¿Cuántas veces tenemos que limpiar un mueble? Ò
¿Cuántas veces debemos lavar un pantalón?, ¿una sola vez, dos veces ò mas?, debemos
limpiar las cosas cada vez que sea necesario, no hay cosa que no se ensucie y
no hay porque creer que algo que está limpio no volverá a ensuciarse. Si el
mueble y el pantalón siendo objetos inanimados necesitan aseo, ¿cuánto más
nosotros que poseemos voluntad, ocuparemos asearnos por dentro y por fuera?.
Los necios piensan; “no necesito limpiarme por
dentro, mi conciencia no me acusa de nada…”. San Pablo afirmaba; “si mi
conciencia no me acusa de nada, eso vale poco, Dios es quien me juzgara y no mi
conciencia”. Si nos fiamos del juicio de los demás que no nos acusa, el apóstol
también decía; “si ustedes no me juzgan de algo, Dios es el juez y no ustedes”.
Por lo tanto, si la comunidad ò nuestra conciencia no nos redarguye, eso no significa
que seamos inocentes.
Cuando estamos aturdidos por nuestras maldades, nuestro
orgullo nos ciega y no alcanzamos a vislumbrar que ese modo de vivir atenta
contra los demás y contra el creador. El malvado, rechaza la religión porque no
desea cambiar, se escuda en los defectos ajenos para no reconocer los propios, se
conforma con su modo egoísta de vivir, sin obligaciones éticas, ni sociales. Un
pensamiento judío expresa sobre esta ceguera; “Cuando dos hombres terminan de
limpiar una chimenea, ¿Cuál de los dos se lava la cara?, el de la cara sucia
mira al de la limpia y piensa que su cara también está limpia. El de la cara
limpia mira al de la sucia y piensa que su cara también está sucia, así que él
se lava la cara". La realidad se interpreta a conveniencia de quien la
percibe, la comodidad de la soberbia nos hará decir “estamos limpios”, meditar
los textos divinos usando la humildad nos hará entender si estamos limpios ò no.
La persona que tiene formación religiosa sabe
cuándo ha pecado, entiende y reconoce que no puede comulgar así. Para
reconciliarse es necesario prepararse y presentar una confesión ante el sacerdote,
no un protocolo como rutina social, sino como el acto de quien desea
encontrarse con Dios, como el hijo prodigo que reflexiono, se arrepintió de sus
malas acciones y emprendió una travesía para encontrarse con su Padre. Para
romper con el pecado los hombres necesitan desear a Dios, anhelar encontrarse
con su afecto en esa fiesta celestial de la reconciliación sacramental, esto brota
es una conversión personal y no la parafernalia de un culto exterior.
Dependiendo del estado en el que nos encontremos, vale la pena orar por nuestra
conversión y orar por la conversión de los demás. Siempre es bueno volver a
Dios.
Es común que las personas posterguen la
confesión, quizá por pena ò porque no encuentran el tiempo necesario en medio
de las rutinas cotidianas. Los judíos dicen por su tradición; “Dios perdona las
ofensas pero solo la parte que le corresponde, el resto corresponde al
ofendido”. El hombre religioso debe buscar el perdón de arriba que procede de
Dios, pero también el perdón de abajo que viene de los hombres.
Algunas personas no creen en el acto de
confesarse ante un sacerdote. El papa Francisco I tiene una reflexión sencilla
que nos hace comprender este acto; “cuando se ofende a Dios, a Cristo, también
se ofende a la Iglesia que es su cuerpo, es necesario reconciliarse con el
cuerpo de Cristo”.
La palabra “adviento” significa “llegada”,
celebramos la llegada de Jesús al mundo, que esta época nos haga meditar sobre
nuestras acciones para acercarnos aquel que se acerco a nosotros. El nos amo
primero.