En ocasiones la gente se pregunta si orar sirve de algo, comúnmente
lo contraponen con las obras de caridad. Dicen “¿de qué sirve orar si no haces
nada?” - pero la frase es usada para cuestionar la oración y no para promover
la caridad - quien vive la oración entiende que los conceptos “oración” y “obras”
son distintos y no se viven igual. Por ejemplo, las asociaciones civiles promueven
la buena conciencia, las obras de caridad y de ayuda comunitaria sin estar
asociadas a la oración, una asociación civil atiende una obligación moral. La Iglesia no es una asociación
civil, es un proyecto que abarca mucho más allá de lo que vemos.
La oración y las obras no son la misma cosa, aunque ambas
estén ligadas al proceso de dar vida de fe – no confundamos peras con manzanas.
Un creyente que vive una fe que no lo mueve a obrar con caridad, vive una fe
muerta. Un bautizado que cree que “orar no sirve de nada”, ha perdido
sensibilidad por el pecado y probablemente esté muerto en su espíritu. Dios no escucha
a los pecadores, a menos que estén arrepentidos y deseen guardar sus
mandamientos.
La oración es el encuentro entre Dios y la persona, la
piedad es el encuentro de la persona con el necesitado. Por la oración podemos
recibir fortaleza en el espíritu, gracia, discernimiento, sabiduría, fe,
incluso hasta un milagro. Las obras de caridad y piedad son el encuentro con el
prójimo donde reflejamos el amor y la compasión que Dios tuvo para con nosotros.
¿Cómo puede un bautizado decir que orar no sirve de nada?, eso se parece a un
hijo que afirma que es inútil platicar con su Padre, es renegar de un vínculo
afectivo que no será ser sustituido con nada.
En el evangelio de San Lucas podemos encontrar la
petición de los discípulos; “Señor, enséñanos a orar”, ahí, Jesús comparte el
Padre Nuestro. Dentro del capítulo el evangelista añade los siguientes versos
para mostrarnos un beneficio de la oración; “También les aseguro: pidan y se
les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide,
recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Hay entre ustedes
algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un
pescado, le dará en su lugar una serpiente?, ¿Y si le pide un huevo, le dará un
escorpión?, Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos,
cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan”
(cap. 11, v. 9-13). Aunque en la nueva alianza el Espíritu Santo lo recibimos
en el bautismo, menciono que la santidad y la pureza son un fruto de la oración
personal, por lo tanto, es necesario ejercitar nuestro interior por medio de la
oración para vencer las tentaciones y no morir por el pecado; “Velad y orad
para que no entréis en tentación…” (S. Mateo 26:41).
La conexión que cada individuo establece con el creador
por medio de la oración personal es única e irrepetible, ó ¿acaso alguno de
ustedes puede estar en el interior de su prójimo para saber si la oración se
vive igual?, en cada oración van nuestros deseos, mortificaciones, anhelos,
acciones de gracias. Nuestra oración es el reflejo de nuestra vida y cada ser
humano recibirá de Dios aquel don que requiera, en el punto del proceso
espiritual donde se encuentre.
Termino
citando un texto de San Pablo donde expone el actuar del Espíritu Santo en la
oración; “Igualmente, el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad
porque no sabemos orar como es debido; pero el Espíritu intercede por nosotros
con gemidos inefables. Y el que sondea los corazones conoce el deseo del
Espíritu y sabe que su intercesión en favor de los santos está de acuerdo con
la voluntad divina. Sabemos, además, que Dios dispone, todas las cosas para el
bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio” (Romanos
8:26-28). No descuidemos la oración diaria.