“Ha llegado el tiempo del juicio, y éste empieza
por la casa de Dios. Pues si comienza por nosotros, ¿qué fin tendrán los que se
niegan a creer en el Evangelio? Si el justo se salva a duras penas, ¿dónde se
quedara el pecador y el impío?” (1era de S. Pedro 4:17,18)
Primero que nada, hagamos una reseña de la
historia de la salvación. ¿De dónde vino la creencia del “juicio de Dios”?. Esta
es una creencia anterior al cristianismo. Moisés estableció, para los
Israelitas, cinco fiestas ceremoniales asociadas al peregrinar en el desierto.
La primera fiesta es “Rosh Hashana” y celebra “el juicio”, haciendo alusión a
que Adán y Eva fueron juzgados el primer día, pues ese día comieron del fruto
prohibido. El pueblo de Israel se alegra en cada “Rosh Hashana” porque asocia
el juicio al perdón. La segunda fiesta es “Yom Kippur” y celebra el perdón de
Dios. El pensamiento judío establece que el juicio de Dios será sobre todo el género
humano y la redención será traída por el Mesías. El cristianismo nació
afirmando; “era necesario que el Mesías padeciera y resucitara de entre los
muertos al tercer día, para que fuese proclamado en su nombre el
arrepentimiento y el perdón de pecados, comenzando desde Jerusalén…” (S. Lucas
24:46,47).
El apóstol San Pedro enseño que el juicio de
Dios inicia por la Iglesia, mencionando algo sumamente perturbador; “Si el
justo se salva a duras penas, ¿Dónde quedara el pecador y el impío?”. Cualquier
creyente justificándose en una teología progresista podrá argumentar que “los
versos de San Pedro proceden de una interpretación antigua de Dios”, pero, no
debemos olvidar que el autor es un hombre que convivio con Jesús, su
interpretación de Dios - aunque es antigua - es lo más apegada al Cristo que
nosotros no hemos visto cara a cara.
La tentación moderna es no hablar del juicio, ni
del infierno, vivir en un estado de confort donde la fe se convierte en algo
personal. Para los ignorantes, la afirmación “yo creo que…”, tiene el mismo
valor y peso que toda la revelación entregada por Cristo a los Apóstoles e
Iglesia, esto no debe ser así, no podemos ser nuestros propios jueces. Solo
meditemos, aunque la conciencia no nos acuse de nada malo ó estemos en paz con
nosotros mismos, ¿solo por esto somos inocentes?, nuestro juez será Dios, no
nuestra conciencia.
No echemos en saco roto la revelación del juicio
argumentando: “Dios es bueno”, más bien, consideremos como los judíos asociaban
el juicio con el perdón y hagámonos de ese perdón hoy. El día para reconciliarnos
con Dios es hoy. En la resurrección de Cristo, Dios ha dado el primer paso.
Para terminar; “Una persona preguntó: “Señor,
¿es verdad que son pocos los que se salvan?”. El respondió: “Traten de entrar
por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo
conseguirán” (S. Lucas 13: 23:24).
Miremos nuestra vida confrontada con los
mandamientos y el evangelio para enderezar nuestra senda. Dios nos ama, por eso
nos llama y nos corrige.