“El que crea y se bautice, se salvará; el que se
niegue a creer será condenado” San Marcos 16:16. Este es quizá uno de los versículos
más polémicos de la Escritura. ¿Cómo es que un Dios que es amor nos envía una
revelación como esta?, ¿Cómo es que un Dios que nos ama puede condenarnos?.
Nosotros mismos no acabamos de entender al Dios que nos amó, pero él nos amó.
Quien se niegue a creer en la eficacia del amor
es un ser condenado. Este amor es piedad, fraternidad y alegría en la pureza,
no es un amor pasional como un deseo carnal.
En este tiempo moderno como en cualquier otro
han convergido creencias ajenas al cristianismo, algunas son religiones, ideales
de pensamiento ó movimientos políticos que de algún modo han intentado
transformar el mundo conocido ó quizá han terminado deformándolo. Sin saberlo,
el hombre moderno participa de un sincretismo ideológico heredado que lo motiva
a vivir y pensar de algún modo. Nosotros mismos – como fieles de Cristo – justificamos
la eficacia de estas maneras de vivir cuando decimos: “si son felices están bien,
tienen derecho a vivir así…”, pero ¿Qué nos hace creer que están satisfechos?, ¿Cómo
podrían desear la santidad si jamás la han vivido?, ¿Cómo podrían desear a Cristo si jamás se han encontrado con El?.
En el evangelio, Jesús mantiene una plática con
una mujer samaritana – esta mujer acude a un pozo para sacar agua – El Mesías
le manifestó; “El que beba de esta agua de pozo tendrá nuevamente sed, pero el
que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo
le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”. “Señor,
le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite
venir hasta aquí a sacarla” (San Juan 4: 14,15). Aquella mujer había tenido
cinco maridos y vivía con otro sin estar casada, ella no dudo en preguntar por
el agua que Jesús ofrecía, ni El dudo en anunciarlo y ofrecerlo.
Sabemos que el evangelio nos pide no juzgar, sin
embargo, cuando justificamos la vida de quienes viven de modo contrario al
evangelio también estamos emitiendo un juicio, no de condena sino de complicidad.
Esta postura cómoda solo reafirmara la idea de que es posible encontrar vida
eterna en otros pozos ajenos a Cristo. El agua de vida cristiana es un
manantial avalado por la resurrección, no existe otro lugar donde pueda ser
encontrado – al menos así lo firmo Jesús.
Esta reflexión no es para condenar, sino para no
subestimar el regalo que Jesús nos dio; “El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna…”, ¿podemos encontrar esto en otro lugar?, ¿existe otro pozo
donde podamos beber de estas aguas?.
Si hemos experimentado esta satisfacción única,
¿creer que existen otros pozos de vida eterna, no será demeritar el evangelio?,
pienso que sí.