Recuerdo una frase de mi maestro en
el Instituto Bíblico; “en la justicia civil quien se declara culpable merece
castigo, en la justicia divina quien se declara culpable está en camino para
recibir la gracia”. También una frase de mi anterior párroco; “el pecador es
tierra fértil para la gracia”. Estas frases me mostraron una visión distinta de
justicia y pecado, entendí que el concepto divino difiere de la percepción que
tenemos los hombres. En el plan divino reconocer la culpa es motivo de alegría;
“los ángeles se alegran cuando un pecador se arrepiente”, pero en el mundo
terrenal reconocer la culpa es algo que desagrada.
Esta divergencia entre lo terrenal y
lo divino podría provocar que por error mal interpretáramos la misericordia
divina, mirándola con ojos terrenales y no desde la óptica divina. Lo divino no
omitirá la santidad, lo terrenal probablemente sí.
La misericordia de Dios la
interpretamos como un perdón disponible, como un acceso libre al amor divino,
no obstante, la espiritualidad y el conocimiento en la fe que cada individuo
tiene le permitirán apreciar de un modo más certero sus propias faltas, y, por
ello, podrá acceder a distintos grados de perdón, esto lo hará mas libre. Esto
es un proceso de formación en una amistad con Dios y una introspección para
conocernos a nosotros mismos, siendo guiados por la Iglesia.
La piedad de Dios es infinita y a
veces inapreciable. La creación completa posee misericordia divina porque al
creador le ha placido que esta siga funcionando. Si una gota de lluvia cae es
porque la vida está por manifestarse haciendo que los desiertos reverdezcan,
ahí hay piedad y esperanza. Si a un hombre le place ayudar a otro es porque en
la creación existe ese espíritu que mueve a la piedad. La tragedia no debiese
ser vista como un “castigo divino” sino como la oportunidad para que la piedad
se manifieste, una piedad a la que Dios nos convoca y a la cual respondemos. También,
la muerte no debe interpretarse como la ausencia de la piedad divina sino como
el preámbulo para gozar de la presencia plena de Dios. No debe amarse más la
propia vida que a Dios mismo. En toda la creación hay piedad todos los días
aunque no lo distingamos. Si estamos vivos ahí hay piedad.
Nuestra humanidad no es capaz de
medir el grado de misericordia divina porque no alcanzamos a medir lo injusto
que somos, tenemos algo de conciencia por los mandamientos –que constantemente
olvidamos- pero no somos capaces de verlo en su totalidad. Si un hombre
despierta de su sueño, abre sus ojos sin agradecer el propio descanso, ya está
siendo injusto. Si un hombre contamina conversaciones usando pequeñas mentiras,
es injusto. Si un hombre hace sentir mal a otro por su condición social, sea
pobre ó rico, está siendo injusto. Si un hombre vuelto a la fe, conociendo el
evangelio no lo anuncia, está siendo injusto. Pero, ¿acaso los pequeños
detalles merecen castigo?, quizá si ó quizá no, el camino para acceder a la
misericordia es no presumirnos de inocentes, no ser jueces de nosotros mismos,
ni siquiera nuestra propia conciencia debe ser nuestro juez, el juez es Dios.
Para acceder a la misericordia divina es primordial conocer la Palabra de Dios
y distinguir el pecado, pues ¿de qué nos vamos arrepentir si no sabemos en qué
hemos pecado?.