San
Pablo menciona la gratitud hacia Dios a pesar de las adversidades de la vida; “Alégrense
siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. Que la bondad de ustedes sea
conocida por todos los hombres. El Señor está cerca. No se angustien por nada,
y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas
de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios” (Filipenses 4:4-6).
Según
el diccionario de la Real Academia, la gratitud es el sentimiento que nos
obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o ha querido hacer, y
a corresponder a él de alguna manera. Sin embargo, san Pablo solicita ser
agradecido con Dios desde antes de que le hagamos alguna petición.
La
gratitud es una retribución por algún beneficio, pero no es sinónimo de la
deuda moral. Ambos sentimientos ejercen en nosotros el deseo de retribuir por
la ayuda que recibimos, la deuda moral trae consigo el peso de la obligación.
Las dos emociones conducen a diferentes acciones, la deuda moral retribuye la
ayuda recibida aunque puede movernos a evadir a dicha parte, la gratitud en
cambio retribuye y mejora la relación entre las partes.
La
experiencia de la gratitud ha sido históricamente un foco de varias religiones
del mundo. De acuerdo con la visión del mundo hebreo, todas las cosas vienen de
Dios y debido a esto, la gratitud es extremadamente importante para los
seguidores del judaísmo. La enseñanza islámica insiste en la idea de que
aquellos que sean agradecidos serán recompensados. Un dicho islámico
tradicional afirma que: "Los primeros en ser convocados al paraíso son los
que han alabado a Dios en todas las circunstancias". La alabanza a Dios es
gratitud. En el sentido cristiano, a Dios se le ve como el proveedor generoso
de todas las cosas buenas. La gratitud de los bautizados hacia Dios debe ser el
vínculo común entre las distintas ramas del cristianismo. La gratitud es uno de
los pilares del evangelio, que ofrece la caridad hacia el prójimo como acción de
gracias a nuestro Dios; “dar de gracia, lo que de gracia habéis recibido…”.
El
principio básico de la gratitud hacia el creador es agradecer por la vida. En
las Escrituras, Dios mismo se presenta como autor de la vida. Quien no da
gracias solo por el hecho de estar vivo tiene corta visión, pues ¿cómo se
atreve agradecer cualquier otro beneficio, si todo se disfruta por la vida
misma?. Una sociedad que pierde la sensibilidad y no agradece el don de estar
vivo deja de apreciar lo importante que es la vida, esta debe ser respetada,
amada y custodiada. Por lo tanto, cada niño que nace fue creado a imagen de
Dios y eso conlleva dar gracias.
Para
finalizar vale la pena compartir la anécdota del músico argentino Raly
Barrionuevo; “la primer guitarra que mis ojos vieron fue a la edad de 8 años,
traída nada más y nada menos que por Melchor, Gaspar y Baltasar, ¡recuerdo
perfectamente el día!, fue un 6 de enero”. Estas expresiones recuerdan los
pasajes sagrados que hacen alusión a la visita de los magos. La tradición
cristiana de este acto, más allá de la entrega de regalos, nos muestra que cada
niño es también un príncipe, hermano de Jesucristo, un don de Dios. Los regalos
son un acto de gratitud por la vida que nos fue entregada en los niños para
perpetuar la descendencia y la humanidad como expresa Benedicto XVI; “Cada niño
que nace nos trae la sonrisa de Dios y nos invita a reconocer que la vida es un
don suyo. Don que debemos acoger con amor y custodiar con cuidado siempre y en
todo momento”.
Que
nuestra boca no enmudezca cuando debemos dar gracias. Es importante agradecer
la vida y no poner tropiezo a la vida que nace, la vida de quien desea entrar a
este mundo.