Esta semana estuve reflexionando
sobre la relación que Jesús tenía con el Padre, si miramos los evangelios en
forma general podemos encontrar que Jesús hablaba en nombre de Dios Padre, y,
en su vida pública fue Padre quien hablo por Jesús; en el bautismo en el Jordán,
en la transfiguración, en el acto de la crucifixión al obscurecer el cielo y en
el domingo al resucitarlo.
De esto podemos aprender mucho imitando
a Cristo. Él compartía el mensaje del evangelio hablando y haciendo buenas
obras, él no era un ignorante de los textos sagrados, los conocía y a su vez permitía
que Dios hablara de él.
Como discípulos de Jesús debemos
compartir con los demás el mensaje del evangelio, saber dar dirección a los demás
con nuestro testimonio de vida, el conocimiento en la Palabra de Dios y el
pensamiento de la Iglesia. Sin embargo, siempre habrá quien hable mal de nosotros
por motivos injustificados, envidia y dolo, esto no es de extrañar, la
naturaleza humana es así, debemos entender esta debilidad de quien acusa ó
reconocer nuestro error cuando nos acusan con justa razón. Acusar a los demás no
es parte de la vida en el espíritu, corregir fraternalmente sí.
Ante estas situaciones, estas confrontaciones
por acusaciones y chismes, es mejor no responder, guardar silencio, ser un cordero
en el matadero y seguir construyendo nuestro testimonio de vida, confiar que
Dios hablara por nosotros en las conciencias de aquellos que nos acusan sin
evidencias. Es preferible no responder y dejar que el tiempo defina, a la larga
nuestro silencio será más satisfactorio que enrolarnos en discusiones con
nuestros acusadores. Es una situación difícil pero en el ejercicio de nuestra
espiritualidad es preferible vivir de esa manera, no hablar de quien nos acusa
a discutir para desenredar un chisme. No imagino a un hombre espiritual
perdiendo su tiempo en tales situaciones, creo que un hombre de Dios preferiría
estar ante el santísimo poniendo esta situación en oración a estar respondiendo
acusaciones.
No debemos olvidar mirar la viga en
nuestro ojo, no sea que quien nos acusa en realidad intenta corregirnos y
nuestro proceder es injusto mientras creemos estar en lo correcto. No terminemos
como aquellos que no escuchan corrección u opinión alguna y se llenan de un
silencio arrogante.
Caminemos todos los días considerando
que nuestra vida es un proyecto inacabado, que necesitamos aprender más de Jesús
y los demás, trabajemos por el evangelio, y, cuando venga la acusación de parte
del maligno sepamos que esta lucha no es contra nosotros, que las personas que
nos acusan tampoco son del todo culpables sino que están bajo la influencia de
eso que divide a las personas y a la Iglesia; la envidia, la soberbia, el ego,
la mentira. No prestemos atención a estas intenciones, ni demos oportunidad a
que estas cosas sucedan, sembremos en el silencio oculto de la oración y no en
el protagonismo rampante del que gana una discusión, esto no aporta a la
construcción del Reino de Dios. No olvidemos la enseñanza de Jesús; “Os digo
que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del
Juicio. Porque por tus palabras serás declarado justo y por tus palabras serás
condenado” (S. Mateo 12: 36,37). Por favor, guardemos silencio y hagamos obra y
oración.