” y añade “conocimiento de Dios”, fruto que llega tras la vida de oración y meditación en los divinos textos.
Ambos conceptos: “misericordia y conocimiento” son los frutos del que se acerca a Dios. Nos referimos a “conocimiento de Dios” no solo como la experiencia académica de un bagaje religioso (cosa útil), sino como la experiencia de vivir la fe y el evangelio. Nos referimos a la misericordia, no solo al sentimiento de lastima hacia los demás, los desprotegidos y los pecadores, sino también, como el afecto que se da a todo ser que está lejos del amor o que es enemigo del amor. La misericordia de los hombres que conocen a Dios dada a los hombres que no lo conocen.
Podemos cuestionar el texto de Oseas confrontándolo con la crucifixión de Jesús, dado que, “Dios quiere misericordia, y no sacrificios…”. La vida de Cristo concluye en un sacrificio. Dios no se agrada en la laceración, mas bien, su sacrificio es señal inequívoca de que el mundo no tuvo compasión por no tener conocimiento de Dios, como afirma San Pablo: “porque si hubieran entendido no habrían crucificado al Señor de gloria…”. Dios nos ama aunque sea el mundo quien nos crucifica y nos lastime.
El capitulo de Oseas tiene relación con el conocimiento y la misericordia; “Vengan, volvamos al Señor: él nos ha desgarrado, pero nos sanará; ha golpeado, pero vendará nuestras heridas. Después de dos días nos hará revivir, al tercer día nos levantara, y viviremos en su presencia. Esforcémonos por conocer al Señor: su aparición es cierta como la aurora. Vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia de primavera que riega la tierra” (Oseas 6:1-3).